Al fondo de una sala medieval se distinguen, como entre la bruma, unas letras luminosas que flotan en las alturas. Al traspasar ese umbral, el cielo se abre en una cúpula lechosa de tela blanca, cual capilla dentro del museo. Imponente, en medio de un silencio conmovido, señorea un extraordinario vestido de novia, y, en esta efímera “iglesia”, los amantes de la moda realizan su peregrinación anual para adorar las creaciones de la alta moda. En esta gran capilla, la cola del vestido se desborda en texturas como un mar de cristales y perlas.
Manus x Machina es el título de la más reciente exposición sobre moda abierta en el Museo Metropolitano de Nueva York, así como el nombre del escenario donde se muestran más de 170 trajes de maravillosa hechura: desde una fina colección de vestidos Delfos , de diminutos pliegues líquidos como cascadas de seda, hasta trajes imposibles elaborados con impresoras 3D, que nos recuerdan huesos o conchas artificiales.
Esta es la ocasión para acercarse (¡finalmente!) al trabajo original de algunos de los diseñadores más renombrados: Christian Dior, Karl Lagerfeld, Coco Chanel, Yves Saint-Laurent, Issey Miyake, Iris van Herpen… Fue tal el furor que ha causado Manus x Machina entre la crítica y los visitantes, que el Museo accedió a extender la muestra por varias semanas más, hasta el 5 de setiembre.
Los curadores se interesaron por la forma en que los diseñadores de moda han incorporado las tecnologías más novedosas a las técnicas manuales de la tradición en la costura. Sin embargo, Manus x Machina nos hace ver que la innovación tecnológica no es patrimonio exclusivo de nuestra época, sino que el ser humano ha incorporado distintos inventos y procesos a la creación textil desde hace ya mucho tiempo.
Así, encontramos las huellas de la Revolución Industrial en el encaje hecho a máquina que sustituyó su laboriosa producción manual, y descubrimos la innovación en las lentejuelas plásticas que reemplazaron a las que se elaboraban con gelatina, más frágiles.
El enfoque de Manus x Machina no contrapone el trabajo manual y la tecnología como enemigos mortales, sino que explora la forma en que ambas posibilidades de creación se unen y se separan en cada vestido presente entre las níveas paredes del museo.
Actualmente percibimos la mecanización de los oficios tradicionales de la costura como una terrible amenaza para su supervivencia, pero debemos notar que estos oficios constantemente incluyeron las mejoras que la tecnología pudo ofrecer: máquinas de coser, tintes artificiales, telas sintéticas, cortes con láser, diseños por computadora...
Los extraordinarios trajes de Manus x Machina prueban que el espíritu del couturier es insustituible, como lo expresa el curador de la muestra, Andrew Bolton: “El mediador entre la mano y la máquina debe ser el corazón”.
La enciclopedia de los oficios
El vestíbulo de la exposición nos da una pista importante sobre el recorrido que seguiremos y sobre el enfoque particular de Manus x Machina : dispuestas alrededor del fabuloso vestido de novia, varias urnas exhiben ejemplares de la Enciclopedia de Denis Diderot. Este pensador francés pretendió compilar un catálogo razonado de las ciencias, las artes y los oficios que se practicaban a mediados del siglo XVIII, el de la Ilustración. En esta enciclopedia, los oficios manuales, incluso los relacionados con la costura, recibieron por primera vez la misma categoría que se le otorgaba a las artes y a las ciencias.
Así, en Manus x Machina se incorpora la trascendencia de los oficios manuales ( métiers , en francés) dentro de la organización de la muestra. Las maravillosas texturas que observamos en las creaciones de un atelier de alta costura requieren un trabajo muy minucioso, en el que participan varios talleres especializados.
Por ello, en esta exhibición se rindió homenaje a los oficios que aparecen en la Enciclopedia y que siguen siendo parte del trabajo en la confección: se exponen salas especializadas en el trabajo con plisados (diminutos pliegues de tela), encajes, marroquinería (confección en cuero), bordado, plumas y flores artificiales.
Adicionalmente, una sala se dedica a examinar las técnicas de confección mediante patrones de papel y prototipos en tela; estos últimos se conocen en el lenguaje del taller de costura como toiles . Este espacio ofrece admirables ejemplos de cómo el diseñador logra convertir una pieza de tela plana en un objeto de tres dimensiones, que puede acomodar a la perfección los volúmenes del cuerpo.
De ese modo, en nuestro paseo por este templo efímero de la costura, podemos recorrer el progreso de las técnicas que una vez unieron la mano y la máquina para crear vestidos extraordinarios. La forma en la que se ordenó esta muestra nos permite deleitarnos en cada detalle y comprender el esfuerzo que requieren muchas de estas prendas, elegidas con impecable gusto.
