“¿Cómo es posible? A ver, dígame, cómo puede ser posible”. Lauro Colín, un anciano vecino de la localidad de San Juana Centro, se quita el sombrero y se pregunta cómo fue que el Chapo logró escaparse de El Altiplano. “Es el penal más… El número uno, el más seguro de toda la república”, le insiste Colín a la cámara del diario El País , de España.
Joaquín Guzmán Loera, el Chapo, el barón del Cártel de Sinaloa, el escapista de la prisión más estricta de México, el hombre que –tras la muerte de Bin Laden en el 2011– se convirtió en el más buscado del planeta, es un hombre extraordinario.
Literalmente: no es un hombre normal ni convencional. De acuerdo con la revista Forbes , su fortuna asciende a los $1.000 millones; el precio por su captura varía según la jurisdicción: en el 2001, el gobierno mexicano ofrecía 30 millones de pesos mexicanos (unos $2,3 millones, según el cambio de la época), mientras que Estados Unidos ofertaba $5 millones. Es, lejos de cualquier duda, uno de los hombres más poderosos del planeta, y su red criminal está valorada en unos $3.000 millones.
Sin embargo, el día en que fue capturado por segunda vez, en febrero del año pasado, el Chapo estaba reducido a un laberinto húmedo: el drenaje de la ciudad de Culiacán, la capital del Estado de Sinaloa. Para acceder a él, cuenta El País que el narcotraficante había hecho instalar un mecanismo que levantaba las tinas de los baños de hasta siete casas distintas. Así, lograba ingresar a una red de túneles iluminados y con pisos de madera, similares al que significó su escape de El Altiplano.
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“A las 20:52 con 13 segundos, se observa cómo el recluso se sienta en la cama y se cambia de calzado. Al levantarse, se dirige nuevamente hacia la letrina a ras de piso y la regadera, llegando al punto ciego de esta a las 20:52, 11 segundos. Se vuelve a agachar, y a partir de las 20:52 con 15 segundos no vuelve a aparecer”.
El martes 14 de julio, el señor Monte Alejandro Rubido García debió enfrentarse a una atronadora realidad. Él, Comisionado Nacional de Seguridad de México, era el primer responsable de la fuga del criminal más buscado del planeta. Dentro de unos años, Rubido García será personaje de novelas, series de televisión y películas: el hombre al que el Chapo burló.
Y lo hizo a vista del comisionado y del mundo entero. Durante esta semana, el metraje de una cámara de seguridad mostró los últimos minutos del Chapo antes de que se convirtiera, una vez más, en un prófugo de la justicia. Después de recorrer –a bordo de un vehículo motorizado montado sobre rieles– un túnel de kilómetro y medio que conectaba al mundo libre con su celda, el Chapo sacó la cabeza por una agujero en el suelo de una bodega en construcción, forrada en ladrillo gris.
Cuando la brisa de la libertad golpeó el rostro del mayor narcocriminal de la humanidad, es probable que este se haya reído. Tal vez con calma, tal vez con frenesí, pero risas. Como lo que es: un supervillano.
Como lo que es: el Guasón de la vida real.
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Tiene 58 años. Fue arrestado en Guatemala, en 1993, por quien es hoy presidente de ese país centroamericano, Otto Pérez Molina. Permaneció en la prisión de El Altiplano hasta 1995, cuando fue enviado al centro de Puente Grande, en el Estado de Jalisco; de allí escapó en enero del 2001, escondido en un carrito de ropa sucia.
Acumula 481.041 seguidores en Twitter, aunque es difícil asegurar si la cuenta es real o no –pese a que muchísimos medios en todo el mundo la han tomado como santa palabra–. Se cree que es bastante iletrado, apenas capaz de leer y escribir.
Las migajas de vida que deja allí donde se le vio han permitido reconstruir un poco su cotidianidad: no soporta pasar más de diez días alejado de sus hijas y tiene debilidad por el azúcar. En sus casas siempre cuenta con una banda caminadora –para mantenerse en forma– y botellas de whisky Buchanan’s, de 18 años.
Años antes de dedicarse al crimen, hizo su vida en el campo. Siguió los pasos de su padre, un campesino de Badiraguato, en los cerros de Sinaloa. Durante la década de los 80, con una veintena de años, comenzó a trabajar para Miguel Ángel Félix Gallardo, El Padrino, uno de los capos originarios del tráfico de cocaína y líder del Cártel de Guadalajara, quien le hizo un lugar en su organización. A partir de 1995, el Chapo se convirtió en la cabeza del Cártel de Sinaloa, una organización con presencia en España y diez países de América, capaz de mover, cada mes, dos toneladas de cocaína y 10.000 de marihuana. Estados Unidos lo responsabiliza por el 25% de la drogas consumidas allí.
$5 millones es el precio por la captura del Chapo Guzmán, el mayor villano del planeta, el fantasma. Mientras tanto, Lauro Colín, el vecino del penal de máxima seguridad, se sigue preguntando cómo es posible.