Cuando me topé a María La Rosa Quirós en La Sabana, a las 10:30 a. m., le propuse que fuéramos por un café o un fresco, como habíamos quedado el día anterior. “¿Conoce alguna soda por aquí?”, pregunté, pensando que jamás iba a querer ir a alguna de las cadenas de comida rápida alrededor. “Di, ¿McDonald’s?”, respondió, soltando una risa tímida, antes de confesarme su amor por la comida chatarra.
Estábamos fuera de la casa de Teletica desde donde se transmite, en vivo, el programa Buen Día, de Canal 7. Mientras emprendíamos el camino hacia la posada de Ronald McDonald, enumeraba sus comidas favoritas: tacos, pizzas, hamburguesas y helados hacen su menú ideal. “El arroz y los frijoles los como en casa”, dijo.
María tenía ganas de hamburguesa pero había comido una empanada en Teletica, donde ese día presentó por tercer jueves consecutivo su agenda cultural de la semana. Al final nos decidimos por un par de vasos pequeños de Coca-Cola, con la promesa del refill como eje vitalicio de la decisión.
Estuvimos sentados en el Mc-Donald’s del Estadio Nacional al menos un par de horas y, aunque nadie se acercó a saludarla (quizá porque nos veíamos muy compenetrados en la conversación), era obvio que alguna gente se quedaba viendo y señalando. No es para menos: en cosa de un mes, Canal 7 ha pasado de entrevistarla a abrir las puertas de su casa y convertirla en la presentadora de una agenda cultural que solo difunde actividades gratuitas en la ciudad.
María asegura que Buen Día le da el salario más generoso que ha visto en sus 34 años de vida. Su segmento dura menos de 15 minutos, pero ella lo empieza a preparar desde temprano en la semana, en aras de brindarle a la audiencia una jugosa selección de actividades culturales gratuitas. Cuando llega el momento de salir al aire, alguno de los presentadores del programa la acompaña, mientras ella recita su agenda de memoria, sin forro alguno.
“Me tratan bien, pero como no me maquillo ni tengo mucha habilidad para hablar, siento como que soy extraña ahí, pero ellos me tratan bien y me dieron una oportunidad”, agradece. “Lo que pasa es que como no sigo la corriente de muchas personas es algo extraño; es como ver a un extraterrestre y no saber cómo actuar”.
Lo cierto del caso es que no hay nadie en televisión nacional con su estilo y forma de ser: María, si bien tiene un léxico amplio (dada su afición por la literatura y el arte en general), habla de forma coloquial y se presenta frente a las cámaras como lo hace todos los días en San José: sandalias, enagua negra, blusa clara, sin maquillaje, despeinada y con una rosa colgando de su oscura cabellera.
Es su parecer –y yo la secundo– que el cariño que el público le ha tomado en pocas semanas se debe a su autenticidad. La televisión se caracteriza por difundir mundos de fantasía hasta cuando de reality shows se trata, y ella sin quererlo llegó a romper con ese paradigma: la pantalla chica le cedió un espacio, aunque sea de 15 minutos, a un humano genuino, de carne y hueso, a quien muchas personas podrían reconocer porque la vieron caminando en San José o en una galería de arte o disfrutando de un festival gratuito.
Dice que no le da miedo salir en televisión y, a pesar de que ha pasado poco tiempo, ya en su cabeza rondan análisis de lo que sucede cuando su cara aparece en pantallas de todo el país: duda de si la gente le pone atención a las actividades que recomienda o si más bien solo la ven a ella. Su anhelo, naturalmente, es que la audiencia de Buen Día se interese por ese universo cultural que palpita todos los días en el país y que no parece tener tanta convocatoria.
Soporte. María nació en julio de 1981, en San José, la provincia en la que ha pasado más del 99% de sus días. Su madre limpiaba casas y su padre laboraba en una imprenta. Tiene dos hermanos y, salvo una estadía en Desamparados, siempre ha vivido en Tibás; actualmente reside en Cinco Esquinas, desde donde camina casi todos los días de la ciudad hacia San José, y hacia donde retorna en bus cuando es de noche.
