Andrés Fernández andfer@gmail.com
E l lunes 11 de marzo de 1929, el periódico liberal La Nueva Prensa daba cuenta de un vergonzoso suceso de que había sido testigo San José el día anterior. Seguido por casi dos mil personas, el presbítero Rosendo de Jesús Valenciano había salido en procesión de protesta hacia el Templo Bíblico en construcción. Una vez en el sitio, Valenciano erigió un altar en plena calle, desde el cual ofició un servicio religioso en el que maldijo solemnemente a aquella “casa de herejía”. No obstante, agrega la nota periodística:
“Los que habían salido en aquella procesión desconocían la intolerante, inculta y sagaz intención que pretendía Valenciano, y al hacer repetir verbalmente su profesión de fe y excomunión frente al templo, de las dos mil personas, solamente 200 contestaban al padre, mostrando los más, cultura y al mismo tiempo desaprobación del bochornoso acto realizado en la ciudad”.
Evangelizando entre cristianos. A diferencia de las dos iglesias protestantes propiamente dichas –luterana o alemana, y anglicana o inglesa– que se hallaban presentes en el Valle Central desde la primera mitad del siglo XIX, los evangélicos solo empezaron su labor aquí en 1921.
Hacia 1920, Enrique y Susana Strachan, jóvenes misioneros británicos de la Latin American Evangelization Camping residentes en Argentina, habían emprendido una gira continental que, después de llevarlos por diversos rincones de América predicando sus creencias, los había traído a San José.
Nuestro pequeño país les había interesado por su clima y por el hecho de tener ferrocarril hacia los puertos del Pacífico y del Atlántico, lo que les facilitaría sus viajes por barco y por tren hacia las principales ciudades del área. Una vez aquí, los Strachan fundaron la obra evangelizadora que llegó a conocerse como la Misión Latinoamericana (MLA).
Así, entre abril y mayo de 1922, después de algunas experiencias similares en Guatemala y El Salvador, la MLA lanzó su primera campaña evangelizadora en San José, que duró nueve días. Las prédicas –anunciadas como conferencias– estuvieron a cargo del argentino Juan C. Baretto como orador principal. El céntrico Teatro América se alquiló durante varias noches para realizar las primeras reuniones
También se hicieron otros encuentros en las dos iglesias afines existentes en la capital, la Centroamericana y la Metodista, mientras que los periódicos de entonces dieron cuenta del impacto que causaron y de la cantidad de público de los más diversos estratos sociales josefinos que asistió a ellas. Por lo demás, no se presentaron incidentes con el clero.
En 1923, la MLA dio otro paso adelante cuando la señora Strachan fundó la Escuela para la Preparación de Obreras, precursora del Instituto Bíblico Latinoamericano, que se crearía al año siguiente. Los estudiantes costarricenses de dicho seminario serían los encargados de llevar el mensaje evangélico a las áreas rurales del Valle Central, bajando también hacia el Pacífico y dirigiéndose luego al norte, hacia Guanacaste.
Una nueva campaña. Para 1927, las condiciones del movimiento evangélico ya eran muy distintas. Los avances alcanzados en medio país tras la actividad de 1922, habían alarmado a las autoridades católicas, y la situación se puso tensa cuando desembocó en persecución física de seguidores evangélicos.
En ese contexto, se lanzó una nueva campaña. Según el historiador Wilton Nelson, en las condiciones imperantes “fue imposible conseguir un local adecuado para [ella]. Ningún dueño de teatro estaba dispuesto a alquilar su edificio. Lo mejor que se pudo encontrar fue el patio de un depósito de maderas, el cual fue acondicionado para dar cabida a mil personas” ( Historia del protestantismo en Costa Rica ).
En esa ocasión, la prédica del orador principal, el pastor Ángel Arcilla, de la Iglesia Presbiteriana de Puerto Rico, atrajo cientos de personas al local ubicado frente al hotel Europa. Lo mismo ocurrió en Alajuela, mas no en Cartago, donde “los herejes protestantes no habían podido penetrar”, como se dijo luego en la conservadora ciudad.
El éxito de la campaña, reflejado en el aumento de conversiones, despertó en los Strachan el interés de construir un edificio más grande que el reducido local que usaban como capilla, para que sirviera como “centro evangelístico”. Con ese fin, se adquirió una propiedad en la esquina nordeste de la avenida 4 y la calle 6, a solo dos cuadras del parque Central.
Hasta entonces, había estado allí la vieja casa de un destacado varón de nuestra historia eclesiástica, el presbítero Domingo Rivas, y se derribó la vivienda para dar paso a la nueva edificación. Allí, el 6 de mayo de 1928, se celebró la ceremonia de colocación de la piedra angular del templo.
Según el periódico La Nueva Prensa del 14 de mayo siguiente, “en una caja de estaño, se colocaron un ejemplar de la Sagrada Biblia, los tratados bíblicos, numerosos nombres de fieles, los prospectos del Instituto Bíblico, fotografías del Instituto y algunas Capillas Evangélicas, Congregaciones y Graduados. Soldada la caja, fue depositada dentro de una fosa en la propia esquina y cubierta con la piedra fundamental”.
Edificación e imagen. “Los bíblicos” –como los llamaba la gente por el énfasis que se daba a la Biblia en sus prédicas– pusieron el diseño y la construcción de la obra en manos del ingeniero-arquitecto costarricense José María Barrantes (1890-1966).
Planeada como una construcción de concreto armado que serviría para reuniones masivas, despertó el interés del ingeniero municipal Fernando Cabezas por razones de seguridad; mas, realizadas las pruebas necesarias y revisadas las memorias de cálculo, se aprobó todo lo hecho y lo proyectado. Lo mismo ocurrió con la armadura metálica del techo, tipo “fink o belga”, que por primera vez se realizaba en el país.
En esencia, el edificio consta de dos partes: un ala administrativa de dos plantas al norte, y el gran salón de reuniones de doble altura, al costado sur. De cara al oeste, su fachada principal es simétrica y se desarrolla a partir de un elegante pórtico que –rematado por un frontón triangular flanqueado por dos pebeteros– alberga la puerta principal, elegante y decorado nicho de arco de medio punto.
Por su parte, la cara sur ofrece un acceso secundario al salón, al que la presencia de una entreplanta o mezanine brinda una acogedora escala. En general, se trata de una arquitectura ecléctica por tender a lo neoclásico, mas estilizada por la estética art-decó , que por esa época empezaría a hacer furor en el mundo.
El templo se inauguró el 5 de mayo de 1929. Refiriéndose a él, afirma Nelson: “Muy apropiadamente se llamaba “bíblico” [pues] en las paredes exteriores había textos bíblicos en relieve y por dentro el único adorno lo constituían versículos pintados con letras de tipo gótico”.
Con su construcción, la MLA dejó de ser una misión meramente institucional y tuvo que desarrollar actividades eclesiásticas, albergando allí a la congregación más grande que se había formado tras la campaña de 1927.
Dicha iglesia se constituyó formalmente el 3 de enero de 1930; desde entonces, pese sus avatares, el Templo Bíblico ha venido cumpliendo la función para la que fue creado; además, es un hito arquitectónico de la ciudad de San José.