Dentro del interesante catálogo de Netflix no pasa desapercibido el intento de revivir una serie popular de ABC. Full House , con 192 capítulos, es todo un referente para las generaciones X/Y. Su secuela, Fuller House , arrastra un peso difícil de superar: rememorar lo viejo mientras cala en lo nuevo. De momento no va bien.
Similitudes. Mover amigos a la casa y cuidar a los niños con el mismo equipo: el músico aventurado, el cómico disfuncional y el responsable padre, pero ahora con un vuelco de género. Los mismos roles, pero son las niñas del pasado que asumen como madres del presente.
Las mismas tramas repetidas: el cambio de pañales inexperto, el hermano escapado, la mudanza de cuarto, el chiste de la cortina… A grandes rasgos, se trabajó readaptando la propuesta, aunque la comicidad no es superior al original. Es difícil pensar que la nueva propuesta calará.
Cualquiera que recuerde o haga el ejercicio de referenciarse con la original tendrá una lectura hipertextual más satisfactoria. En la práctica es difícil que esto suceda, por lo que la serie difícilmente presentará una propuesta a la altura de la actualidad. Las audiencias nuevas que no poseen el criterio de memoria de los televidentes viejos podrían pasar un mal trago soportando la vaga trama que no reditúa al final.
Percepción de lo latino. La idiosincrasia anglosajona se parodia, pero lo latino muestra una mezcolanza en la que se palpa apuro y poca investigación, con un resultado ridículo, mostrando un imaginario impreciso en capítulos donde aparece Fernando, el esposo de Kimmy Gliber. Se entiende que intenten interpelar otras audiencias pero esta torpeza es justificación selectiva para descartar el show .
En cuanto a valores de producción y tratamiento, la mitad de temporada muestra algo impensable en series susceptibles de la maratón: capítulos que huelen a relleno. No hay apuro en alargar la emisión, los 13 episodios están servidos de previo, la posibilidad de generar contenidos más pulidos es existente.
Además, los exteriores de la serie son muy pobres y existen problemas serios para replicar escenarios como la disco o las luchas. Es una pena que la propuesta se cuestione por esos dos valores.
Se suma el uso de la pantalla dividida, atípico en la ficción, pero con afán de rescatar el recuerdo de momentos clásicos. Esto lidia con el lenguaje clásico haciéndolo una curiosidad necesaria poco común para las sitcom.
Fuller House lucha constantemente por incluir valores tecnológicos y de socialización actuales al tiempo que los combate. Por ejemplo muestra cómo los adultos se relacionan con los niños y su entorno de conectividad y prácticas más subculturales, las cuales corrigen con un humor que tiende a mostrar un reflejo de la serie original.
Netflix intenta sobresalir con propuestas que sirvan como insignia; no se trata de calidad o cantidad, sino de diferenciarse. Es una clara carrera armamentista con sus competidores Hulu y Amazon Video la que abre espacios para proyectos tan difíciles de abordar como Fuller House . La nostalgia sobre la serie puede conducir al televidente a sufrir toda la temporada por el solo hecho de apegarse al recuerdo.
Si es suscriptor del servicio, le recomiendo que le de una oportunidad y sobre todo que la compare con su referente, pues la lectura será mucho más rica.