Durante más de tres décadas, casi todas las personas importantes en la política estadounidense han estado de acuerdo en que impuestos más altos para los ricos y el aumento en la ayuda a los pobres ha lesionado el crecimiento económico.
Los liberales, por lo general, han visto esto como una cesión que vale la pena hacer y lo argumentan al decir que tiene mérito aceptar un precio en la forma de un producto interno bruto (PIB) más bajo con tal de ayudar a conciudadanos necesitados. Los conservadores, por su parte, han defendido la economía de filtración de la riqueza de arriba hacia abajo en pequeñas proporciones e insisten en que la mejor política es rebajar los impuestos a los ricos, recortar la ayuda a los pobres y dar por un hecho que la marea creciente elevará a todas las naves.
Pero hay evidencia creciente para un nuevo punto de vista: que la premisa entera de este debate es errónea, que en realidad no hay compensación entre desigualdad e ineficiencia.
¿Por qué? Es cierto que las economías de mercado necesitan cierta cantidad de desigualdad para funcionar, pero la desigualdad estadounidense se ha vuelto tan extrema que está causando un enorme daño económico. Y esto, a su vez, implica que la redistribución –poner impuestos a los ricos y ayudar a los pobres– bien puede elevar, no bajar, la tasa de crecimiento de la economía.
Puede que uno se vea tentado a descartar esta idea como una ilusión, una especie de equivalente liberal a la fantasía de la derecha de que reducir los impuestos a los ricos aumenta los ingresos fiscales.
De hecho, sin embargo, hay evidencia sólida –procedente de lugares como el Fondo Monetario Internacional– de que la alta desigualdad es un fastidio para el crecimiento y que la redistribución pude ser buena para la economía.
Hace unos días, el nuevo punto de vista sobre la desigualdad y el crecimiento recibió un estímulo de Standard & Poor’s, la organización calificadora, mediante un informe que apoya la percepción de que la alta desigualdad es una molestia para el crecimiento.
La organización resumía así el trabajo de otra gente, no informaba sobre una investigación propia y no es necesario tomar su juicio como santa palabra (hay que recordar su absurda degradación de la deuda de los Estados Unidos).
El visto bueno de S&P muestra lo prevaleciente que se ha vuelto el nuevo punto de vista sobre la desigualdad. En este punto, no hay razón para creer que consolar al consolado y afligir al afligido sea bueno para el crecimiento, y sí buena razón para lo opuesto.
Específicamente, si uno mira de manera sistemática la evidencia internacional sobre desigualdad, redistribución y crecimiento –que es lo que hicieron en el FMI—encuentra que niveles inferiores de desigualdad se asocian con crecimiento más rápido, no más lento.
Lo que es más, la redistribución a los niveles corrientes de países avanzados (con Estados Unidos muy por debajo del promedio) se “asocia vigorosamente con crecimiento más alto y duradero”.
Es decir, no hay evidencia de que hacer más ricos a los ricos enriquezca como un todo a la nación, pero sí hay fuerte evidencia de los beneficios de hacer menos pobres a los pobres.
Pero, ¿cómo es eso posible? ¿No es cierto que poner impuestos a los ricos y ayudar a los pobres merma el incentivo para producir dinero? Bueno, sí, pero los incentivos no son lo único que importa para el crecimiento económico. La oportunidad también es crucial. Y la desigualdad extrema le quita a mucha gente la oportunidad de aprovechar su potencial.
Piénselo. ¿Tienen los hijos talentosos de las familias estadounidenses de bajos ingresos la misma oportunidad para aprovechar su capacidad –recibir la educación correcta, seguir el rumbo profesional apropiado—que aquellos que nacen en puntos más altos de la escala? Por supuesto que no.
Lo que es más, esto no es solo injusto, sino también caro. La desigualdad extrema significa un desperdicio de recursos humanos.
Y los programas gubernamentales que reducen la desigualdad pueden hacer más rica a la nación como un todo, mediante la reducción del desperdicio.
Pensemos, por ejemplo, en lo que sabemos acerca de los cupones para alimentos, que han sido blanco perenne de los conservadores que afirman que reducen el incentivo para trabajar. La evidencia histórica en verdad sugiere que la disponibilidad de cupones para alimentos de cierta forma reduce el esfuerzo laboral, en particular para madres solteras.
También sugiere que los estadounidenses que tuvieron acceso a los cupones para alimentos fueron niños que crecieron y llegaron a ser más saludables y más productivos que los que no lo hicieron, lo que significa que dieron un mayor aporte económico. El propósito del programa de cupones para alimentos era reducir la miseria, pero es válido suponer que también fue bueno para el crecimiento económico de los Estados Unidos.
Lo mismo, argumentaría, terminará por ser cierto para Obamacare. Subsidiar el seguro inducirá a algunas personas a reducir el número de horas que trabajan, pero también significará productividad más alta de los estadounidenses que finalmente están recibiendo la atención médica que necesitan, para no mencionar el mejor aprovechamiento de sus habilidades porque pueden cambiar de empleo sin temor a perder cobertura. Por encima de todo, la reforma en salud probablemente nos hará tanto más ricos como más seguros.
¿Modificará el nuevo punto de vista sobre la desigualdad el debate político? Debería. Resulta que ser amables con los ricos y crueles con los pobres no es la clave para el crecimiento económico. Al contrario, hacer más justa la economía también la hará más rica.
Adiós a la filtración de la riqueza de arriba hacia abajo; hola a la filtración de abajo hacia arriba.
Traducción de Gerardo Chaves para La Nación.
Paul Krugman es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y Premio Nobel de Economía del 2008.