Se armó la fiesta... y el coronavirus fue el invitado: ¿Por qué tantos ticos se resisten a dejar las celebraciones?

En cuestión de tres semanas las autoridades intervinieron más de 3.500 actividades sociales. Los motivos por los que tantos ciudadanos insisten en seguir festejando son complejos y no siempre se explican con una simple celebración de cumpleaños.

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Quienes han optado por disminuir a lo mínimo el contacto social tuercen los ojos cuando escuchan o leen a alguien que dice “¿cuál pandemia?”. Quienes llevan semanas (meses) sin acercarse a las casas de seres queridos que viven fuera de su burbuja no entienden cómo hay personas que andan, felices y tranquilas, en celebraciones en medio de una pandemia, y que incluso así lo evidencian en redes sociales, aunque implique desafiar a las autoridades y al sentido común.

¿Por qué tantos costarricenses se resisten a parar la fiesta?

Aunque no hay una sola respuesta, los especialistas consideran que sí existen algunos factores que pueden explicar este comportamiento despreocupado durante la crisis sanitaria.

Vivir en aislamiento es algo para lo que millones de personas no estaban preparadas. Nadie sabía cómo sería desenvolverse en una pandemia.

Lo cierto es que la covid-19 llegó para demostrar hasta dónde puede llegar el nivel de adaptación y resiliencia del ser humano frente a una situación de crisis de salud global, una que ya ha provocado millones de infectados y cientos de miles de muertes en el mundo, sin que una cura parezca viable en el mediano plazo.

Costa Rica no ha sido la excepción y sus habitantes han tenido que modificar radicalmente su estilo de vida para protegerse del virus. De un pronto a otro el teletrabajo creció considerablemente y las mascarillas o caretas se convirtieron en prendas indispensables para salir de la casa.

Lo mismo ocurrió con las actividades sociales en las que las personas estaban acostumbradas a compartir, disfrutar el tiempo libre y relajarse: simplemente fueron, son y seguirán siendo una de las principales fuentes de contagio.

Y aunque muchos han entendido que romper la burbuja social con aglomeraciones para celebrar cumpleaños, té de canastilla o fiestas no es permitido en vista del riesgo que puede representar para contraer el nuevo coronavirus, hay quienes no eso les interesa: desafían a la autoridad, ponen en riesgo su salud y la de otros e incluso alimentan teorías de conspiración que niegan, sin fundamento, lo que dice la ciencia.

Nueva normalidad

Desde que covid-19 llegó al país, en marzo anterior, las autoridades sanitarias han insistido hasta el cansancio en “las tres reglas de oro” para evitar contagiarse del virus: mantener el distanciamiento social, lavarse las manos frecuentemente y utilizar mascarilla o careta.

Para junio parecía que las reglas de la nueva normalidad ya estaban claras.

Sin embargo, a mediados de ese mes el ministro de Salud, Daniel Salas, salió a la habitual conferencia de prensa para anunciar que una familia de Alajuelita no solo realizó una fiesta en plena pandemia con aproximadamente 50 personas, sino que varios integrantes resultaron contagiados.

Dos días después eran más de 20 asistentes a la celebración los portadores del coronavirus.

Si bien el caso de la celebración en Alajuelita pretendía ser un ejemplo de lo que no se debía hacer durante la pandemia, en realidad se convertiría en apenas la primera mala noticia relacionada con actividades sociales clandestinas efectuadas a espaldas de las autoridades y en desobediencia de los lineamientos de salud pública.

Unos días después se dio a conocer que una familia de Pavas realizó un ‘autoté’, para celebrar la próxima venida de un bebé. Y a pesar de que no fue una celebración en un salón de eventos o en una casa de habitación, hubo visitas a algunos conocidos para recoger el regalo, abrazos, besos y todo lo que se ha pedido no hacer.

El resultado: más de 15 personas contagiadas.

Según datos del Ministerio de Seguridad Pública (MSP), solamente en los últimos tres fines de semana (tomando en cuenta viernes, sábado y domingo) se han recibido 3.656 reportes de actividades sociales, entre fiestas, escándalos musicales y aglomeraciones.

