Saber e intuir no son lo mismo. La mayoría de nosotros va por la vida creyendo que sabe, cuando en realidad apenas nos limitamos a intuir: intuimos que las cosas estarán mejor algún día, que los problemas se solucionarán. No son todos quienes se ensucian las manos en busca de respuestas para saber que eso será así.
Benito Floro sabe que hay una afición molesta, pero intuye que los resultados mejorarán pronto. Sabe que los resultados no han sido buenos, pero intuye que eso no ha sido del todo justo con el desempeño de su equipo. Intuye, también, que hay un enjambre de críticas revoloteando alrededor de su entorno, ansioso de aguijonearlo, pero sabe otra cosa: la vida le ha enseñado que el repelente más efectivo en contra de las voces malintencionadas es no escucharlas del todo.
“La presión de los medios solo existe si estás pendiente de ellos”, cuenta recordando una lección que le dejó su paso por el banquillo del Real Madrid, en el que Benito Floro se sentó entre julio de 1992 y marzo de 1994.
Sería fácil decir que aquella fue la etapa más grande de su vida –hay solo un puñado de clubes en Europa que juegan en la misma liga histórica que el Madrid; por encima de ellos, nadie–, pero Benito Floro no hace distinciones entre una camiseta y otra cuando rueda un balón por la pradera verde: en el fútbol –en su fútbol– pesan lo mismo un equipo semiprofesional que un referente de todos los tiempos, porque la pasión es la misma, la disciplina es la misma y el deseo de ganar permanece intacto.
Fueron esas convicciones las que lo trajeron desde Canadá, donde entrenaba al combinado mayor nacional, hasta Costa Rica, donde aterrizó el lunes 26 de diciembre del 2016. Un día más tarde, Benito Floro fue presentado ante una multitud de aficionados de la Liga Deportiva Alajuelense que abarrotaron dos graderías del estadio Alejandro Morera Soto para saludar a su nuevo timonel.
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Benito Floro sabía que las expectativas eran altas. Desde el noveno lugar de la tabla de clasificación del Verano 2017 –luego de 13 fechas disputadas–, intuye que puede cumplir con ellas.
Fútbol total
La cabeza de Benito Floro siempre piensa en fútbol. Cuando bajamos de un carro para que él y su esposa, Flora Esteve, pudieran ver un campo de flores a las faldas del volcán Poás, el técnico susurra, no sé si para mí o para sí mismo, que “aquí cabrían tres campos de fútbol fácilmente, eh”.
No en vano cuenta que le gusta la pintura, que le gusta leer, que quiere terminar de escribir un libro, pero que lo que más le gusta es repasar los videos de los partidos que disputan sus equipos. El fútbol, para Floro, es más pedagogía que pasión; es más empeño y orden que euforia; es trabajo, trabajo, trabajo.
Es más saber que intuir.
“Hay una idea de que los entrenadores somos unos rompejuegos”, cuenta. Menciona un libro de referencia, Dinámica de lo impensado , del periodista deportivo Dante Panzeri, que nació y murió en Argentina durante el siglo pasado. “Es 80% un palo a los entrenadores, que aburrimos el fútbol, que lo encorsetamos. Hacia el final del libro, Panzeri se pregunta qué haría él. ‘Orden, orden, orden’”, cuenta Floro y se ríe: “Es una contradicción”.
Floro defiende, en cambio, que el fútbol es como componer una obra musical o pintar un cuadro: “Es la unión de la intuición de todos los futbolistas. Improvisar es relativo: el futbolista rara vez improvisa, sino que hace lo que ya sabe hacer. Un futbolista tiene una intuición de hacer un desmarque que cree que puede hacer. Es una intuición que se repite mucho. Un buen entrenador”, agrega, “une las intuiciones. Origina una ilusión de juego conjunto”.
Floro es tan comedido como elegante. Dentro y fuera de la cancha, sus personalidades son en apariencia dispares: en el banquillo, o en las conferencias posteriores a los partidos, es de pocas palabras y pocos gestos; al recibirnos en su casa, sin embargo, se muestra simpático y abierto, encantador incluso. En ambos casos, el común denominador es la parsimonia. Floro conversar como dirige: pensando muy bien cada movimiento, cada palabra, cada estrategia.
“Yo desde muy joven era un técnico en la cancha”, cuenta, rememorando los tiempos cuando se calzaba los tacos –llegó a jugar en categorías semiprofesionales en España–. “Jugaba de hombre libre y dirigía las consignas del entrenador en la cancha. Aún siendo más joven que los demás, me nombraron capitán porque yo estaba atento a lo que decía el profe”. La pedagogía, admite, se lo dio bien desde siempre.
