Las paredes oyen es un drama de don Pedro Ruiz de Alarcón, dramaturgo mexicano del tiempo ha: de esos años en los que la gente hablaba en verso sin saberlo y sin equivocarse: y es que no podían dejar mal al Siglo de Oro de la literatura española. Cuando es en serio, el “¿Qué dirán?” se llama Historia.
Una edad, si no de oro, sí de plata de la pintura costarricense fulge en las altas paredes de la Galería Equilátero, donde exponen cinco artistas jóvenes: Andrés Ramírez, Diana Barquero, Ignacio Quirós, José Pablo Ureña y Marco Arce.
“Llamamos Mutismo a la muestra porque es como los silencios que suscita la contemplación”, afirma Luciano Goizuela, notable pintor y uno de los propietarios de la galería.
Las obras son disímiles pues viajan del color al blanco y negro, del formato breve al ostentoso, del óleo a la acuarela...; pero todas se reúnen, armoniosas, en torno de la figuración; es decir, de la realidad inventada por los artistas que sí saben dibujar.
José y Marco. José Pablo Ureña (Premio Áncora del 2012) expone ocho acuarelas de colores y de pequeño formato: paisajes de cielos apenas insinuados. El artista se transforma luego y brinda tres acuarelas en tonos grises sobre el centro de San José, de filuda precisión, como Calle taxi, que nos hace recordar a otro maestro, Antonio López, con su La Gran Vía.
“Utilicé color cuando requería expresar alguna emoción. El color también funciona cuando un objeto presenta un color muy particular y sirve para su mejor descripción pictórica. El blanco y negro es una síntesis y un énfasis en formas, espacios y modos de iluminación, sin distraer con los efectos del color”, explica el artista.
“Parte de mi decisión se basó en la clase de pigmento; en este caso, 'negro lámpara', un tipo de negro de humo. Este pigmento es muy antiguo y se obtiene del hollín cuando se queman ciertas sustancias. El negro de lámpara contiene gran cantidad de carbono, y esto me gusta para pintar esas escenas de calles y vehículos en San José”, precisa Ureña.
Otras tres acuarelas de José Pablo, pero en colores, retratan vistas urbanas, como Perspectiva de parqueo y Geometría ordinaria. Precisamente, en Ureña, el opaco reino de las calles se transfigura en arte.
A su vez, Marco Arce presenta cuatro pinturas al acrílico y en gran formato. Los fondos son blancos, y los objetos-personajes flotan limpiamente. Un cuadro exhibe dos plataformas (sobre la inferior, unas máscaras). Por encima pasa la sombra de un bombardero invisible para los radares. El cuadro se llama 1996 y es la insinuación de la ominosidad de las guerras.
“Me interesan las alegorías”, expresa Arce y señala otra pintura, Fruto de la niebla, en la que se ve a policías de Grecia envueltos en fuego: el de las protestas debidas a las restricciones económicas que una crisis económica acarreó. “Fue una combustión histórica”, añade Marco.
En Gelatina providencial, un cielo blanco se posa sobre un cráter volcánico de colores trocados. Aves pequeñas giran en lo alto: “Ellas ven el vacío del cielo, y el blanco es la equivalencia del silencio”, expresa el artista. “Pinto con trapos más que con pinceles”, revela y señala los pasos de telas sobre las telas, cual brochazos mudos.
Andrés e Ignacio. La luz del atardecer entra por unas ventanas y vuela en curva como un ave para deshacerse en dos cuadros de Andrés Ramírez, de gran formato: esferas-ciudades, densas e intensas, agobiadas de detalles, planetoides obscuros e inquietantes. Uno podría dar la vuelta al mundo de techo en techo.
Ramírez confirma ser un dibujante que viaja entre el realismo y el delirio. “Mi obra podría definirse como ‘dibujo estructural figurativo’ por medio de la proyección en perspectiva. Procuro representar una imagen continua del espacio que lo rodea a uno en un momento congelado”, detalla el artista.
“Mis esferas procuran representar una visión completa de lo que nos rodea en un momento determinado, comprimido en una sola imagen coherente y continua”, añade Andrés.
Entre sus manes sitúa a Miguel Ángel, Monet, Mucha, Picasso y Escher: maestros, todos, de la dignidad que es el dibujo.
Por su parte, Ignacio Quirós estudia grabado y diseño gráfico en la UCR e integra el grupo Taller Rosa. Él presenta seis pinturas sin título en las que adultos y niños se reúnen, se miran y callan en colores planos. Los brochazos son mínimos: los necesarios para que los personajes sepan que están allí unos con otros. “Aquí vemos momentos en los que está por ocurrir algo, pero nadie sabe qué”, anota Luciano Goizueta.
“Me interesa que los personajes estén ubicados en un espacio, pero también que este espacio mantenga un carácter abstracto e indefinido”, dice Ignacio Quirós y agrega: “En mi trabajo hay una insistencia en la figuración”.
La serie de inspiradores de Ignacio es extensa: Alice Neel, Karin Mamma Anderson, Luc Tuymans, David Hockney, Max Beckmann, Peter Doig, Tim Eitel y Gerhard Richter. Ignacio estudia grabado en la UCR y es discípulo del artista Héctor Burke.
Diana y el argento. A su vez, Diana Barquero presenta dos series al óleo. La serie Coincidencias parte de escenas de filmes, las que Diana ha espiado en la obscuridad de un cine; las saca aquí a la luz, pero los personajes se niegan a entregar sus misterios.
Los rostros aparecen incompletos (¿cómo nos verán ellos?). Una cosa (un mueble, otra cara oculta) tapa las caras. Los sorprendemos en sus espacios interiores, y no les gusta.
Una segunda serie de Diana se titula La tierra de los otros y registra lugares urbanos echados al abandono: casas, talleres, exjardines, muros... Barquero revive los lugares de modo que las paredes renuncian a caerse.
A la par, pequeñas fotos intervenidas por la artista han retratado los mismos sitios, y fotos y pinturas conversan ante nosotros: urbanitas, somos partes del olvido de esos lugares.
“El abandono de estos espacios habla de nuestra historia, que se va perdiendo”, sentencia la magistral Diana Barquero, quien ha acumulado méritos y exposiciones en Costa Rica y otros países.
En un escrito de interpretación de la muestra, el filósofo Pablo Hernández Hernández escribe: “Desde las obras de Mutismo , un incómodo silencio nos aborda. Una especial forma de silencio aparece en este otro mirar. No es que estas obras de arte silencien algo o a alguien, sino que muestran imágenes que se relacionan con el silencio reflexivo, que puede ser intelectual, estético, terrible, in-tenso o afectivo”.
No sabemos cuál haya sido la edad de oro de la pintura figurativa costarricense (¿será esta?), pero, si hoy vivimos en su edad de plata, estos cuadros están hechos de argento. La joven maestría de esta exhibición lo confirma: aquí, en la Galería Equilátero, en el mutismo donde las paredes miran.