¡Solo un instante! ¿Piense? Si la probabilidad estadística de que un meteorito caiga sobre nuestra casa es de una entre 182 trillones; cuál será la de que en un mismo día mueran, con pocas horas de diferencia, dos celebridades. Bueno… hay más de padecer hemorroides, una de 25.
Hay otros casos, los hay. Como la muerte Farrah Fawcett, que se desdibujó totalmente cuando solo horas después, Michael Jackson hizo lo propio, y más recientemente ocurrió algo similar con el salsero Cheo Feliciano y el escritor Gabriel García Márquez.
Pero, de vuelta a Cerati y Rivers, ni el periodista más necrófago podía suponer que tal cosa ocurriría, menos con dos personajes tan disímiles. Ante uno desfilaron miles de dolientes; el óbito de la otra tal vez ocasionó más de una sonrisilla de maligna satisfacción, porque el mejor ejercicio es caminar tras el féretro de nuestros enemigos.
Gustavo Cerati y Joan Rivers nunca se conocieron; ni él le dedicó jamás una canción, ni ella criticó sus camisas a cuadros o su pelo ensortijado. Como no sabemos a dónde van los muertos, tal vez sus almas se encontraron en un planeta bañado de penumbras.
Cada uno es cada uno. Para los que vivían del qué dirán, como Joan, morirse el mismo día que otra estrella, sería el equivalente a llegar a una fiesta con el mismo vestido. Rivers pasó su vida riéndose de los demás; Cerati hizo que los otros fueran felices por ser lo que eran.
La muerte de Cerati y la de Rivers fue un terremoto mediático con dos epicentros, uno en Buenos Aires y otro en Nueva York; como la prensa solo puede manejar una idea a la vez, le costó mucho decidirse a cuál de los dos le daría mayor relevancia.
Los “american way of life” ni lo pensaron y se lanzaron en parvada sobre los despojos reciclados de la octogenaria presentadora, que por la cantidad de cirugías plásticas realizadas, durarán entre 100 y mil años en degradarse.
Quienes cantaban a la luna y amaban esos Raros Peinados Nuevos –al decir de Charly García–, hicieron cola ante el refinado guitarrista, autor, cantante y visionario.
Cuando en 1959 Rivers inició sus piruetas teatrales fuera de Nueva York, junto a Barbra Streisand, el hogar del contador Juan José Cerati y su mujer Lilian Clark se iluminó con la llegada de Gustavo, su primer retoño; nacido el 11 de agosto, en el barrio de Barracas en Buenos Aires.
Joan descendía de judíos emigrados de Rusia; su padre fue Meyer Molinsky y su madre Beatrice Grushman; ya desde los 17 años –en 1950– incursionó en los escenarios contra los deseos de su familia.
En eso coincidió con Gustavo, quien desde la niñez improvisaba sonidos con unos palos de escoba; además de la música el pibe dibujaba “muñequitos” y era muy bueno en los deportes.
Ambas vidas discurrirían por senderos diferentes y volverían a encontrarse el 4 de setiembre, para rendir cuentas: Gustavo al amanecer y Joan al mediodía.