
¿Cuánto tiempo tienen ya de ser novios?
“Demasiado”, suspiró la señora, madre de un profesional de treinta y pico de años. “¡Ojalá se jalaran torta!”
Que unos novios se jalaran torta era, en mi adolescencia, la peor pesadilla que podía enfrentar una familia, y escuchar tan insólito deseo de mi vecina me hizo sentir que vivía en un mundo paralelo. Luego caí en la cuenta: lo que ella quería, simplemente, era pensionarse de su interminable maternidad. Lograr pasar el relevo, por fin, a los siguientes.
Pero los siguientes no tienen ninguna gana. Están cómodamente instalados en su situación de doble privilegio: la de ser adultos soberanos, económicamente autónomos y sexualmente activos (la pérdida de la virginidad dejó de ser una tragedia), y la de continuar usufructuando de su condición de hijos, recibiendo el beneficio material de vivir en el nido paterno y el beneficio inmaterial de la servidumbre materna (particularmente los hijos varones; pero eso es tela para otro artículo). No incluyo aquí a los jóvenes que, contra su voluntad y por las dificultades para obtener empleo, no tienen más opción que permanecer en casa de sus padres. Hablo de la renuencia de adultos hechos y derechos a comportarse como tales.
En una sociedad como la nuestra, en la cual el que los hijos se marchen por una razón distinta a la del matrimonio, ha sido percibido como un acto de hostilidad hacia la familia, o la manifestación de un deseo de libertinaje, puedo comprender que el destete sea difícil, e incluso que haya madres (más que padres) que inconscientemente lo boicoteen. Pero para salud de todo el mundo, una de dos: o los hijos vuelan del nido, o dejan de servirse de él. Participan.
Si adultos son, como adultos deben contribuir económicamente con los gastos comunes y contribuir proporcionalmente con las tareas domésticas. Ni los padres son una billetera o subalternos sin salario, ni los hijos huéspedes exigentes que hacen uso de las instalaciones. Deben, además, sí, respetar las reglas, las mismas que respetarían si estuvieran alojados en casa de una pareja amiga. Equivocadas o no, son las de los dueños de casa. Y si no comulgan con ellas, pues que se agencien hábitat aparte.
Que la familia no nos impida crecer y madurar. Su objetivo es todo lo contrario. Y eduquemos a los hijos para la autonomía. Especialmente las mujeres, no convirtamos, de manera cómplice, la maternidad en condena o esclavitud. Hagámosla deseable y atractiva. Para lograr pasar el relevo, por fin, a los siguientes.