Víctor Hurtado Oviedo
S i los pericos conversasen, nos contarían qué hacen por aquí, subidos al brazo de un boxeador como el pájaro amigo de John Silver, el pirata que engalanaba con diabluras la isla del Tesoro; pero (aprendamos) los pericos son modestos, no hablan de sí mismos, y solo nos queda admirarlos en los admirables grabados de Hernán Arévalo Solórzano.
El artista ha abierto la exposición 25 años de improntas e identidades, compuesta de 60 grabados que ilustran aquella brillante trayectoria artística. La muestra se ofrece en la galería de la Escuela de Artes Plásticas, en el campus de la Universidad de Costa Rica. La muestra es parte de la celebración del vigésimo quinto aniversario del Centro de Investigación en Identidad y Cultura Latinoamericanas (CIICLA), de la UCR.
Hernán no es quien iba a ser cuando aún no era. El joven Arévalo estudió la especialidad de pintura en la Universidad de Costa Rica, pero al fin –por esas vueltas que nos da la vida– se dedicó al grabado en madera. “Me escapaba de las clases de pintura para ir al taller de grabado”, confiesa el fugitivo.
Entre sus maestros, Hernán recuerda a Francisco Amighetti, de quien fue ayudante; también aprendió de Rudy Espinoza y Rolando Garita, entre otros creadores.
Arévalo cultiva casi siempre la cromoxilografía (grabado en madera y en colores), y algo menos la xilografía (grabado en color negro). En este último caso, él dedicó muchas de sus obras a ilustrar libros, como Valses nobles y sentimentales, de José Marín Cañas (EUNED).
De los inicios (1989) del Arévalo artista, la directora del CIICLA, Eugenia Zavaleta, afirma: “En ese momento ya se vislumbraba su interés en plasmar imágenes que recogen manifestaciones tanto de carácter popular como de la llamada 'alta cultura'. Dichas expresiones fueron madurando y se han convertido en un amplio abanico de motivos, en el que se encuentran toros, gallos, diablos, esqueletos humanos, boxeadores y Cristos, entre otros”.
Colores y letras. Crucifixión (1989) es la puerta de madera que abre la exposición. Este fue el primer grabado en colores de Arévalo e integra una serie que incluye motivos cristianos. “En ese tiempo me interesaba mucho la teología de la liberación”, recuerda Hernán.
No son Cristos apacibles y seráficos, sino dolientes, clavados sobre maderos y atravesados por espadas. Junto a un San José flota un serrucho: amenaza, no instrumento de trabajo. En el otro lado del bien (el mal), Diablito con espada brinda un demonio faquíreo que ingiere esa arma.
Ya desde el/la génesis de la exposicion advertimos las tentaciones de este creador: colores intensos; figuras nerviosas y expresivas, y combinaciones extrañas (animales, personas y cosas que no se hablarían fuera del grabado). Aquí conmueve y grita un expresionismo que recuerda faces del poliedro Amighetti.
Las piezas monocromas exhiben motivos habituales en Arévalo: animales estilizados (gatos, perros, serpientes, peces, lagartos...), algunos en trozos, junto a órganos humanos (cierta mano volátil, algún pie solo y viajero...). Esto ocurre en Memorial y en Gato con pez . “Me gusta la ondulación de los gatos”, confía el creador.
Otras piezas monocromas son apacibles, como los tres personajes que tocan instrumentos en Nocturnos , homenaje a Frédéric Chopin. En La Torre de Abad, una mujer toca un violín junto a una gárgola. Esta pieza es parte de una serie dedicada al escritor Francisco de Quevedo, pecador místico iracundo que tenía propiedades en el pueblo de la Torre de Juan Abad.
La literatura nos escribe en otros grabados. Don Quijote anda por aquí: en El último Quijote y en Chumanga. El hidalgo extraviado presenta la cabeza de Quijano bajo un Sol estilizado, amerindio y mordiente de una flecha: símbolo guerrero de la anticonquista americana.
Los esqueletos claquean también en el arte de Hernán, como en Esqueleto. ¿Significa algo? “Tienen como otra vida que ha cruzado la muerte”, responde el artista.
Dies irae. “Una de las series preferidas de Arévalo es Comensales, de la que se exponen los grabados Pez rojo y Pez rojo III. En Pez rojo, un hombre muerde un pescado y porta una máscara africana, resumen de la cultura afrocaribe.
