Fecha: martes 7 de enero del 2014. Hora: 6:45 a. m. Ritual desde hace 12 años que vivo en Costa Rica: estirar mi brazo hasta la mesa de noche para revisar mi celular, fijarme en llamadas perdidas, mensajes y redes sociales. ¿El motivo? Estar lejos de mi familia y amigos, pues ellos se encuentran en Venezuela, mi país natal, el mismo lugar que parece haberse convertido en “tierra de nadie”, como consecuencia de los altos índices de delicuencia y asesinatos, por tan solo mencionar dos de sus problemas graves.
Esa mañana, mi rutina comenzó con una noticia que confirmaba, una vez más, lo dicho. La actriz venezolana Mónica Spear había sido asesinada junto a Thomas Henry Berry, su exesposo y padre de su única hija, Maya, hoy huérfana, la noche del lunes 6 de enero. Los tres fueron víctimas de un asalto en una autopista, mientras aguardaban dentro de su carro accidentado, y esperaban a la grúa que los remolcaría.
En Twitter, Facebook e Instagram, mi familia colocaba en sus perfiles imágenes de Spear que buscaban hacer un llamado al cese de la violencia en mi tierra, a ese pedacito de paraíso que veo diluirse cada vez más ante historias como esta. Ella, Mónica, murió en el país que tanto amaba, al que regresaba después de cada telenovela grabada fuera de sus fronteras, porque al igual que pensamos millones de sus compatriotas, es el país más hermoso del mundo. ¿Quién se atrevería a decir lo contrario del lugar que lo vio nacer?
Sin saberlo, la ex Miss Venezuela 2004, se convirtió en el rostro público de una inseguridad que azota a todos los venezolanos, sin distinción alguna. Tan solo en el 2013, y según cifras extraoficiales –el gobierno nacional se niega a dar las números reales– en el país se presentaron 24.763 homicidios. Entonces, ¿por qué el de Mónica era distinto? Porque hizo aún más visible, al menos ante el resto del mundo, la terrible realidad que hoy vive Venezuela, y que los entes oficiales ya no pueden seguir negando.
La dulzura, el carisma y la sensibilidad que la caracterizaron en vida, eran las nuevas caras del peligro, de la maldad, de las lágrimas, de la impotencia, de la indiferencia. Su llegada y partida de este mundo tuvo un propósito: hacer visible, pero sobre todo importante, aquello que para la mayoría quizás no lo es. Esta joven, de tan solo 29 años, lo lograba predicando con el ejemplo, pues desde que interpretó a una chica con síndrome de Asperger en la telenovela La mujer perfecta , decidió trabajar junto a organizaciones que ayudan a personas afectadas por esa condición.
No titubeaba, ni un segundo, en convertirse en la embajadora de fundaciones como Asodeco (Asociación para el Desarrollo de Educación Especial Complementaria) y de promover campañas para recaudar fondos que beneficiaran a personas con capacidades especiales. No lo hacía solo de la boca para fuera, sino que se involucraba de lleno con ellos, aprendía de ellos y, hasta uno de sus mayores placeres, era celebrar cada 1°. de octubre, su cumpleaños junto a ellos.
Mónica Spear es el rostro de los anónimos. De los miles de millones de venezolanos que son asesinados año con año, de los indefensos, de los especiales, de los amantes de sus raíces, pero, sobre todo, de aquellos que soñamos con un mejor país, en el que la paz y la tolerancia sea un nuevo punto de encuentro...
Es el momento de que en Venezuela se respire un aire más lleno de esperanza que de balas.