Desde muy temprana edad me gustó leer. Recuerdo un episodio escolar: la niña Flora Alfaro, mi maestra de segundo grado en la Escuela Tranquilino Sáenz Rojas , nos ponía a leer casi a diario desde que inició el curso lectivo. Cuando solicitaba voluntarios para leer en voz alta, yo siempre levantaba la mano porque ya sabía leer ‘de corrido’. Así que recibía la felicitación de mi maestra y la admiración de algunos de mis compañeros de clase. De alguna manera, desde mi concepción infantil, entendí que saber leer era muy importante; era una especie de llave que abría puertas. En lo particular, me abría la puerta del librero de la clase para que me entretuviera sin entorpecer la lección mientras la maestra dedicaba a practicar la lectura con otros compañeros.
Mi interés por la lectura y los libros, además, creo que tiene su origen en los hábitos lectores de mi mamá y mi abuela. Desde que tengo memoria, mi mamá lee todos los días el periódico completo . Yo comencé leyendo solo lo que me llamaba la atención, hasta que descubrí las tiras cómicas: Mafalda, Los Melaza, Snoopy y Charly Brown, Olafo el amargado, Garfield, Pepita y Lorenzo Parachoques, se cuentan entre mis primeros amigos de tinta y papel. La afición por las historietas, cómics y novelas gráficas es un placer que conservo.
A mi abuelita siempre la vi trabajando, pero en sus cortos ratos de ocio asiduamente tenía un libro en la mano: la Biblia, historias de santos, catecismos, Escuela para Todos, el Almanaque Mundial. Así que aprendí a leer de todo, pero también me aficioné por las obras de referencia, diccionarios y publicaciones periódicas, en especial por los libros con contenidos enciclopédicos.
El placer por la lectura y el amor por los libros –lo que a mis 18 años definía, en mis propios términos, una posible vocación profesional– me llevó a estudiar filología española en la UCR. En esta misma universidad tuve mi primera experiencia laboral como asistente de edición en dos publicaciones académicas: las revistas Káñina , del área de Artes y Letras, y la de Lenguas Modernas. Fue así como incursioné en el mundo editorial. Luego, desde hace nueve años, me desempeño como editora en la Editorial Costa Rica.
Parafraseando el título de un libro de Bernard Pivot, de oficio, soy lectora y editora. Y ser eso que llaman un lector profesional –la lectura asociada a la labor profesional– es una responsabilidad enorme y, al mismo tiempo, un gran placer.
Tengo la oportunidad de conocer obras que quizás solo el autor y un puñado de sus amigos más cercanos haya leído; de trabajar al mismo tiempo en la edición de una obra clásica (digamos, por ejemplo, Marcos Ramírez , de Carlos Luis Fallas ), a la par de una obra inédita de un escritor novel.
Además, por supuesto, sigo leyendo por deleite y para aprender. Soy asidua lectora de libros de narrativa (novela y cuento), ensayo y crónica, principalmente; también de álbumes ilustrados. Y para mantenerme al día con las tendencias de la industria editorial suelo estudiar manuales de edición y revistas especializadas como la española Trama & Texturas.
Parecerá una perogrullada, pero lo que más me gusta es leer. A pesar de los varios años trabajando en este oficio y de los cientos de manuscritos leídos, revisados y editados, me encanta la sensación de empezar un libro: es adentrarse en un mundo nuevo, siempre diferente, que te da la posibilidad de sorprenderte, de encontrar una historia que te enganche, que te atrape y te lleve en un viaje hasta el interior de sus páginas.