A las 5:55 p. m. llega el encargado del turno de la noche, un tipo moreno y robusto. Relevará al muchacho del día, un joven de piel tostada y bigote escaso.
Faltan todavía cinco minutos para que acabe formalmente la jornada diurna pero después de casi 12 horas de ser dueño de esta caseta, el guarda no lo piensa dos veces para empezar a alistar sus pertenencias y abandonar el puesto.
Lira, de 35 años, se desabotona la camisa de cuello blanco. Se desamarra el palo que le cuelga de su cintura. Se quita la gorra que dice “Seguridad”. Se saca un pito de la bolsa. Se deshace de una macana hechiza. Sin esos implementos, Lira deja de ser vigilante... hasta dentro de 12 horas.
Aquel martes , el nicaragüense oriundo de Chichigalpa trabajó por primera vez en esta caseta de barrio Escalante. Por la jornada, se ganó ¢8.000. Un día antes, dio con el lugar durante un recorrido para buscar trabajo como guarda; le dijeron que volviera a hacerle el día a uno que estaba libre y, así, llegó a cubrir a uno de los dos vigilantes que se turnan el puesto, cada uno con un salario quincenal de ¢120.000.
Lira –al igual que los otros consultados para este artículo– prefiere que no se publique su nombre, ya que pertenece al sector informal o más bien irregular de la seguridad privada, el que –se presume, a falta de datos oficiales – podría representar un 50% del sector de empresas registradas ante el Ministerio de Seguridad. Estas compañías son 1.247 y en total agrupan a más de 30.000 vigilantes.
En los siete años que ha laborado como vigilante en diferentes lugares de Costa Rica, nunca ha tenido problemas por la ausencia de papeles que den cuenta de su legalidad en el país. Sin embargo, sabe que si los tuviera –es decir, si su condición migratoria fuera otra– podría cobrar más por su trabajo, tal vez ¢170.000 ó ¢180.000, como muchos de sus colegas documentados.
El salario mínimo para un guarda es de ¢287.547, de acuerdo a la lista de salarios mínimos del Ministerio de Trabajo para el primer semestre del 2014. No obstante, hay empresas no inscritas en el Ministerio de Seguridad que irrespetan el pago de dicho monto y emplean a trabajadores sin pagarles garantías laborales ni asegurarles la cotización a la Caja Costarricense de Seguro Social.
Allan Guillén, vipresidente de la Asociación Costarricense de Empresas de Seguridad , asegura que este tipo de empresas genera una “canibalización” muy fuerte en el gremio, al ofrecer un servicio a un costo más bajo que el necesario para cubrir los gastos básicos de una agencia de seguridad, los que en promedio alcanzan los ¢2 millones mensuales, entre pago de salarios a los guardas y a un supervisor, inversión en equipo y pago de pólizas de riesgo y seguros a los empleados.
“Aquí existen empresas de garaje y hasta de cajuela, sin disposición de regular a sus empleados y sin el interés y las posibilidades de capacitarlos”, asevera. Guillén añade que, entre los objetivos de la Asociación, está denunciar a este tipo de empleadores en el gremio de la seguridad privada.
Elbert González, director de la Dirección de Seguridad Privada del Ministerio de Seguridad , dice que este tipo de empresas posee una alta rotación laboral y emplea a personas que no cumplen con el perfil idóneo para un celador. “Ser demasiado confiados podría generarnos problemas en el barrio. No sabemos en manos de quién estamos dejando el cuidado de nuestros hijos”, advierte.
En la acera de los guardas indocumentados, la perspectiva es otra. Lira asegura que, para él, es mejor recibir ¢32.000 al mes que nada. El monto al que se refiere es la suma de los cuatro días que laborará al mes si lo emplean como el “librero” de este puesto en Barrio Escalante. “Librero” es el que cubre a los vigilantes fijos, quienes tienen cuatro días libres al mes. A veces, no hay un “librero” y entonces la jornada se prolonga hasta que llegue un colega. Hace un tiempo en Curridabat, hubo semanas en las que Lira llegó a trabajar hasta 36 horas seguidas porque su sustituto simplemente no aparecía.
Voz de experto
Los vecinos colocan la basura al lado de su caseta y Piñar ya está acostumbrado a esto. Hace cinco años, dejó de hacer los jardines de muchas casas de residencial para ser contratado de forma permanente como guarda de seguridad, en horario de 5 a. m. a 5 p. m.
No trabaja con ninguna empresa y es un comité de vecinos el que se encarga de pagarle cada quincena. Tampoco ha recibido capacitación alguna, aunque sí visitó a un psicólogo que le hizo recomendaciones para que su trabajo no afectara su tranquilidad mental y supiera hasta dónde podía llegar en su función como vigilante.
