En la mañana del lunes 27 de julio, el estadounidense Walter James Palmer tenía lo que podría considerarse una vida maravillosa: una hermosa casa, una pacífica familia y un negocio que proveía suficientes ingresos para viajar por el mundo y mantener un opulento hobby .
Sin embargo, cuando el sol volviera a salir por el horizonte, su vida sería más bien una pesadilla. Su nombre circularía en prácticamente todos los medios de comunicación del mundo, y no por las razones adecuadas: se habría confirmado que Palmer fue el responsable de acabar con la vida del león Cecil, uno de los estandartes de orgullo de Zimbabue.
Para entonces quedaría en evidencia que Palmer no solo tenía “un talento único para crear sonrisas deslumbrantes” (tal como se describió a sí mismo en el sitio web de su consultorio dental en Minnesota), sino que tenía también una puntería extraordinaria para matar animales salvajes con una flecha y un arco, o al menos en sus múltiples safaris anteriores.
En su última cacería, la suerte no estuvo del lado de este dentista de profesión. Descrito por The New York Times como un purista del tiro con arco, con aversión a utilizar armas de fuego como plan b, el 1.° de julio Palmer jaló el gatillo y detonó un disparo certero contra Cecil.
El león, reconocido por su enorme melena negra y centro de atracción para los turistas del parque nacional de Hwange, llevaba ya unas 40 horas de sufrimiento.
Dos días antes, Cecil había sido localizado dentro de la reserva de Hwange. Debido a que la caza dentro del parque es ilegal, el felino fue atraído hasta afuera de los límites mediante una presa muerta amarrada a un vehículo. Una vez en terreno seguro, Palmer disparó una flecha que apenas consiguió herir al león y ahuyentarlo.
Cuando por fin Palmer y los dos guías que había contratado para esta cacería lograron hallar de nuevo a Cecil, el destino del dentista y el del león quedaron unidos por una misma bala.
Como es costumbre, la cabeza del felino fue cortada para enmarcarla como trofeo y su piel también fue arrancada. Según declaraciones de los guías –un finquero de Zimbabue y un cazador profesional–, hasta ese momento no sabían que Cecil era uno de los ejemplares favoritos de la localidad, y mucho menos un sujeto de estudio de la Universidad de Oxford.
Probablemente el chip de geolocalización en su piel los alertó sobre el presunto error que acababan de cometer. Al hallar el cuerpo desmembrado de Cecil, las autoridades de Hwange informaron a los superiores sobre el intento de destrucción que evidenciaba el dispositivo. En esto también fallaron Palmer y sus guías.
Para la mañana del 27 de julio, un cazador español aún figuraba como el sospechoso de haber ocasionado la muerte de Cecil. Sin embargo, el testimonio de los guías reveló que en realidad había sido Walter Palmer quien les pagó $50.000 por organizar la caza del león.
Censura colectiva
Desde las primeras horas del martes, decenas de estadounidenses indignados rodearon la clínica dental y el hogar de Palmer. En la entrada del consultorio, peluches de animales salvajes y carteles con mensajes de repudio (“Púdrase en el infierno”, dice uno que permanece pegado en la puerta) alertaron a los transeúntes y a los pacientes sobre la pasión culposa de su dentista.
“No suelo hablar sobre la cacería con mis pacientes, porque puede ser un tema divisivo y emocionalmente cargado. Entiendo y respeto que no todos compartan la misma visión sobre la cacería”, apuntó Palmer en un comunicado que difundió a sus clientes, en el que se disculpa por la interrupción del servicio causada por el acoso mediático a su persona.
“Hasta donde sé, todo en este viaje era legal y debidamente manejado. No tenía idea de que el león era reconocido, un favorito de la localidad, y que había sido seleccionado como parte de un estudio hasta el final de la cacería. Yo confié en la experiencia de mis guías profesionales para asegurar una caza legal”, añadió.
Desde antes de la muerte de Cecil, Palmer ya era un reconocido cazador en Estados Unidos. Pese a que en el 2009 pagó $45.000 en una subasta con fines de financiar la preservación de un hábitat de alces en California, ese mismo año su nombre trascendió por haber matado a uno de estos cérvidos con una flecha desde 68,5 metros para intentar establecer un récord en la cacería con arco.
Tras abatir al alce, el dentista de casi 50 años se jactó ante la prensa de ser capaz de ensartarle una flecha a una carta de naipe desde 90 metros de distancia. Había aprendido a tirar desde los 5 años de edad y había cazado a todas las especies reconocidas por la sociedad de cacería con arco Pope and Young.
Un año antes, en el 2008, se declaró culpable de hacer una declaración falsa a oficiales federales sobre la ubicación exacta de un oso negro durante un safari guiado en Wisconsin.
En esta ocasión, pese a haber prometido cooperar con la justicia, Palmer desapareció de la faz de la Tierra. Su consultorio está cerrado y su casa parece desocupada. Sus redes sociales y su sitio web fueron deshabilitados. Hasta este jueves, no había contestado ninguna de las llamadas del Servicio de Vida Silvestre de Estados Unidos.
De la noche a la mañana, Palmer pasó de tener una maravillosa vida a ser, en palabras del comediante Jimmy Kimmel, “el hombre más odiado de América”.