El barroco tecnológico
El elemento que seduce en los trajes seleccionados para Manus x Machina es la abundancia de las texturas. Cada vestido muestra una superficie extraordinaria, en la que la pericia manual y la innovación tecnológica han plasmado formas bellísimas, inquietantes o inusuales. Algunos trajes poseen tal abundancia decorativa, que nos sentimos frente al exceso barroco mediado por la tecnología.
La máquina recorta, hila y construye, mientras que la mano dispone con arte los pliegues, las cintas y las lentejuelas para crear una imitación de la Naturaleza que la supera con creces. Esta obsesión por el detalle se percibe en cada traje, escogido para convertirse en un estudio de cómo el ingenio humano y la maestría de la técnica pueden transformar los materiales más inesperados en bellísimos ornamentos para el cuerpo.
Una sala nos recibe con trajes erizados de pequeños tubos, hechos con simples pajillas plásticas, que prometen el murmullo de la lluvia al caminar. Al fondo, plumas de todos los colores y tamaños decoran enaguas y corpiños: las superficies se tornan sedosas, brillantes o esponjosas. Las lentejuelas remedan escamas, el cuero se perfora para imitar el encaje, diminutos pétalos y cintas se derraman sobre las enaguas para recordarnos un campo florido.
Hay vestidos cuya única textura es el pliegue repetido cientos de veces, como esculturas griegas o lámparas chinas; en otros, la gracia reside en las lentejuelas curvas que brillan como el nácar del que surgió, perfecta, la Venus mitológica.
Hay trajes que se deleitan en la delicadeza de las petits mains , las “pequeñas manos” de las costureras y bordadoras del taller de alta costura: las mujeres que llenan un vestido de diminutos cúmulos de cristal, flores en miniatura o lentejuelas en perfecta sucesión.
Finalmente, hay trajes cuya perfección solo puede provenir de la máquina, pero cuya poesía surge de la imaginación del diseñador. Es el caso de Kaikoku , el vestido flotante de Hussein Chalayan: el cuerpo está hecho de varias piezas de fibra de vidrio pintadas de dorado: de su superficie se desprenden “partículas” de polen hechas de cristales y papel. Estas pequeñas piezas despegan del traje como semillas que nos aparecen listas para sembrar nuevos vestidos.
Las variadas texturas de los trajes nos ayudan a reflexionar sobre la obsesión humana por decorarnos y por la fascinación que ejerce sobre nosotros el detalle perfecto de la creación manual. Manus x Machina será recordada como un magnífico tributo al ingenio humano y a su búsqueda constante de superar sus posibilidades técnicas.
Nos retiramos de este maravilloso santuario con el alma alivianada: sabemos que, al contrario de lo que nos dicen, el ser humano ha creado obras perfectas, que se esconden tras las puertas de los armarios en París.
El Costume Institute, la memoria de la moda
El Museo Metropolitano de Nueva York presenta cada año dos importantes exposiciones sobre moda, y la que se inaugura en primavera suele ser el plato fuerte. Estas exhibiciones no serían posibles sin el apoyo curatorial y la amplia colección del Costume Institute, un departamento del Museo que se dedica al estudio y la conservación de la vestimenta.
El acopio del Costume Institute incluye más de 35.000 piezas de indumentaria y accesorios, desde el siglo XV hasta nuestros días. La colección no se limita al atuendo femenino pues incorpora prendas infantiles y masculinas, así como ropa y accesorios que vienen de los cinco continentes.
El Costume Institute se inició en 1937 como un museo independiente. En 1946 se unió al Museo Metropolitano, y se convirtió en uno de sus departamentos curatoriales a partir de 1959. De ahí en adelante, distintos consultores y curadores han elaborado los guiones y han seleccionado las muestras para las exhibiciones; entre ellos estuvo la legendaria Diana Vreeland, editora de las revistas Vogue y Harper’s Bazaar .
Las exhibiciones del Costume Institute han abarcado temas muy disímiles, pero siempre relacionados con la vestimenta, como la influencia del punk , las reminiscencias de China en la moda occidental, la ropa que deforma el cuerpo, y el trabajo de diseñadores de moda muy reconocidos (Alexander McQueen, Paul Poiret, Coco Chanel y Charles James, entre otros).
El espacio que ocupa el Costume Institute dentro del Museo Metropolitano recibe el nombre de Anna Wintour Costume Center, debido a la temible editora de Vogue, quien preside las galas del Costume Institute.
La autora es profesora de Historia de la Moda en la Universidad de Costa Rica.