Cuando, el pasado marzo, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner optó por aplicar a las exportaciones agrícolas argentinas impuestos casi confiscatorios, probablemente tenía en mente una típica ecuación peronista: adoptar una pésima medida económica en aras de un triunfo político y social inmediato.
Con el producto de esos gravámenes podría reflotar un esquema de subsidios y ayudas que, de otra forma, ya era insostenible. ¿Y después? Ya veremos, pareció ser su respuesta.
Pero el futuro llegó antes de lo esperado.
Desenlace adverso. Tras cuatro meses, y seriamente chamuscada por una intensa secuencia de paros del agro, cacerolazos, incertidumbre productiva, defecciones en su Partido Justicialista (peronista), desplome en su popularidad y nuevos ímpetus de la oposición, el desenlace ha sido totalmente lo contrario.
Los impuestos han tenido que volver a su nivel previo, los poderes Legislativo y Judicial han revelado una estimulante independencia, y los peligrosos aires autocráticos que soplaban desde la Casa Rosada, sede presidencial, se están dispersando.
Se trata de un balance catastrófico para el Gobierno, la Presidenta y su antecesor, esposo y principal “barón” del peronismo, Néstor Kirchner, pero positivo para el país, su desarrollo y el futuro de su democracia
El tiro de gracia que desplomó el tinglado oficialista lo disparó el vicepresidente, Julio Cobos. En una tumultuosa sesión del Senado, el 17 de este mes, rompió el empate e hizo que los gravámenes fueran rechazados por 37 votos contra 36. Traición, dijeron algunos; independencia, otros.
Antes, una decena de senadores justicialistas de las provincias también le habían dado las espaldas al Gobierno, como lo habían hecho varios miembros de la Cámara de Diputados, donde la medida apenas logró una minúscula mayoría.
Sin opciones. Pero incluso la decisión presidencial de acudir al Congreso para legitimar los impuestos, tomada a mediados de junio, implicaba otra derrota. Porque días antes, la Corte Suprema de Justicia había aceptado analizar la constitucionalidad de los gravámenes, elevados por simple decreto ejecutivo, no decisión legislativa.
A pesar de que la mayoría de los magistrados habían sido designados por Néstor Kirchner, todo indicaba que su decisión sería adversa al procedimiento. Por eso, a la presidenta Fernández no le quedó otro remedio que llevar la decisión final a los diputados y senadores, a quienes pidió ratificar el incremento.
Tras su derrota en el Senado, tampoco tuvo otra opción que devolver los impuestos a su nivel previo y realizar cambios puntuales, pero también profundos, en el Gobierno.
El principal fue sustituir a Alberto Fernández, poderoso jefe de gabinete y virtual álter ego político del matrimonio Kirchner, por Sergio Massa, una figura joven, más independiente y con relaciones en otros sectores justicialistas, quien hasta ahora se desempeñaba como alcalde de un distrito de Buenos Aires. También cayó el ministro de Agricultura, Javier de Urquiza, precedido por el de Economía, Martín Lousteau.
Nuevo rumbo. A estas alturas, no es posible afirmar que estamos ante un real cambio en el curso gubernamental. Sin embargo, todo indica que el impulso en ese sentido es casi inevitable.
Los problemas del país, con una inflación superior al 20%, disminución en las inversiones, crecientes dificultades en las finanzas públicas y enormes distorsiones producidas por los subsidios y controles de precios, no se pueden afrontar con más de lo mismo.
Para ponerles freno antes de que desaten una nueva crisis, se requerirá un cambio de conducción económica que, necesariamente, pasa por una profunda reorientación política.
Cuando llegó al poder en octubre del pasado año, tras una contundente victoria, parecía que, conocedora de los males incubados por su marido, Cristina Fernández daría un discreto, pero fundamental, cambio de timón hacia mayor sensatez económica y apertura política.
Sin embargo, no ocurrió así. La Presidenta mantuvo el riesgoso curso previo, con el agravante de que ya el crecimiento económico había perdido su ímpetu y se había acumulado tal cantidad de presiones, que sus opciones de manejo dentro del mismo guion se redujeron vertiginosamente hasta desaparecer.
Su enfrentamiento con el agro fue la gota que colmó el vaso, puso a Fernández contra la pared y al país frente a nuevas oportunidades. Es hora de aprovecharlas.