En un lugar
Siempre comenzó cuando Benito Floro tenía, según sus propias estimaciones, unos cuatro años. Vivía con su familia en un pueblo de La Mancha, “cerca de donde comienza El Quijote ”, llamado Villarreal. En un pueblo vecino había un castillo, y la ilusión de él y los demás niños del pueblo era ir a verlo, pese a la negativa de las madres del lugar.
“Un domingo por la tarde decidimos mis amigos y yo; era una tarde soleada, bonita”, cuenta. No tardaron las madres de los niños en pegar el grito al cielo y obligarlos a volver. Así que el grupo dio media vuelta y se fue a estacionar en un campo donde se limpiaba el trigo tras la cosecha. El plan: jugar a tirar piedras a los palomos.
Entonces, ocurrió la casualidad que marcaría para siempre la vida entera de Benito Floro.
En una era de tierra, había unos 20 o 30 jornaleros, vestidos con sus polainas de fin de semana, jugando un partido con una pelota de goma. Las porterías eran dos mojones de tierra, y un hombre con ropas distintas pitaba. Los hombres jugaron hasta que la pelota se rompió. Los niños quedaron cautivados por la actividad. “Supimos que eso era el fútbol. Desde ese momento, jugábamos donde fuere”.
Han pasado seis décadas, pero Benito Floro nunca dejó de pensar en fútbol.
No es lo mismo saber que intuir.
En el reino de la intuición queda pensar que, de no haber visto a aquellos jornaleros jugando con una pelota de goma, Floro no hubiera pasado sus años de colegial jugando fútbol (y baloncesto, balonmano, atletismo y, sobre todo, volleyball ); que, de no haber sido por aquella casualidad, Floro no hubiera entrenado a más de una docena de equipos en España, de todas las categorías, así como otros en Japón, México, Ecuador, Marruecos, Canadá y, desde el 27 de diciembre del 2016, Costa Rica; que, si no fuera por una aventura a los cuatro años, a los 64 Benito Floro no tendría en su curriculum al Real Madrid y a la Liga Deportiva Alajuelense.
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Habas cocidas
De no ser por un desliz en la última fecha del torneo de 1992-1993, cuando el Real Madrid dejó ir la liga, Benito Floro podría decir que ha ganado los títulos de las siete categorías del fútbol en España. Hay que decirlo: pasar de equipos de barrio a ser protagonista de tercera y segunda división con el Albacete puede sonar emocionante, pero dar el salto al Real Madrid da vértigo.
No así para Benito Floro, en cambio. Sí, el escenario es más grande. Sí, las exigencias son las mayores. Sí, las luces brillan más. Pero impresionarse, jamás.
“Siendo yo entrenador del Albacete en segunda división, el Madrid tuvo una crisis y estuvo a punto de contratarme”, revela. “El equipo tomó un respiro, pero faltando dos meses para terminar la temporada vinieron a mí para contratarme. Les dije que por dos meses no iba a dejar al Albacete, que además estaba en muy buena racha y a punto de subir a Primera. Les dije que no. El presidente del Madrid, Ramón Mendoza, me felicitó por negar a un club tan grande por respeto a la afición del Albacete”.
Sucede que, cuando las ganas de ganar se mantienen intacta, la magnitud del escenario importa poco. Para Floro, entrenar a equipos juveniles cuando comenzaba su carrera fue enorme. Dice que, para él, los problemas y alegrías de un equipo chico y uno grande son las mismas. “Si no tienes esa mentalidad, sufres el 80% del tiempo y disfrutas muy poco. Si mantienes la misma ilusión, acabas por lo menos 50-50”, se ríe.
En todas partes cuecen habas, dice Benito Floro. Es decir, que el fútbol –como cualquier otra actividad pública– es igual en todas partes del mundo. Lo sabrá él, que ha recorrido el planeta de banquillo en banquillo, entrenando a equipos tan dispares como el Albacete de España y el Vissel Kobe, de Japón; como la Selección Mayor de Canadá y el Monterrey de México –uno de sus momentos favoritos de su carrera, cuenta, por el apoyo incondicional de la afición–.
“Las personas somos celosos en todas partes; somos envidiosos, deseamos el fracaso del triunfador, aunque sea nuestro hermano. Nos comparamos muchísimos”, reflexiona.
“La mayor enseñanza que me ha dado el fútbol es admitir a ti mismo cómo eres, ser feliz con lo que eres, valorar lo que tienes”.