Un par de sillas de inesperados usos, retazos de tela hechos pasar por ropa y un paraguas son suficientes para que Clément Chaboche y Guillaume Le Pape se inventen un mundo. Ambos intérpretes de Dos à Deux ofrecen, con 2ème acte, una obra basa en Samuel Beckett que se desborda de calidez.
Como en Esperando a Godot , los dos personajes –Didi y Gogo– solo cuentan el uno con el otro para soportar una espera cuya razón jamás es explicada. Su acto es prácticamente mudo: depende de las habilidades físicas de ambos artistas para relatar una enérgica prueba de imaginación.
Un poema burlesco en clave de danza, 2ème acte, se presentó este viernes en el Teatro de la Danza, como parte del Festival Internacional de las Artes. Esta noche se presentará, nuevamente, a la misma hora.
Ritmo. La coreografía fue creada por Artur Ribeiro y André Curti, padres de la compañía Dos à Deux. Su propuesta se basa en una combinación de elementos del teatro, la danza, mimo y clown . Con las nueve coreografías que han desarrollado, han conseguido presentarse más de 300 veces en festivales alrededor del mundo. El acto que traen al FIA fue creado en el 2013.
Al inicio, solo se escuchan grillos en la sala. Es un anuncio del silencio en el cual se desarrolla la mayor parte del espectáculo. La gran herramienta con la que cuentan para narrar su historia es una silla–escalera que, a su antojo, hace las veces de podio, coche y cerca.
Didi y Gogo se acercan y se alejan, se abrazan y se golpean, compiten y se acercan, gesto a gesto, a una paciencia que no les alcanza para aplacar su aburrimiento.
Quien no se aburre es el público: el Teatro de la Danza, a medio llenar, aplaudió y rió con cada ocurrencia que ejecutaban con gracia y ágil ritmo. Solo intentan decir dos palabras: “Es probable”.
Se trata de un espectáculo sencillo en el que se pone a prueba el tino cómico y la resistencia física de los intérpretes. Sobre las tablas únicamente tienen unas ramas y objetos que sacan de sus ropas. Sorprendieron cuando uno se montaba sobre el otro para desplazarse por el escenario y continuar batallando.
En la obra, hacen de su vestimenta raída cobijas y velos, lavados con escupitajos y colgados en un tendedero improvisado con su preciosa posesión, la cuerda.
Lo intentan, pero no pueden: estar uno sin el otro les resulta insoportable aunque, en cuanto se topan uno frente al otro, pasan retándose a manejar con mayor presteza sus fósforos, sombreros y latas. Tras esta breve muestra de humor, queda la calidez de su contacto.