“Creo que en algún momento toda la sociedad llegará a la cruda realidad de que que esto sí es grave y que mueren personas. Creo que conforme avanza la pandemia va a haber un poco más de respeto”, asegura Michael Soto, ministro de Seguridad.

La fiesta de Alajuelita no fue la única que se realizó en ese cantón josefino: días después oficiales de la Fuerza Pública debieron intervenir un quinceaños en esa zona.

“La mayoría de las personas detienen la actividad cuando la Policía se acerca. Nos da la impresión, sobre todo en las zonas urbano marginales, que muchas personas creen que es una situación lejana, que no les afecta, pero cada día hay más muertos, más personas contagiadas”, añade Soto.

También hubo una fiesta en Puriscal, donde varias personas resultaron contagiadas por el virus.

Asimismo, se han denunciado actividades sociales en Escazú, La Carpio, Limón, Puntarenas y otros lugares del país.

De hecho, Daniel Calderón, director de la Fuerza Pública, explica que desde que inició la pandemia han tenido que lidiar con estas reuniones, usualmente enfrentando la resistencia de quienes asisten al encuentro festivo.

“Es una problemática recurrente. Desde el inicio hemos tenido que atender circunstancias donde la gente se torna agresiva, violenta, hemos tenido policías golpeados, lesionados, donde incluso hemos tenido que realizar detenciones y los hechos de violencia se han incrementado. Están ligados al consumo de licor en la calle y a las fiestas”, detalla.

Calderón afirma que las situaciones más violentas se han presentado en las zonas más vulnerables del país.

Y aunque muchos no lo toman en cuenta, el artículo 378 de la Ley General de Salud faculta a las autoridades a castigar con un salario base a aquellas personas que realicen fiestas en momentos donde la salud pública corre peligro.

Además, el artículo 277 del Código Penal establece que será reprimida con prisión de uno a tres años, o de 50 a 200 días multa, aquella persona que viole las medidas impuestas por la ley o por las autoridades competentes para impedir la propagación de una epidemia.

El ministro Soto manifiesta que todavía no se han aplicado estos castigos, pero tampoco descarta dichas sanciones.

Pero ¿por qué los ciudadanos se oponen a seguir las indicaciones de las autoridades cuando está en riesgo su salud?

Para empezar, los expertos coinciden en que nadie sabía lo que era una pandemia, ni cómo sería sobrevivir en medio de la incertidumbre, donde las fiestas, las reuniones y la forma de relacionarse con los demás cambiaron drásticamente de un día para el otro, sin previo aviso.

“Llevamos cuatro meses de estar en una contención de nuestras actividades cotidianas y eso hace que de alguna forma nuestras racionalidad de comprensión se vaya deteriorando y que empecemos a violentar criterios de racionalidad, como es el contenernos de reunirnos. Hay un desgaste y falta de comprensión de los hechos”, explica José Carlos Chinchilla, sociólogo de la Universidad Nacional (UNA).

En este punto, Chinchilla asegura que hay, en el ser humano, una necesidad de regresar al pasado, de volver a lo que ya era habitual como miembro de la sociedad y que, de una u otra forma, llevaba alegría a las personas.

Eso provoca que hoy muchos ciudadanos estén agotados y que sean inconscientes del nivel de riesgo que actualmente hay el país.

“Frente a la amenaza, la gente empieza a contener y al principio nosotros asumimos la nueva práctica de vida, pero conforme avanzaba el tiempo, la pandemia se mantenía muy contenida y surgió la necesidad de recuperar los hábitos del pasado que usualmente hacíamos y entre los cuales, reunirnos era uno de ellos.

“Además, las personas se pueden sentir comprometidas por un bautizo o cumpleaños que se está organizando entre familia. Es decir, es una mezcla entre recuperar lo que nos satisfacía de la vida pasada y el nivel de ignorancia que tenemos”, detalla Chinchilla.

Para el sociólogo, hasta ahora muchos no han entendido la necesidad de cambiar las formas de relación y las prácticas de vida y eso produce un desgaste en la población.

