Stacey Corrales tiene un estudio de yoga y un cuarto desocupado inscrito en Air BnB.
Esta plataforma, que opera mediante una aplicación para móviles y una página web, le permite alquilar el dormitorio a personas de otros países y obtener un ingreso extra.
A veces cobra $25 diarios y en temporada alta, $45, un ingreso significativo, porque alquila al menos 15 noches por mes.
Corrales es parte de lo que algunos teóricos han calificado como economía colaborativa, una nueva revolución tecnológica que ya se expande en el mundo en segmentos del mercado como la mensajería, el transporte y el envío de carga.
“Es un cambio de cultura en el que las cosas son de quien las necesita”, explica el abogado Elías Soley, quien es especialista en temas tecnológicos.
“Lo que es mío es tuyo”, coincide Jordi Torres, gerente regional de la firma mundial de hospedajes, que registra unos 5.000 domicilios en el país.
Y su crecimiento no para. Solo de enero a la fecha, la cantidad de reservas internacionales se ha incrementado en un 200% y el número de alojamientos en un 70%.
Esa situación preocupa al Instituto Costarricense de Turismo (ICT) pues la plataforma registra tanto a hoteles con permisos específicos para operar como a casas en las que sobra un cuarto, pero no han hecho ningún tipo de tramitología burocrática.
“Están percibiendo un ingreso sin pagar impuestos mientras que el hotel sí tiene que pagar todo. Eso es competencia desleal”, dijo Hermes Navarro, jefe de Atracción de Inversiones del ICT. En su criterio, el Ministerio de Hacienda se unió a su petición de investigar las casas inscritas en este tipo de plataformas y comprobar si tributan o no.
Modelo disruptivo. En Brasil y España, aplicaciones como Uber, que permiten el mismo tipo de intercambio entre choferes y pasajeros, han levantado huelgas multitudinarias de taxistas.
Mientras los taxistas cumplen con la regulación, los choferes registrados en Uber muchas veces no cuentan con los permisos que exige la ley, pero tampoco son un servicio tradicional. Por ejemplo, no siempre hay dinero de por medio, sino intercambios o trueques.
“Volvemos a las formas de organización más antiguas de la humanidad”, dice Soley.
José Navarro, dueño de una aplicación costarricense de envíos que funciona por medio de WhatsApp, se ha topado con varias limitaciones en el país.
Su plataforma, Go Pato, ayuda a la gente a adquirir los bienes que necesita. Desde ir a traerle champú al súper hasta llevarle una llanta porque se ponchó.
Ya funciona en todo el país, pero Navarro no ha logrado dar con una aseguradora que le ofrezca un seguro que se ajuste al sistema. Ahora está en conversaciones con firmas internacionales.
Tampoco encontró aquí un sistema bancario amigable para poder pagar en línea sin tener que pagar montones de dinero a cambio del servicio.
Por eso, el corazón de su negocio está basado en California. “Allá tenemos herramientas de comercio electrónico que aquí no hay”, argumentó Navarro.