No es sino hasta bien entrado el siglo XX que Latinoamérica suma su voz al canon musical de Occidente. Muchos y distinguidos son los compositores que participan en esta tardía pero vigorosa toma de la palabra. Sin embargo, tres emergen con fuerza tectónica: Alberto Ginastera (1916-1983) en Argentina; Heitor Villa-Lobos (1887-1959) en Brasil, y Carlos Chávez (1899-1978) en México.
Su modelo fue Béla Bartók (1881-1945), el gran maestro húngaro, padre de la etnomusicología, quien recolectó y catalogó miles de melodías magiares, búlgaras, rumanas, serbias y bohemias, para luego incorporarlas a sus conciertos, sonatas, cuartetos (formas europeas bien establecidas por Haydn, Mozart y Beethoven).
El resultado es una música nacionalista al tiempo que profundamente universal, donde la impronta individual del creador se confunde con la tradición popular y la reverencia por los moldes europeos.
¡Feliz cumpleaños!
El 11 de abril celebramos el centenario del nacimiento de Alberto Evaristo Ginastera, hijo de padre catalán y madre italiana. Insistía en que su nombre fuese pronunciado “Yinastera”, esto es, con una ge fuerte (nosotros solemos pronunciarlo “Jinastera”).
“Una nación merece llamarse tal cuando al menos un gran artista la canta, la pinta o la expresa en su obra. Antes de eso puede ser tribu, horda o clan, pero no un pueblo, una nación”, dice Eduardo Storni. No hay duda de que Ginastera dio a la argentinidad carta de residencia entre las grandes culturas musicales de que el mundo guarda memoria. Nació en Buenos Aires y murió en Ginebra: entre una y otra, Ginastera surcó todos los caminos del mundo. En Tanglewood estudió con Aaron Copland, compositor americano por excelencia después de Gershwin.
El águila sobre su roca
De vuelta en Buenos Aires, Ginastera procedió a alfabetizar musicalmente a su país: fundó la Liga de Compositores, la Facultad de Música de la Universidad Católica, la Escuela de Altos Estudios Musicales Di Tella, el Conservatorio de La Plata en 1949 y su filial en 1951, posteriormente llamada Julián Aguirre, en Banfield.
Con todo este trabajo fundacional, ¿cómo le quedaba tiempo para componer? No lo sé, pero no hay duda de que lo encontraba: su obra es inmensa. Tres óperas ( Don Rodrigo , Bomarzo y Beatrice Cenci ), los ballets Estancia y Panambí , tres cuartetos para cuerdas, dos conciertos para piano, dos para chelo, uno para arpa y otro para violín, tres sonatas y un copioso corpus de música para piano –Ginastera era pianista–, las gauchescas Pampeanas , sus Variaciones sinfónicas , dos colecciones de Danzas argentinas , piezas para niños, música para órgano, guitarra y coro mixto a capela…
Mucho había en él de niño, un niño goloso, insaciable de música. ¿Sabían ustedes que arregló para piano canciones como Arroz con leche , Arrorró y Antón Pirulero ?
Pues lo hizo, y cuando son tocadas como bis suelen traerse abajo el teatro.
Itinerario por el siglo XX
Los estudiosos han convenido en estructurar la evolución de Ginastera en tres periodos: el nacionalismo objetivo (uso directo, literal, del material folclórico), el nacionalismo subjetivo (uso estilizado y abstracto del mismo material), y el neoexpresionismo (Ginastera travesea el método dodecafónico, su lenguaje disonante a ultranza, su universo carente de tonalidad). El último es el que menos bien lo representa. Nunca es tan grande Ginastera como cuando en su música (rítmicamente arrolladora, vanguardista, áspera, disonante, percusiva) cabe establecer claramente una tonalidad. Con frecuencia cultivó la bitonalidad, pero, en tales casos, una tonalidad termina imponiéndose sobre la otra, y le confiere a la pieza un sólido anclaje tradicional.
En Costa Rica
Nuestro país ha sido una buena caja de resonancia para Ginastera. Sus dos conciertos para piano fueron ejecutados por Hilde Sommer en 1974 (piezas brutalmente percusivas: diríase que el piano suena dentro de la jungla), el Concierto para arpa fue interpretado por Deborah Hoffman y Ruth Garita, sus Variaciones concertantes eran uno de los caballos de batalla de Gerald Brown, su Suite del Ballet Estancia y la Obertura el Fausto criollo fueron espléndidamente honradas por Irwin Hoffman, sus cuartetos y la totalidad de su música para piano han sido tocados por diversos músicos nacionales.
También la Cantata para América Mágica fue interpretada por la Orquesta Sinfónica Nacional en 1983, con Germán Sileski a guisa de solista.
Nuestro público ha recibido a Ginastera con entusiasmo, vibrando con sus ritmos barbáricos, con el folclor gauchesco que la irriga, con su estupendo e idiomático uso de cualquier instrumento que aborde. Por difícil que sea, su música pianística siempre es cómoda para la anatomía de la mano: es “ergonómica”, por así decirlo.
Barbara Nissman, alumna de Gyorgy Sandor, grabó su opera omnia para piano: en esta versión vemos cuán honda fue la impronta de Bartók sobre Ginastera. Por algo le decían “el Bartók argentino”.
El gran secreto
¿De dónde salió el “fenómeno Ginastera”? Es un secreto que yo, infidentemente, voy a revelar. Para la Navidad de 1920, cuando tenía cuatro años de edad, sus papás le regalaron una flautita de juguete, capaz de emitir solo siete sonidos. ¡Fue la epifanía musical de su vida! Constantemente entonaba melodías, y pronto comenzó a quejarse de la insuficiencia sonora de su instrumento. Y fue así como un regalo en apariencia banal selló una gran vocación.
Lo demás se lo proporcionó su entorno: el Teatro Colón de Buenos Aires le dio acceso directo al repertorio operático, y cuando ingresó a su primer conservatorio, se benefició de las clases de Alberto Williams, ¡quien había sido discípulo de Cesar Franck! Y no dejemos de mencionar lo que le dio el amor: su esposa, Aurora Nátola, era una gran chelista. Ginastera compuso una bellísima sonata y dos conciertos para chelo. “Alberto nunca compuso música fácil o efectista”, detalla la esposa de nuestro compositor. En efecto, aún las más telúricas de sus obras –el irresistible Malambo del ballet Estancia – viene de los más hondos estratos de su alma: no es música concesiva, diseñada para arrancar el aplauso mediante el bombardeo de miles de decibeles.
Ginastera es muchas cosas: el gran poeta de las pampas, el folclorista, el discípulo de Bartók y Stravinski en la complejidad y vigor de sus ritmos, el cultor de la bitonalidad (ya presente en Ravel, Prokófiev y Milhaud), y el cosmopolita creador de un lenguaje internacional, cuando optó por seguir el camino de Schonberg, Berg y Webern, con sus obras dodecafónicas. Un artista inmenso y, singularmente, cercano a nuestra Costa Rica.