Quiero ejercer mi derecho a sentir agobio y procesarlo, luego, a seguir adelante.
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Probablemente se habrán topado con un fenómeno que ronda en redes con el hashtag#100HappyDays o #100DíasFelices, que consiste en capturar y compartir un momento feliz cada día por cien días consecutivos. Vi a muchos de mis contactos empezarlo y a pocos terminarlo, y ahora veo a estos últimos llenar el vacío con #100DíasDeAgradecimiento, y ya veremos qué sigue después.
Entonces, yo propongo #100DíasDeRealidad, donde documentemos el momento del día cuando sentimos con mayor intensidad, en el que nos sentimos más vivos o el que sea más real (lo que sea que eso signifique para cada uno), y que incluyamos cualquier sentimiento por más gacho que sea. Entrémosle a aceptar la tristeza, la indignación, el enojo o la confusión con la misma fuerza con que le entramos a la felicidad y al agradecimiento. ¿Por qué no? Son sentimientos tan válidos como cualquier otro e igual de efímeros.¿Por qué, cuando alguien dice que está triste o molesto, nuestro primer impulso es pedirle que deje de estarlo? “No pensés en eso” es un mandato muy común. En lugar de rechazar el sentimiento, sería mucho más provechoso validarlo, dejarlo ser y procesarlo, aprender a solucionar problemas o enfrentar situaciones mientras sentimos. Es el mismo principio de dejar que un bebé llore y desarrolle tolerancia a la frustración. No es agradable, pero nos deja algo útil. Esto no significa que yo disfrute el estar triste o que lo busque, pero la tristeza es inevitable y prefiero aprender a lidiar con ella, tener la certeza de que es temporal y que después, cuando vuelva a estar feliz, también voy a saber vivirla y apreciarla porque sé que tampoco dura para siempre. Por más loco que les suene, hay gente que también le tiene miedo a la felicidad. ¿Por qué le tenemos tanto miedo a sentir?
Estar vivos es intenso, es difícil y es complicadísimo. Sentirnos abrumados, en ciertas ocasiones, está más que justificado. Quiero ejercer mi derecho a sentir agobio y procesarlo, luego, a seguir adelante. Aprecio la indignación porque logra cambios sociales o personales. La incomodidad me obliga a moverme y el miedo me deja conocerme mejor. La ira me grita en la cara que necesito madurar.
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