Proactividad, orden e inversión: ¿Es sostenible el rock en Costa Rica?

La producción musical ha crecido y las bandas han logrado salir a tocar frecuentemente, ¿pero cómo funciona la economía de los músicos y cuáles son los riesgos de optar por una vida en el rock de Costa Rica?

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“Salir del país es el sueño de un músico tico; así de básico es lo que cualquiera puede soñar. No es vender muchos discos y vivir de esto, sino cumplir ciertas metas, y es muy loco que ahora se pueda”, dice Eddy Gamboa, de Billy the Kid.

Su banda es uno de los grupos costarricenses que más giras ha celebrado en el extranjero, con lo cual ha cosechado una fiel base de seguidores en países de Europa y de Sudamérica.

Sin embargo, ¿cuán sostenible es el trabajo en el rock en el contexto local? En dos platos, es un riesgo.

“Es como un compromiso que uno adquiere y que se ve reflejado en una inversión que realmente no duele. Es como coleccionar vinilos; ese hobby, ese gusto, te genera un costo, pero, en realidad, es una inversión, y si lo que estás haciendo te sale de lo más adentro y es arte que te encanta, no genera ninguna valencia”, dice Eduardo Chacón.

Chacón ha salido del país en múltiples ocasiones con Sight of Emptiness, cuya penetración en aforos europeos comenzó en el 2007, cuando la agrupación tocó en el Bloodstock Open Air, festival de metal en Inglaterra.

La gira más reciente de la banda fue a Japón, a finales del 2014, y es probable que no sea la última. Empero, los viajes se hacen con el objetivo de llegar a otras audiencias y, en lugar de pretender generar el dinero suficiente para vivir de la música, los artistas buscan recuperar las inversiones.

“Siempre hay pérdidas, no necesariamente económicas”, dice Gamboa. “Usted puede tener un buen trabajo y perderlo si se va de gira. Eso representa, de cierta manera, pérdidas. Es muy difícil. Para vivir de este tipo de cosas usted tiene que tener un negocio aparte, a menos de que sea un grupo muy grande”, comentó.

Por lo menos, los primeros pasos afuera han de ser autogestionados; es decir, difícilmente va a llegar un festival o un promotor a poner los ojos en una banda que no ha intentado ponerse en su radar. Luego, si los artistas regresan y logran cosechar un público, es posible que aparezcan más y mejores oportunidades, ya sea una mejor facturación de sus servicios o el pago del transporte.

“Antes valorábamos las salidas individuales, pero hoy la barra está lo suficientemente alta como para decir que no es suficiente ir, sino que hay que regresar y crear un nicho para que cuando se regrese sea no solo darse a conocer, sino para empezar a lucrar”, asevera Roberto Montero, director de Clap Clap Records.

Brío. Gandhi pertenece a una generación de bandas que, a finales de los años 90, tenían ganas de comerse al mundo, pero que atravesaron en sus carreras cambios en las formas de consumo.

“Siento que estábamos esperando a que un salvador viniera y nos rescatara y nos dimos cuenta de que eso no iba a pasar”, revela Abel Guier, bajista de Gandhi.

[Lea más sobre este tema en el especial 'La escena que estalló']

“Ahora, no hay miedo de pensar en la música como un producto; uno antes tenía ese miedo. Estábamos acostumbrados a un sistema que no estaba funcionando, y eso generó un resurgir, no solo de nuevas bandas sino de formas de hacer las cosas. Las bandas viejas aprendimos de eso”, dijo.

En su carrera, Gandhi se ha presentado en países como Inglaterra, Estados Unidos y China.

El baterista y productor Mario Miranda también pertenece a esa generación noventera, y con proyectos como Kadeho y LePop rozó la internacionalización, pero nunca al nivel que lo ha hecho con el grupo de dance pop Patterns.

“Ha cambiado el panorama de cómo promocionar una banda”, alega Miranda. “Con ello, pasa algo interesante a nivel latinoamericano: las bandas retoman el control de su promoción y de los mecanismos de cómo llegarle a otros oídos afuera del país”.

Según él, ahora los músicos buscan formas creativas de promoción e integración a otros mercados, a diferencia de métodos de antaño, como lo fue la payola –pagar para que la música se mueva en las radios–.

Juan Carlos Pardo es parte de la nueva camada. Es baterista de bandas como 424 y Foffo Goddy, y de la cantante Debi Nova, y está metido en decenas de proyectos relacionados con la música y otras expresiones artísticas.

Para Pardo, la inversión de los músicos es muy alta, no solo para tocar dentro y fuera del país, sino para tener instrumentos. “Uno hace una inversión para sonar bien y darle al público el show que merece. Eso hace que ser músico sea tan complicado, y no existe apoyo del gobierno para, por lo menos, no pagar tantos impuestos”.

Comenta que el poder salir del país, ya sea con 424 o Debi Nova, le ha dejado conocimientos. “No es solo echarse un chivo y ya; uno aprende un montón de toda la gente que conoce. En México estuvimos compartiendo con músicos mexicanos acerca de los problemas que los maes viven; entonces, uno se devuelve al país con información que no tenía en mente y que, incluso, le ayuda a crecer musicalmente”.

Así las cosas, está claro que incluso cuando el rock costarricense logra algunos de sus objetivos más importantes, el camino de los músicos aun no es nada fácil y exige un esfuerzo enorme para cosechar esos resultados.

A la vez, esos logros llenan de optimismo al movimiento. Así lo dice Miranda: “Cuando una industria empieza a funcionar, aunque sea a pequeña y mediana escala, los músicos producen más, se gestan más proyectos y se genera un ambiente de esperanza en la escena. Esto inspira a las nuevas generaciones, y se vuelve una bola de nieve positiva”.