“Estamos ante un nuevo monstruo, no solo para ganar etapas, sino para intentar llevarse la Vuelta a Costa Rica en el futuro”.
Era 2011 y la frase venía de Albin Brenes, rebosante de alegría en aquella tarde liberiana cuando, con 20 años, su nuevo prospecto le llenó el pecho de orgullo.
Pablo Mudarra, debutante en la vuelta grande, culminaba con un endiablado sprint la conquista de la segunda etapa y le demostraba a propios y extraños que el BCR-Pizza Hut volvía a la carga con otra camada de talento.
Era él, otro nacido en Cartago, el llamado a volver a revivir las viejas glorias pizzeras, el nuevo campeón que hace tiempo buscaba el técnico Brenes tras las dolorosas partidas de otras leyendas como Federico Ramírez, José Adrián Bonilla, Gregory Brenes o el mismo Andrey Amador.
Es 2013, el equipo rueda en una mañana más de entrenamiento cuando se desata el rumor de un correo, una notificación de la UCI, tres ciclistas, la catástrofe.
“El primero en ver el correo fue Allan (Morales), luego fue Paulo (Vargas), después Albin me llamó a mí, cuando revisé el correo él empezó a llorar, yo lloré, fue durísimo”.
“Esto es lo que uno hace, lo único que sabe hacer y que se lo quiten es muy duro. Uno luego piensa en todo lo que pasó, en por qué se hizo... Son cosas que pasan, uno no tenía la experiencia ni la madurez para dimensionar lo que estaba haciendo”, reconoció el pedalista.
Ahora, con la ilusión de la meta lejos y sin ninguna profesión a qué echar mano, Mudarra apura el paso para acabar su curso de masoterapia, una “extra” que el equipo le ofreció para salir adelante.
“Yo no sé mecánica, lo único que he hecho es ayudarle a Paulo y Allan a lavar bicicletas pero me ofrecieron los masajes, quiero aprender porque además hace falta, yo tenía el salario más alto, pero uno aprende a vivir así”, finalizó.