23/05/2012 Obras del escultor Jonathan Torres/en la fotografia chicharra "Apareamiento" Foto de Diana Mendez/Para La Nacion (Diana Mendez)
Jonathan Torres pretendía realizar un homenaje a la perfección del diseño natural, pero estas obras son tan orgullosas que parecen una afrenta. Exigen atención y observación detallada para comprender su engranaje, la disposición de cada pieza y la forma general. Son piezas para mirar de lejos o con mirada invasiva y cercana.
Como parte de su tesis de licenciatura, Torres ha elaborado múltiples pieza que ha reunido con el nombre de Interrelaciones .
Torres, oriundo de San Sebastián, trabaja con esculturas que se desarman, se oxidan y se reinterpretan con facilidad. En su proceso de estudio, confeccionó siete esculturas de plástico y metal, y una pintura en gran formato que describen y examinan la relación entre los insectos y su entorno. El proyecto es una contemplación clínica y laboriosa que se resuelve con un gesto de satisfacción. Las piezas brillan por sí solas, pero en conjunto revelan la densidad de su visión original.
La geometría natural. Cuando era niño, el papá de Torres le regaló un libro de ciencias naturales en el que aparecían fotografías definitivas para el artista: insectos atrapados en ámbar.
Esqueleto y transparencia son las palabras guía de Interrelaciones, donde Torres explora las relaciones entre diferentes especies y las partes que conforman la anatomía de los artrópodos.
“Durante mucho tiempo trabajé haciendo piezas de plástico para decoración de automóviles”, explica Torres. A esta práctica se agregó la técnica de la orfebrería: “En la Universidad de Costa Rica conocí a mi profesor, Mario Parra, un orfebre que siempre ha trabajado piezas en miniatura y otro tipo de joyería”.
De este modo, en la serie se combinan plástico, cobre, bronce, láminas de hierro y alambres sobre bases de madera negra, que resaltan el brillo y el color intenso de las construcciones.
“La idea principal de la transparencia es ver cómo las piezas interactúan”, explica. Para Torres es fundamental “que se vea la solución de diseño que hay en cada engranaje; no es una cuestión fortuita”, ni en la obra ni en la naturaleza. Cada pieza cumple una función; de hecho, en algunas de las esculturas cada elemento es clave: si se retira alguno, la estructura se desarma.
“El orden es importante siempre”, dice Torres, para quien “es inevitable llegar a preguntarse de dónde viene este orden; no en un sentido social, sino universal”.
En las cosas pequeñas, este creador encuentra profundas interrogantes. Torres se pregunta cómo es posible la perfección del diseño anatómico en un mundo que tiende a la degradación y a la entropía. Para comprenderlo, ha estudiado concienzudamente sus artrópodos.
En la pintura, dedicada a la chicharra, se condensa su idea central. “Habla de la necesidad que tenemos de reordenar las cosas. Como parte de mi proceso de estudio, tomé una chicharra, la desarmé en sus diferentes partes, la pegué desarmada en una hoja y la construí de nuevo; la plasmé íntegra en la pintura”, explica sobre la pieza.
La forja del estilo. Torres, aguijoneado por una insaciable curiosidad, ha examinado la anatomía de los insectos para recomponerla en el material estéril, frío. No por ello han superado la podredumbre, ni la fuerza del entorno. Expuestas voluntariamente a la lluvia y la humedad, algunas de las piezas muestran signos de deterioro, como herrumbre y manchas. Es parte del proceso natural a través del que el artista ha ido elaborando su estilo.
“Todo viene a partir del exoesqueleto, muerto y frágil”, expresa. “También se representa la muerte en la fragilidad de las piezas: una especie de equilibrio”, repasa al ver las ondulaciones, alambres y tornillos que componen alas y caparazones vacías.
Es una estética particular que significó entre ocho meses y un año de trabajo y montaje. Para el estudio de los insectos, contó con la ayuda de entomólogos y visitas a jardines; ha ido formando así una colección de especímenes que inspiran la labor creativa.
Con una pistola de calor para el plástico realiza el termoformado de las placas. En el caso de metal, aplica las técnicas de joyería como el uso de la sierra de calar. También da forma a las láminas con un martillo, repujado que aplicó para producir las onduladas coberturas del exoesqueleto.
La fundición a pequeña escala, como se practica en joyería, se aprecia en las piezas más pequeñas, como la chicharra, Apareamiento y las abejas de Geometría instintiva.
La libélula representaba la simbiosis: estaba montada sobre una planta en un cubo de plástico transparente que además le daba equilibrio. “La planta murió dentro del cubo y la libélula se herrumbró. Quiero que este proceso continúe hasta que desaparezca”, explica el escultor.
Vida de artificio. Enjambre , Plaga y Apareamiento iluminan cajas de luz rodeadas de vidrios polarizados. El espectador debe acercarse al vidrio para verlo bien si no se encuentra en la oscuridad. Ve los múltiples reflejos de una geometría interminable, los colores eléctricos del metal y las piedras coloreadas.
“La mayoría de las esculturas representa interrelaciones entre organismos de la misma especie”, aclara el artista. La pulga representa una plaga; la chicharra, la unión para el apareamiento. “Quiero representar el orden en el instinto, aunque no lo entendamos; es para admirarlo, no para entenderlo”. La vida y la comunicación de los insectos halla así su sitio en la obra.
“Quiero realizar una serie de esculturas que se degraden; que se expongan al aire libre, interactúen con plantas, por ejemplo, y se desintegren; que vuelvan a formar parte de la tierra, por así decirlo”, confiesa sobre proyectos que van cobrando forma en su mente. Será la extensión natural de Interrelaciones , estas esculturas donde nada es fortuito y la perfección natural es celebrada.