Leer neurociencias es usar el cerebro. Las neurociencias se ocupan precisamente del cerebro, que es la cosa más compleja del universo, con algunas excepciones. Estas corresponden a quienes –asiduos de la necedad– se empeñan en demostrar a los marcianos que no hay vida inteligente en la Tierra. Por supuesto, nosotros no somos tales excepciones, por más que los otros sean siempre la generalidad.
La prueba de que los demás no son tan inteligentes como nosotros está en que nadie percibe nuestra inteligencia. Esta conspiración se llama “estadística”.
Hablando de la inteligencia, la estadística es el método científico que siempre nos ha tenido ojeriza.
Evitar los tests de cociente intelectual es la mejor forma de demostrar inteligencia. Además, cuando nos han sometido a pruebas de inteligencia, los resultados no han estado cerca ni de lejos.
En este mundo popmoderno, ni siquiera se sostiene ya la tan mentada fe que atribuye superioridad mental a los matemáticos. Así, el escritor cubano Alejo Carpentier (Premio Cervantes de 1975) tuvo el solidario candor de confesar su inutilidad numérica: “[...] los que, como yo, jamás pudieron entender nada a las matemáticas, más allá de las cuatro reglas” (Variaciones [antología de artículos], p. 73).
Ninguna fórmula nos convertirá en genios. Asimismo, se ha demostrado científicamente que la condición de niño-prodigio no se adquiere con los años.
También se ha comprobado que las familias ya no usan tener niños-prodigio pues, con el surgimiento de la televisión, dejaron de producirse las visitas a la casas en las noches, de manera que cayó en picada la demanda de niños que recitasen El brindis del bohemio con ademanes, que bailaran en seco El lago de los cisnes, que fuesen virtuosos del ukelele o que tocasen los seis Conciertos de Brandemburgo a la vez y en un violín de una sola cuerda.
La falta de ese minipersonal de emergencia que espante a las visitas (que ya no hay) es la única culpable de que nos cueste tanto salir del subdesarrollo, que es algo así como las arenas movedizas del desierto del Sáhara. Ya sabemos que en el Sáhara no hay pantanos, pero, como allá corre mucho aire, las arenas se pasan de una duna a otra, de modo que también son movedizas.
El nivel y el tipo de inteligencia no dependen del status social, de manera que pueden surgir genios entre los ricos y entre las clases impudientes. La genialidad es un sorteo en el cual los otros compraron todos los números.
Las propias neurociencias han debido aprender a definir los poderes y los límites de las inteligencias (pues no hay una sola clase de inteligencia).
¿Quién manda aquí? parece un libro de oposición, pero en realidad trata de los circuitos cerebrales, escrito por el neurólogo Michael Gazzaniga. Esa obra confirma que el cerebro es modificable, pero entre ciertos límites. No todos seremos concertistas si tocamos el Vals del minuto durante un año. Debemos descubrir para qué servimos. El talento es una llave en busca de un trabajo que será su cerradura.