Piñar cuida una esquina que forma una V, 70 metros hacia un lado y 100 hacia el otro, pero desde su caseta se divisan otras dos más. Este es un barrio de casetas. “De los compañeros de por acá, a mí es al que mejor le pagan; los tres somos nicaragüenses, pero si baja unas dos cuadras, se encuentra a un guarda tico y el que viene en la noche también es costarricense. Yo, al menos, tengo seguro voluntario pero igual es difícil estar acá de ilegal”, comenta y adelanta que en los próximos meses su situación migratoria podría regularizarse.
Cuando le corresponde trabajar de noche, su jornada siempre es la misma. Termina a las 5 a. m. y, todavía a oscuras, llega a su casa en Pavas, donde desayuna. Se duerme a las 8 a. m. y se despierta a la 1 p. m., para bañarse, almorzar y emprender el camino a su “oficina” (su caseta) a eso de las 3 p. m.
Tras varios años de experiencia, cuenta que cuando debe pasar la noche en el puesto, no tiene problemas para mantenerse despierto, pero asegura que los novatos no logran dormir de día. “Al principio, yo me tomaba unas cuatro tazas de café Presto (instantáneo). Pensaba que no iba a durar ni 15 días, pero ahora soy inmune hasta al frío”, asegura este hombre de 27 años.
Para distraerse, los guardas como él hojean el periódico o sacan la silla de la caseta para ver a la gente pasar. Ya él conoce a todos los vecinos y sabe quién vive en cada casa. Igualmente, identifica con facilidad los carros del residencial y a los visitantes extraños o sospechosos.
Piñar no está registrado como vigilante independiente. Si quisiera hacerlo, debería cumplir con requisitos como haber hecho el curso básico policial, hacer un examen teórico-práctico para portar armas, presentar su hoja de delincuencia limpia y hacer un examen psicológico. Además, debe tener sexto grado de escuela aprobado.
Si el guarda está acreditado, además de estar registrado ante el Ministerio de Seguridad, debe portar consigo un carné que lo ratifique como tal.
Último recurso
En un puesto de vigilancia privada en La Sabana, un hombre entrado en años almuerza dentro de la caseta. Su recorrido incluye tres cuadras que recorre a pie o en bicicleta desde hace tres años, cuando comenzó a trabajar aquí.
En su caseta caben, a duras penas, dos sillas, una frente a la otra. Además de los asientos, ahí guarda un paraguas, una boina y una chaqueta de tela de fatiga. En el suelo está su bulto, que se llena con los recipientes plásticos donde carga su comida y una camisa para cambiarse, al final del día.
González es costarricense, pensionado y con una formación educativa que llegó hasta tercer grado. “En mi primer trabajo como guarda, tuve que mentir para poder trabajar porque me pedían tercer año de colegio. Luego le dije la verdad al jefe, pero a él le importó más mi forma de ser: honesto y trabajador, y me dejó”, cuenta.
A sus 68 años, sigue trabajando para complementar lo que recibe de pensión. De no ser por este ingreso extra de ¢100.000 quincenales, no podría financiarles los estudios a sus dos hijas colegiales.
Admite que su actual puesto es más tranquilo que uno que tuvo en Tibás, donde laboró por dos décadas. De acá, lo único que le molesta es no contar con un servicio sanitario y con un lugar para calentar la comida. “A veces tengo que salir corriendo al parque con el papel higiénico en la mano, porque nadie me presta el baño”, dice.
En barrio Escalante, Lira asegura que, aunque no esté registrado como guarda, para la gente del barrio es importante la presencia de alguien en la caseta. “Antes no había guarda y por algo contrataron uno”. En Pavas, Piñar opina que su trabajo es fácil de conseguir, pero no fácil de hacer. “Al vigilar, uno se arriesga sin garantías”.
El director de la Dirección de Seguridad Privada del Ministerio de Seguridad recuerda a los vecinos que nunca está de más algo de malicia y les advierte a quienes pagan por el servicio que es su deber y su derecho conocer bien a la persona que vela por su seguridad. “Estas personas poseen información delicada sobre todo lo que pasa en el barrio, por lo que hay que saber quiénes están cuidando y en qué condición lo hacen”..
Por su parte, Allan Guillén afirma que la seguridad privada llena un vacío que la Fuerza Pública no es capaz de suplir por falta de recursos. Pero asegura que, si no hay regulación sobre los vigilantes o las empresas, el cuidador más bien podría constituir un peligro.