03 de octubre del 2012. pintor Tomas Snchez entrevistado para Ancora. (albert marin)
El escritor cubano Froilán Escobar suele recitar versos del poeta cubano Eliseo Diego que parecen sonar a los cuadros del pintor cubano Tomás Sánchez: “En la Calzada más bien enorme de Jesús del Monte, / donde la demasiada luz forma otras paredes con el polvo, / cansa mi principal costumbre de recordar un nombre”. La demasiada luz como el amanecer de los colores; las sombras y los árboles como bosques de recuerdos de sitios que nunca hubo: son los cuadros más bien enormes de Tomás Sánchez, y se posan sobre las paredes de la casa del artista –su principal costumbre–.
“Este cuadro se llama Adoración y muestra a un hombre que adora un árbol”, dice Tomás Sánchez. El lienzo, que aún pinta, parece listo, y un paisaje (que no existe) podría buscarse en él como en un espejo. Sánchez es minucioso, exacto, realista de una irrealidad. “Pinto estados de la conciencia que experimento en mis meditaciones de yoga”, indica.
De lejos, su casa parece un palomar que ha volado hasta un cerro de Escazú; por dentro es como una catedral alegrada con vidrios y “demasiada luz”. Debajo, tras un aire de cristal, San José se extiende como un mantel lanzado sobre las ondulaciones de un valle.
En la tradición. Tomás Sánchez se detiene ante otro lienzo de gran formato: Pensamiento nube . En el mercado mundial se cotizará en sumas que se alzan como la nube que casi se mueve en el cuadro. La nube representa un pensamiento intruso que abre la puerta del sueño de la meditación; intenta distraer al yoga, pero fracasa y pasa.
“Soy muy figurativo. Comienzo imaginando una abstracción y termino pintando un paisaje”, explica Sánchez. Por supuesto, su arte no cayó del cielo, sino que vino de la tierra: de su tierra, donde el paisajismo ha sido una noble tradición.
A tal herencia cubana –como la de Leopoldo Romañach–, el pintor suma el influjo del naturalismo francés, de la escuela norteamericana del río Hudson y del alemán Caspar David Friedrich, entre otras deudas. “Sin embargo, también me gusta el arte abstracto, y Mark Rothko y Antonio Tàpies han influido sobre mí más que la mayoría de los paisajistas”, confiesa.
Tomás Sánchez reside en Costa Rica desde 1999. Es uno de los nombres más altos del arte Hispanoamericano, y sus obras se subastan en Sotheby’s y en Christie’s, donde también se venden cuadros que él dona a fin de reunir dinero destinado a proyectos humanitarios.
“Pocos me conocen aquí”, revela Tomás, y esto lo complace pues en Costa Rica se mueve dentro de la bendición de un casi anonimato que le esfuman sus admiradores cuando él arriba a ferias de arte en México, Nueva York y Miami. “Una vez pasó dos horas firmando autógrafos”, dice una amiga del pintor.
Geografía imaginada. Tomás Sánchez comenzó pintando cuadros de un expresionismo burlón y popular, y estampó también escenas religiosas, crucifixiones, algunas ambientadas en calles de pueblo y pasadas por el cristal de la ironía contra quienes dicen (solo dicen) ser cristianos. Tomás es espiritual, pero no sigue un credo, sino una actitud de amor por la vida y la naturaleza. Su obra es un panteísmo de espacios y colores.
“No me gusta que digan ‘el pintor paisajista Tomás Sánchez’. Mis lugares no existen. Cuando yo pinto esta escena, pienso en Tortuguero o Sarapiquí, pero el resultado es otro. Yo represento elementos de la naturaleza para transmitir estados de expansión de la conciencia”, añade el artista y prosigue:
–Entonces siento que mi cuerpo está dentro de mí, no yo dentro de mi cuerpo. Pierdo la noción del tiempo y llego a un intenso estado de felicidad. Así percibo todo y cada detalle: de golpe, hecho de luz.
Sus cuadros nos llevan a una geografía fantástica. En sus obras hay otros mundos, como una Lahsa de cromatismo tropical: árboles altísimos, bosques que tapizan la curva del mundo, azules que flotan sobre mares, y, a veces, personajes mínimos, como frutas caídas de las ramas o surgidas de la tierra.
El taller. “Nadie escapa al embrujo de Tomás Sánchez: cuanto más conocemos su obra, más la amamos y más seguros estamos de que, si de veras el mundo merece ser hecho de nuevo, es por que se parezca lo más posible a su pintura”, ha escrito Gabriel García Márquez, su amigo, en el prólogo de Tomás Sánchez , el libro majestuoso que Edward J. Sullivan (director del Departamento de Bellas Artes de la Universidad de Nueva York) organizó para la editorial Skira, de Milán.
Tomás nos guía por otras habitaciones, y sigue explicando cosas con su acento, paisaje hablado de Cuba. Llegamos al taller: alto y lucífero, donde podría volar un águila. Sobre una tela, un ayudante, Eliécer Rodríguez, pone bases de colores y traza elementos que Sánchez abordará luego para darle precisión, totalidad, como los maestros del Renacimiento.
–Yo diseño la composición, Eliécer plantea los fondos, y yo ejecuto luego el acabado. Es invaluable la ayuda que me da, y, al mismo tiempo, él aprovecha la experiencia.
Estos cuadros nos llevan al “otro” Tomás Sánchez: quien pinta dilatados basureros de ciudad; mejor: son ciudades ellos mismos por su abrumadora extensión y sus miles de detalles. Tomás mira y piensa; es muy exigente con sus obras, y hoy le gustan poco las que pintaba no hace muchos años.
Los basureros y una sola cultura. He aquí las mismas dimensiones de sus paisajes, donde el horizonte huye con nuestra vista; pero esto ya no es la paz de la vida, sino la parálisis de la muerte que el ser humano infiere a la naturaleza con su consumismo feroz.
Caído, en diagonal hacia quien mire, un hombre parece crucificado sobre la basura como sobre un Gólgota del fin del mundo. “Se llama Hombre crucificado en el basurero : es la especie humana acosada por el desastre que ella ha causado”, manifiesta el pintor y añade:
–No hay una tradición de pintura de basureros. En ellos aplico estructuras renacentistas usando la regla de oro; después, sobre la estructura, armo el cuadro. Este me lleva un año y medio.
”Me preguntan cómo puedo hacer dos cosas tan diferentes: paisajes y basureros; pero puedo y, además, lo necesito. En el comienzo, mi interés por los basureros fue estético: un gran basurero es terrible, pero es impresionante por la cantidad de objetos, de color...
”En ellos también pinto estados de la mente que se producen cuando el ser humano anhela cosas: más quiere cuando más tiene, y más basura genera, y esta obsesión le ensucia la mente. Este otro cuadro incluye una puerta, pero la basura no deja entrar. Sin embargo, al final habrá un punto de la luz, una esperanza”, adelanta el pintor.
Sánchez viaja a Cuba y a Miami, ciudad donde se celebra su arte. A la vez, su obra ha sido “recuperada” oficialmente en la isla y se expone en edificios públicos. “Hay una sola cultura cubana, que la política ha intentado dividir”, opina.
Tomás Sánchez es un hombre del presente y, por la anchura de su alma, es el cubano del futuro. La demasiada luz del aire gira en el taller y se hermana con las irradiaciones que surgen de los cuadros: es su principal costumbre.