Acabó sexto grado y abandonó los estudios. Antes de eso, sus padres se separaron luego de que su papá le entregara todo el dinero a una iglesia. María tiene creencias muy arraigadas en la naturaleza humana; eso la impulsa. “Es poderosa” la naturaleza, afirma. Lo que veía con sus ojos oscuros desde niña –todo lo que el mundo tiene para ofrecer– la acercó al arte.
La puesta del sol en la montaña, las mariposas, un arbusto de amapola, un nido de murciélagos, las mariquitas en las plantas, los colibríes en el aire, las arboledas, las cascadas, los cafetales, la luna llena que alumbra el cuarto, el brillo de las estrellas: mediante todo esto explica su acercamiento al arte. “El gusto por el arte viene de la apreciación de las cosas que no todo mundo quiere ver”, explica.
El dibujo fue una reacción natural a la vida y al mundo. En la escuela se comunicaba con sus compañeros con dibujos más que con palabras. Hoy, estudia arte con el objetivo de aprender todo lo que pueda para que sus manos y los lápices de color sean una opción para sobrevivir en el futuro.
A los 18 años conoció la Plaza de la Cultura, uno de sus lugares predilectos de San José. Su madre le contó que había un montón de palomas y un hermoso teatro lleno de flores al lado; ella insistió en que la llevara. Sabía que se iba a enamorar. A sus 22 años, en la misma ciudad, visitó una exposición artística y se dibujaron mariposas en el aire: San José y el arte se convertirían pronto en su todo. Empezó a ver cuanta agenda cultural pudiera. Se aprendió el camino del bus a San José y comenzó a caminarlo casi todos los días de la semana, porque todos los días había algo que hacer.
“Una esfera”; así explica el arte que la hace olvidar el mundo hostil en el que vive. “Es como estar en un palacio con los duques y los reyes, como en los cuentos. Llegan personas muy interesantes, artistas e intelectuales. Uno aprende y comparte con muchas personas y come y pasa un buen momento; es como una fiesta”.
Singular. Anda sola. La compañía no es una necesidad. Tiene algunos amigos, como la periodista María Montero, quien le escribió un perfil hace dos años en AmeliaRueda.com. Pero, por lo general, su andar es singular.
“Siempre he sido aparte de la gente, siempre he estado como en una isla desierta, para no incomodar. Siempre he estado largo, en el rincón. La gente va con amigos a las galerías de arte, pero yo no tengo amigos y con costos me topo a alguien”, cuenta María.
Dice que el tren del amor ya la dejó. Se cansó de que la gente la agarre como si fuera un trapo sucio. “Lo usan a uno y lo tiran a la basura”, admite. “Es como un vicio cuando a uno le agrada alguien y no quiere dejarlo ir fácilmente. No necesito salir con nadie; sola me voy a pasear, camino sola, me voy sola a la montaña y me siento bien”. Cada diciembre, La Rosa viaja sola en bus a Jacó y pasa un día allá. La puesta del sol es alucinante en diciembre.
Vive al margen del sistema: “Casi no uso nada. No pago impuestos porque no tengo nada. Gasto en bus y comida. No debo nada”. Antes de Buen Día, trabajó repartiendo volantes en la calle, vendiendo aretes en San Pedro y limpiando cuartos en un hotel. Hubo un lapso en el que sus ingresos provenían de unos trucos en el casino que aprendió gracias al arte de la observación.
Considera que el don de análisis hace que las personas se desarrollen. No le da el gusto al mundo en nada, salvo si es lo que ella quiere. Nunca se ha puesto tacones para pedir trabajo ni cree en la política. No pocas veces le han restringido el acceso a actividades culturales y hasta a baños del Cenac. Ha nadado contracorriente toda su vida para, a los 34 años, llegar a uno de los canales tradicionales del país a dar una entrevista y causar una impresión tan grande que salió de ahí con trabajo en lo que ama: hablar de arte.
Cuando rondamos las dos horas de conversación y apenas un vaso de Coca-Cola, le revelo que no he vivido ni una porción de sus problemas, y que aún así envidio su capacidad de encontrar luz entre tanta oscuridad. Me responde citando el Himno de la alegría: “Si es que no encuentra la alegría en esta tierra, búscala hermano mas allá de las estrellas”.
“No significa que uno va a agarrar un cohete e irse al espacio”, explica. “Uno tiene que buscar una conexión con el universo en la tierra, y eso se da por lo sublime de la naturaleza humana”.