Otras máscaras surgen después, en grabados de boxeo. “Quise mezclar el boxeo con símbolos de la lucha libre, y también recordar cómo gente pobre encuentra una solución desesperada a sus necesidades en una violencia que puede llevarla a la muerte”, dice el artista.
Las piezas Versus, V. R. S. III y V. R. S. IV presentan boxeadores que pelean solos, pero, en el brazo, a uno se le posa un perico; a otro, un mono. En el minitríptico Obertura, un boxeador mete una mano en una bota vaquera: “Símbolo machista”, precisa Hernán.
Obertura brinda dos extremos monocromos: a la izquierda, una ciudad ardua con gente que espera una pelea de box; a la derecha, un boxeador solitario; en el centro, una pintura rupestre y en colores. ¿Por qué esa actitud irascible en muchos personajes? “Es por la vida urbana, asfixiante, que induce a la neurosis”, responde el artista.
Como decíamos hoy, este arte es la extraña yuxtaposición de seres: no se sabe bien qué hace un ave por aquí, una flecha por allá o un edificio por acullá. Letras invertidas (carentes de significado) vuelan en las obras: “Alusión a los grafitis urbanos”, aclara el creador, quien permite así que la sorpresa nos hable en monólogo incesante. Este es Hernán Arévalo, cazador de contrastes.
La serie Bestiario exhibe figuras de toros, caballos, gatos, gallos, calamares y pescados: a veces en corridas de toros, a veces en escenas domésticas. Cimarrón es un gato erizado, irisado, iracundo, y tal vez sea el nieto del de Conflicto entre gato y niño, cromoxilografía de Amighetti. La roja furia de los toros evoca también cromoxilografías del maestro Alberto Murillo Herrera, como las de la serie Las corridas.
Taller de artista. ¿Cómo trabaja Hernán Arévalo? Primero se le ocurre una idea, nacida de una escena que ha visto o que ha encontrado en un libro, como los de Alejo Carpentier. Luego traza bocetos (20..., 50...) de pocos centímetros; no emplea lápiz, sino marcador. Más tarde elige un boceto, lo termina y lo amplía en una máquina fotocopiadora.
Hernán toma la copia, la pone con la ilustración contra una madera, y cubre el papel con thiner hasta que la tinta se impregne en la tabla: queda así lista para trabajarla con la gubia; entonces saca líneas de madera para que al final pueda usar el grabado como un “sello” sobre un papel: la obra final.
Por cada color, el artista sigue el mismo proceso, pero “limpia” (quita) las zonas que no deben imprimirse para que solo se impregne un color. Arévalo usa hasta siete tablas para otros tantos colores. Un grabado de mediano formato le exige una semana de labor.
El profesor de historia del arte Carlos Guillermo Montero Picado opina: “Hernán Arévalo es discípulo de Rolando Garita, según palabras del maestro Juan Luis Rodríguez. Un momento importante fue su exposición de cromoxilografías Arte contemporáneo latinoamericano en perfil en Austria en el 2004. Su iconografía de acento simbólico oscila entre lo demoníaco y lo sacro: es un heredero del bestiario medieval”.
La periodista Ersilia Zúñiga anota que Hernán Arévalo ha participado, entre muchas otras, en exposiciones ofrecidas en el Museo de Arte Costarricense (MAC), Valoarte, Bienales de Grabado en Puerto Rico y Hawái, además de exhibiciones individuales en Francia, Alemania, Ecuador, Austria y Estados Unidos.
Arévalo obtuvo una Mención de Honor en el Salón Anual Francisco Amighetti de 1991, otorgado por el MAC. Se le han dedicado dos libros: Harévalo a todo color (EUCR, 2008) y Poesías, blanco y negro (Ediciones Perro Azul, 2002).
Según el artista Alberto Murillo, "la obra de Arévalo ha calado en la memoria gracias a su intensa y sólida producción, que se ha mantenido fiel a los principios del uso de líneas de contorno similares a las que dejan los marcadores de felpa acompañadas de múltiples planos de color”.
Hernán Arévalo precisa: “Con la pintura sufro, pero con el grabado disfruto”. En el año próximo expondrá una serie ampliada de grabados sobre el boxeo; para más adelante está el proyecto de crear grabados de altares barrocos. Hernán: haga más grabados, pare de sufrir y encandílenos con su arte.