Un día sí y el otro también, es la misma lacrimosa cavatina: “¿Seremos capaces algún día de repetir le proeza de Brasil 2014?”. “¿En cien años, tal vez en doscientos?”. Criaturas de poca fe, que somos. Y nos hundimos en la cabanga, en la reminiscencia nostálgica de nuestras añejas glorias. A lo cual yo digo: ¿para qué repetir la hazaña de Brasil 2014? ¿No sabemos ya lo que es llegar a cuartos de final invictos? ¡Ahora lo único que procede es superar esa marca! ¡Cualquier otro resultado sería inaceptable!
En Italia 1990 escalamos el Monte Blanco. En Brasil 2014 doblegamos el Aconcagua. Para Rusia 2018 nuestra meta debe ser el Everest. Alcanzar la semifinal, o quizás —¿por qué no?— la final, y una vez allí, hacerle el amor a la victoria, y alzarnos con el campeonato mundial. ¿Irrealista? ¿Una quimera descabellada? ¡Todo gran triunfo comienza con un sueño! Pero hay que saber soñar correctamente: comprender desde el fondo de la sangre, de las vísceras, del alma, la magnitud de nuestra aspiración: sí, esta vez vamos, por decir lo menos, por un cuarto o tercer lugar.
¿Para qué repetir la saga de Brasil 2014? ¡Eso ya lo vivimos! Volver a caer en cuartos de final significaría inmovilismo, estancamiento, estatismo. No habría habido progreso, y repetir una marca sería percibido como involución, como retroceso (por cuanto los demás nos pasarán por delante). No, no, no: urge replantearnos el sueño de Rusia 2018: eso que tantas personas invocan como meta (volver a alcanzar los cuartos de final, ojalá derribando a algunos gigantes en el camino) no puede ya a estas alturas constituir nuestro combustible espiritual. Reeditar la marca de 2014 representaría una decepción, y un viraje hacia atrás. Un fracaso: eso es lo que sería. El conformismo, la mentalidad del país chiquitito, el contentarse con poca cosa constituye la definición misma de los perdedores, de los residentes de Liliput.
El poeta francés Lamartine decía: “A los países pequeños les basta con un genio, un héroe y una gran figura política por siglo”. Nosotros debemos demostrar que no nos conformamos con un buen campeonato por siglo. Los sueños son necesarios: son ellos quienes irrigan nuestra existencia. Solo asegurémonos de soñar el sueño correcto.