El lunes 10 de mayo, por la mañana –quizá antes– el improvisado conjunto escultórico construido en la esquina de La Sabana para marcar el traspaso de poder mostraba huellas de manos vandálicas. La obra nunca tuvo especial ambición de permanencia, pero cualquiera fuera su valor estético, su existencia en buenas condiciones resultó demasiado efímera. “Illuminati”, decía uno de los grafitis más prominentes. El transeúnte no puede menos que suspirar: ¡Ay!, si lo fueran.
Una pizca de iluminación bastaría para disuadir a los vándalos de afear el paisaje urbano más allá de lo permitido por ley, que es bastante a juzgar por nuestra jungla de rótulos y vallas. El aprendiz de latín (lenguaje empacado a presión en una lata de pintura) denota un vacío intelectual y espiritual demasiado grande para ser de su propia creación. Es una construcción colectiva en un país donde faltan oportunidades de recreación, estudio y trabajo, y sobran los motivos de enajenación en diversas dimensiones de la personalidad. No se trata de justificar el vandalismo, pero sí de entender sus complejas causas.
Más comprensible resulta la inscripción contigua a la del aspirante a iluminado. Es un grafiti de protesta, cuyo autor aprovecha el motivo del monumento para opinar que el poder se lo traspasan “entre los mismos”. Denota falta de sofisticación y avidez por repetir consignas, pero es claro en sus motivaciones y más próximo a la realidad. El problema del dibujante es con la política concreta y su falta está en creerse con derecho a expresar la protesta sin el menor respeto para sus conciudadanos. Es un vándalo, imposible negarlo, pero podría estar más cerca de la redención.
Irredimible es una tercera categoría de vandalismo, reflejada en un reportaje publicado por La Nación el mismo 10 de mayo. Las tumbas de ilustres expresidentes sufren el robo de argollas decorativas, el escudo nacional y las placas conmemorativas. Un expresidente perdió el bigote y otro está a punto de quedar en sepulcral anonimato.
En estos casos, el vándalo es también ladrón y profanador, pero opera con estímulo del Estado. No todo el daño causado a las tumbas es producto del vandalismo. El tiempo y la desidia han hecho lo suyo. El caso evoca la tesis de la ventana rota, tan discutida por los criminólogos en los últimos veinte años. La omisión de reparar un vidrio roto invita a la ruptura de más ventanas, la invasión del inmueble y, eventualmente, la sumisión de la manzana al vandalismo.
Son diversos tipos de vandalismo y diversas motivaciones. También son diversas las respuestas necesarias para modificar la conducta, pero no las tenemos y no está claro si las estamos buscando.