
Más de 100 kilómetros de un sector fronterizo con Nicaragua, entre Tiricias de San Carlos y Remolinito de Sarapiquí, se encuentran al descubierto.
“Es tierra de nadie y paso de gran cantidad de indocumentados”, afirman vecinos.
Las razones son las mismas: en esa zona no hay policías.
Los oficiales destacados cerca de ese territorio, en Boca de San Carlos, a 600 metros del río San Juan, no tienen lanchas, vehículos ni caballos para realizar labores de vigilancia.
Al igual que en otros puestos a lo largo del San Juan, los dos únicos agentes asignados permanecen todo el día en la delegación.
De salir a patrullar corren el riesgo de perder los equipos de radiocomunicación, alimentos, armas, municiones y sus enseres personales a manos del hampa.
Para empeorar las cosas, laboran en un ruinoso edificio al que no dan mantenimiento desde hace más de 26 años.
El techo está en malas condiciones y, cuando llueve, tienen que colocar ollas, sartenes y vasos para recoger el agua que se introduce por el agujereado techo.
Además, las paredes interiores son “alimento” del comején y amenazan con desplomarse.
“Hacemos lo mejor posible pero no podemos ir lejos”, afirma el jefe del puesto de la Policía de Frontera, Adalberto Solano.
Aunque saben que los martes, jueves y viernes arriban varias lanchas con decenas de indocumentados nicaragüenses, no pueden evitar que ingresen a suelo costarricense.
“El problema es que no tenemos lancha ni carros; tampoco caballos, para recorrer la zona y eso nos ata un poco”, añade. El puesto está ubicado en una de las márgenes del río San Carlos y para cruzar, en caso de una emergencia, dependen de la generosidad de los vecinos quienes, algunas veces, “nos pasan en sus botes”.