El paseo Colón y la avenida segunda se convirtieron ayer en una pasarela de estética y política en favor de legalizar el matrimonio gay en Costa Rica.
Más allá de uniones civiles o sociedades de convivencia. No derechos parciales ni medias tintas.
La táctica de usar conceptos intermedios ha resultado infructuosa (o al menos insuficiente) y ahora los activistas usan la palabra que sectores religiosos no querían ver en boca de homosexuales: matrimonio. Así sin, atenuantes.
Inspirados por el avance de la figura de matrimonio entre parejas del mismo sexo en otros países, en especial en el potente Estados Unidos, los grupos organizados celebraron su desfile josefino como una declaración de intenciones: recoger unas 165.000 firmas para presentar un proyecto de ley de matrimonio.
Este debería presentarse en el Congreso mediante el formato de “iniciativa popular”, aunque no se prevé que llegue en este cuatrienio, según la diputada Carmen Muñoz, quien ayer encabezó la marcha, junto con la defensora de los Habitantes, Ofelia Taitelbaum.
“Ante tanta negativa, el movimiento se cansó y decidió dar el salto con el concepto del matrimonio”, dijo Muñoz.
La palabra matrimonio se vio en banderas, pintada en camisetas y escrita en pieles untadas de bronceador bajo el sol veraniego. La pronunciaron también los animadores de la tumbacocos y las consignas de un grupo político llamado Nuevo Partido Socialista, que pretende sacar diputado por Heredia en las elecciones del 2014.
También hubo carrozas, disfraces y shows de bailarines de bares gais. Vinieron activistas de Nicaragua, El Salvador y Panamá. Ayudaron a hacer más grande una manifestación que sorprendió incluso a algunos organizadores.
¿Cuántos eran? Suficientes para ocupar unos 300 metros con espacio suficiente para bailar, patinar o pasear los perros, uniformados muchos con banderas multicolores del “orgullo gay”.
Salieron del paseo Colón y acabaron al costado norte del Parque Central. El equipo de sonido, puesto por la embajada de Estados Unidos, competía entonces con las campanas de la catedral metropolitana llamando a misa.
A un costado de la tarima, Ivannia Chaves disfrutaba de su ambiente con optimismo. Estaba contenta también porque su mamá, Isabel Solórzano, la acompañaba sin que fuera un obstáculo el hábito color café de la Virgen del Carmen.
“Mi mamá no me apoyaba en esto, pero poco a poco ha visto que se trata de mis derechos. Creo que así van muchos en el país”.