Su trabajo son los números y los años en el oficio son recuerdos que, entre canas, risas y arrugas, tejen historias detrás de la lotería.
Su oficina no tiene paredes, es una esquina que los recibe con el frío de la madrugada y con el olor al esmog de la ciudad al mediodía.
El escritorio es una tabla de madera, por la que pasan cientos de clientes al día; el mismo sitio donde se comen el gallito de arroz y frijoles del almuerzo.
El chancero madruga y arma tertulias entre carcajadas con quienes llegan en busca de la suerte. Su jornada está llena de apuros, no es un oficio de vender papelitos; de eso puede dar fe Carlos González, quien es chancero desde hace 61 años, cerca de la parada de buses de Tibás, en San José.
“Como cualquier trabajo tiene su sacrificio; empecé cuando tenía 9 años, ayudando a mi papá. Aquí almuerzo, llevo sol, agua, aguanto necesidades y también sorteo a la Policía Municipal para que no me quiten la tabla, si voy al baño”, manifiesta González, quien confiesa que no le gustan las fotos.
Si los chanceros dejan en manos de algún tercero su tabla de lotería, se ven expuestos a que los policías municipales los dejen en paro obligatorio.
Carreras del oficio. El negocio demanda astucia, rapidez para hacer cuentas y “buena ‘pipa’ para evitar una mala jugada de compradores que meten lotería y billetes falsos”, cuenta Marina Bonilla quien tiene 32 años de buen galillo para vender los números.
A pesar del ajetreo y uno que otro dolor de cabeza que le ha dado la lotería, doña Marina dice que la lotería es su máxima razón de felicidad. “Yo soy feliz con la lotería, esto es lo que me ha permitido comprar las cositas que tengo”.
Con buen galillo y simpatía, los veteranos de los chances tienen clientes fijos y aprovechan las tardes para hacer tertulias de números y vender al precio que señala la Junta de Protección Social (JPS).
“La venta del gordo navideño va poco a poco, uno no tiene que desesperarse, hay que ser ordenados, tratar bien a la gente y ser honestos; si no, el que pierde es uno”, expresa Asdrúbal Murillo, quien junto a su esposa, Flor Jiménez, tiene 22 años de estar en el oficio.
De acuerdo con la Junta de Protección Social (JPS), el entero cuesta ¢60.000 y ¢1.500 la fracción. La entidad recibirá las denuncias por especulación a la línea telefónica 800-lotería (800-568-3742).
Cuando el sol se esconde, termina la jornada y algunos pagan ¢10.000 semanales de alquiler a comercios josefinos para que les guarden la tabla de madera.
En la carrera de los chances, los vendedores siempre están vigilantes ante la amenaza de los delincuentes. “Una vez casi me meten presa porque agarré a golpes a un maleante, y es que las leyes de este país creo que son muy malas; siempre premian al vagabundo”, considera Marina Bonilla.
Entre chistes, risas y el buen galillo, los vendedores de lotería anuncian número y serie y todos los días comparten nuevas historias con los posibles ganadores que la tómbola hará millonarios.