No nos referimos esta vez a La Nación, aunque también; nos referimos a cierto género de la literatura y de la vida, que es el diario personal ; es decir, ese confesionario portátil donde el pecador, al sincerarse, busca su propia absolución.
El diario personal es la novela del yo en la que ya sabemos quién es el inagotable protagonista.
Los cultos usan palabras raras, que para eso están –los cultos y las palabras–, y dicen ‘dietario’ al diario personal; mas ‘dietario’ sugiere cierto aire a historia del Parlamento japonés, de modo que ‘diario’ sigue siendo más certero y más ‘amigable’, como dicen los informáticos cuando quieren decir ‘manejable’.
Se tiene el diario del inglés Samuel Pepys (1663-1703) como uno de los primeros memorables, y lo sigue el diario de otro inglés y otro Samuel: Johnson (1709-1794), autodidacto que se hacía llamar ‘doctor’ a pesar de lo mucho que sabía.
Johann Eckermann llevó un diario de sus conversaciones con Goethe, que no le gustaron a Borges, que fue personaje de un diario de Bioy Casares que no gustó a mucha gente; y es que uno no puede agradar a todos aunque se haya tomado el trabajo de estar muerto.
Tras la cerca del lado vive un género similar: las memorias , que nos han dado bellos libros de ficción. Bajo la forma de confesiones , Rousseau urdió sus memorias. La confesión era una flor que arrancaban los verdugos; hoy es literatura.
Las memorias son libros en los que el autor sale peinado. Algunas memorias se estamparon para que otros las leyesen después de haber muerto el autor. Esto prueba que se escribe para la posteridad cuando se sufre la incómoda sospecha de que el presente está en otra cosa.
Las memorias póstumas son los libros viudos de su autor, como las del viceconde de Chateaubriand.
Él escribió sus Memorias de ultratumba , de intención póstuma, mas las vendió a destiempo (en vida), y sus editores comenzaron a difundirlas en periódicos, para incomodidad del vizconde y sus amigos, quienes pronto dejaron de serlo.
Las de Ultratumba son casi falsas memorias pues Chateaubriand “recrea”; id est , inventa, añade, decora. Sesenta años después, ¿quién puede recordar “unas moscas relucientes que se eclipsaban al pasar por las irradiaciones de la Luna”? (libro VIII, capítulo 4).
A ciertas memorias –como a ciertos políticos–, la hora de la verdad no les dura ni un minuto. En todo caso, el viceconde de Chateaubriand hizo literatura: gran literatura y libro cursado de libros.
Del siglo XX nos viene otra confesión: la entrevista a fondo , ventana indiscreta en jardines ajenos.
La tradición de los diarios y del yo ha vuelto y se llama bitácora. La democracia universal de la Internet es una congestión de ellas.
“Yo mismo soy la materia de mi libro” (sus Ensayos ), escribió Michel de Montaigne en 1580. Las bitácoras de hoy solo nos recuerdan lo antiguo que somos los modernos.