En la casa de Óscar Jiménez Fernández se ahorran el dinero de la mayor parte de las legumbres que utilizan cuando se preparan las ensaladas.
Desde hace cinco años sus padres mandaron a taladrar en la pared unos cinco metros de canoa divida en tres niveles, como una repisa en el jardín. Le hicieron huecos en la parte inferior para favorecer el drenaje, le echaron un buen sustrato y poco a poco le fueron agregando las plantas que hoy son –sin competencia– las predilectas para la comida casera.
“Yo solo puse la semilla y ahora todos los días voy a revisar cómo van las plantas. Me enamoré de la huerta, estoy obsesionado con ella” , confiesa Óscar, músico de profesión.
En su jardín hay lechuga, hierbabuena, albahaca, salvia, arúgula y dos tipos de kale. También tiene agua florida, zacate de limón, tomillo, manzanilla y dos girasoles. Actualmente está esperando que los pepinos crezcan.
Se podría suponer que su patio es amplio, casi como una granja, pero el panorama es otro. Toda esa gama de hojas verdes está en la pared, en una sola pared.
Para hacer algo similar a lo que se disfruta en esta casa, el primer requerimiento es, por supuesto, la posibilidad de contar con una superficie vertical en estructuras internas o externas. Además, se recomienda que esta esté expuesta de alguna forma a la la luz (y que sea natural, preferiblemente).
La tendencia de plantar en vertical no tiene tantas décadas de practicarse a nivel global pero su presencia es, más que todo, frecuente en la urbe, donde los espacios verdes son cada vez más limitados.
El resultado lleva entonces a la agricultura en la ciudad o jardinería urbana, que resulta posible haciendo un mejor ahorro del espacio y a la vez deriva en una mayor cantidad de oxígeno limpio.
El arquitecto paisajista Mauricio Osorio asegura que los jardines verticales dan la posibilidad de cambiar el paradigma de que no se puede sembrar en el cemento y que, por el contrario, es posible recubrir con la naturaleza los espacios que no tienen tierra.
Vida donde no hay
El profesor neoyorquino Stanley Heart White instaló los primeros “ladrillos botánicos” en Urbana, Illinois. Sin embargo quien patentó el término “jardín vertical” fue el francés Patrick Blanc, en 1998, utilizando como inspiración los sotobosques tropicales y aplicando su invención a la modernidad paisajística, al dotarla de vida donde antes no había.
Sus diseños generaron una reacción positiva por otros beneficios relacionados: la relajación, la armonía con la naturaleza y la filtración del aire en una atmósfera donde el cemento y el hormigón mandan.
Para que un jardín vertical sea efectivo, el secreto está, de una u otra forma, en la elección de las plantas más apropiadas, pero además todo nace en el sustrato que se escoja.
Wilbert Soto, gerente de Green Wall Design, recomienda usar sustratos orgánicos de compostaje, hechos a base de ingredientes naturales. Algunos de ellos pueden incluir cachaza de caña, fibra de coco, así como broza de café y ceniza.
Su empresa ofrece una opción llamada Mini Garden, ajustable a diferentes tamaños y posibilidades económicas, ya que es un sistema expansible que se instala en módulos independientes. Este consiste en pequeños recipientes que, dice, permiten la fertilización, adaptación a sustratos, humedad, cuidado de raíz y el drenaje de cada planta.
“Hay que tener mucho cuidado con el sistema de riego, ya que hay que evitar los excesos de agua que pueden matar las plantas”, dice Soto sobre este sistema que tiene un sistema de microgoteo que irriga directamente las raíces durante casi 30 segundos diarios.
Melania Gamboa, gestora ambiental y técnica en jardinería y agricultura orgánica, asegura: “Con hidroponía en un medio inerte (el cultivo sin tierra) se puede alargar la vida pero la planta estaría obteniendo los nutrientes y alimentándose de materia artificial, por lo que es mejor hacerlo con sustratos orgánicos”.
En el mercado se consiguen sustratos de este tipo, cuya efectividad puede ser de unos 10 años, pero que dejan de ser propicios para las plantas cuando las propiedades de los nutrientes se han “lavado” por completo.
Además, Gamboa es firme con que los jardines verticales, para que funcionen bien y tengan una larga vida útil, requieren una inversión importante que puede rondar los ¢60.000 por metro cuadrado. “La planta es lo más barato”, resume.
Entre esas plantas que se permiten crecer de forma vertical están todas aquellas que tienen personas como Óscar Jiménez en la parte externa de sus casas, pero también hay otras comestibles como lavanda, espinaca, cebollino, apio, orégano y estragón.
Las opciones de plantas ornamentales también son amplias y los requerimientos para dejarlas crecer son los mismos; por ejemplo, las orquídeas o enredaderas de jade o múltiples especies de hiedra.
Hay también otras variedades caseras además de la de las canoas comunes y silvestres. Gamboa recomienda, por ejemplo, la instalación de mallas electrosolda das, en cuyas divisiones se deposita el sustrato y, posteriormente, las plantas.
Otra solución consiste en instalar móviles a base de botellas plásticas usadas como macetas. Estas, sin embargo, deben ser renovadas periódicamente, al igual que el sustrato, que puede ser lombricomposta (producido por lombrices) o abono.
La solución para prevenir las plagas típicas de los cultivos, como la mosca blanca, tal vez está en la misma huerta, con repelentes que funcionan a base de ajo y chile.
De todas formas, ahí en la pared gris se podría permitir que crezca todo un mundo verde.