Vulnerables

Pero este no es el único factor que puede incidir en que alguien organice una celebración en plena pandemia.

Según explica Lenín Mondol, profesor de sociología de la Universidad Estatal a Distancia (UNED) y la Universidad de Costa Rica (UCR), aunque las respuestas de las autoridades señalan hacia la desinformación, la irresponsabilidad social y, en algunos casos, la falta de educación de ciertos grupos o colectivos, existen otros factores como la percepción social del riesgo y el factor socioeconómico que tiene mucho que ver en el desacato normativo.

“No todos los sectores sociales perciben el riesgo de la misma manera. Mientras que para sectores socioeconómicamente más vulnerables el riesgo de contagio de un virus como covid-19 es tan significativamente importante como contraer otras enfermedades o no tener que comer en un día normal, para otros estratos sociales el peligro de contraer el virus supone la mayor contingencia de sus vidas, a la cual –inclusive– pueden destinar recursos para evitarla”, detalla.

Eso sí, este factor no es determinante en muchos casos. Prueba de ello es que en un condominio en San Rafael de Escazú, un grupo de personas se reunió para celebrar un cumpleaños, sin embargo, cuando llegaron los policías al sitio, ni siquiera se dignaron a abrirles y continuaron con su festejo.

Pese a las excepciones, en el estrato socioeconómico más vulnerable es donde se comienza a reflejar el porqué para ellos las autoridades son percibidas como un enemigo y se ve al gobierno como una institución que nunca les ha tendido la mano.

De acuerdo con los expertos, son personas que sienten que están en una situación de desventaja y para las que la autoridad política está devaluada. Por ello cuando llega la policía, es vista como un enemigo de la comunidad.

“Tiene que ver con lo que ha venido ocurriendo como fenómeno sociológico; hay sectores que han sido excluidos del bienestar de la sociedad. Son personas que no creen en el sistema que tenemos, porque las hemos venido excluyendo, entonces de alguna manera venimos recogiendo lo que como sociedad no hemos podido contener y es el crecimiento de la desigualdad, la inclusión de estos sectores.

“Lo que pasa es que si la gente no tiene nada o tiene muy poco y no cree en el orden social que tenemos, ¿por qué va a creer que con esto de la pandemia tienen que cambiar sus prácticas?”, cuestiona Chinchilla.

Al no sentirse amenazados, creen que es un virus que no los va a enfermar a ellos.

Ante ello, el sociólogo considera que es fundamental que las autoridades formulen un nuevo tipo de discurso, otro tipo de responsabilidad social colectiva que permita reposicionar el valor del policía para la comunidad, para que se perciba como un aliado social y no la autoridad que llega a estar contra la comunidad.

De esta forma se evitarían situaciones como la ocurrida en La Carpio, donde seis oficiales fueron golpeados e incluso uno fue herido con arma blanca cuando intentaban detener una fiesta.

“Hay que seguir insistiendo en el grave riesgo en el que estamos y el peligro que tiene esta pandemia y crear un discurso para aquellas personas que no creen en la autoridad ni en la norma y hay que llegarles con otro tipo de discursos. La comunidad tiene que organizarse y fortalecerse para identificar y ayudar a la gente, porque el Estado ya no da a basto”, añadió Chinchilla.

Patrones

Otro de los problemas que los sociólogos ven como una razón que motiva a las personas para organizar actividades sociales está asociado al consumo de licor y de drogas.

Según los especialistas consultados, al ser una adicción, es difícil de controlar y no existirá pandemia en el mundo que evite que los adictos busquen consumir a como dé lugar.

De hecho, una de las constantes intervenciones policiales son los bares clandestinos, que si bien no son fiestas como tal, sí aglomeran a muchas personas en un mismo sitio. También, en muchas de las celebraciones se decomisa licor e igualmente se ha sorprendido a decenas de grupos de jóvenes consumiendo alcohol en vía pública.

“Esta es una sociedad que está muy metida en drogas y cuando una persona consume drogas, de cualquier tipo, tiene menos freno y se convierte en una necesidad asistir a una fiesta donde haya alcohol o drogas y no tienen noción del peligro”, afirma Chinchilla.

A eso hay que sumarle que Costa Rica es un país que disfruta las fiestas como parte de su desarrollo sociocultural.

“Hay una fuerte tendencia a la celebración de los cumpleaños y por más que se diga, hay mucha gente que interpreta que si invita poca gente o si invita solo a la familia, no va a haber problema.

“Lo que pasa es que en América Latina hay un ambiente de fiesta permanente y la gente tiene la costumbre de ir a fiestas sobretodo los fines de semana y romper con esos patrones es muy difícil. Aunque parece mentira ya es un hábito y a la gente le cuesta mucho entender que ya no puede ser parte de su rutina”, explica el sociólogo Roberto Pineda.

Añade que erradicar las fiestas en tiempos de pandemia en el país es tarea complicada, ya que no hay una cultura como la que existe en los países militares, donde se impone un toque de queda y todo se paraliza.

Pineda añade que, además, muchos costarricenses creen erróneamente que ya pasó el peligro y que si hasta ahora no se han contagiado de covid-19, es porque son inmunes y sus vidas no están en riesgo y que pueden seguir como si no hubiera pandemia.

“No pasa nada”

El criterio de la psicóloga Leidyn Aguilar no dista mucho de los sociólogos antes citados. No obstante, ella aclara que pueden existir otras razones por lo que las personas no acaten las instrucciones de las autoridades y no se puede generalizar.

Sin embargo, Aguilar explica que también están los casos de gente que simplemente está cansada con lo que está pasando y que organiza una actividad de este tipo para sentirse mejor.

También asegura que al ser una “nueva normalidad” hay cierta confusión en la población e incluso existen personas que prefieren negarse a aceptar lo que está pasando y, por ende, continuar con su “antigua normalidad”.

“Hay gente que quiere entender qué está pasando y en su afán tratan de encontrar sus propias respuestas pueden entrar en conductas como ‘hagamos como si nada estuviera pasando’, como una escapatoria de que esto no está sucediendo. La gente busca respuestas y quiere a su manera darse una respuesta”, dice.

Y como si fuera poco, el exceso de información que circula en los medios de comunicación nacionales e internacionales en relación a la covid-19, provoca que muchos se sientan confundidos.

Esto genera temor y por ello hay personas que prefieren exponerse al virus, pues creen que tarde o temprano este tocará las puertas de su casa.

“Al estar en una segunda ola, donde se están aplicando medidas más estrictas que en la primera, la gente dice ‘bueno al fin y al cabo, todos nos vamos a enfermar, si me va a pasar, que me pase’”, añade.

Según Aguilar, esto va de la mano con el hecho de que hay quienes les gusta desafiar a la suerte, retarla y al hacerlo no toman en cuenta que están exponiendo su propia vida y la de su familia.

Ante las diferentes razones la psicóloga destaca la importancia de aplicar sanciones donde vean expuesta su situación económica, es decir, que incluya multas elevadas; o bien, que interpongan castigos como cárcel.

“Hay personas que lamentablemente no reaccionan, si lo hicieran, estarían escuchando las noticias, acatando las medidas y no estarían en un punto de desobediencia, de desacato a la sociedad y de cero empatía. Encontramos personas que lo hacen simplemente por salir de su encierro, pero también hay otras que actúan por rebeldía y, en ese caso, la única forma es la mano dura, porque aquí el temor o el miedo es lo que hace que la gente reaccione”, añade.

De igual forma, no se puede dejar por fuera el otro extremo: la desinformación. Los expertos coinciden en que en algunos sectores de la población las personas no tienen acceso a las noticias, o bien prefieren omitirlas y por ello, no modifican sus rutinas.

Pese al trabajo que ha representado para las autoridades, Daniel Calderón, director de la Fuerza Pública, asegura que han visto una leve disminución de actividades festivas en los últimos días en algunas zonas y la esperanza es que conforme avancen los días esta se convierta en la constante.

Confían en que las llamadas para denunciar fiestas o reuniones sean menores, pues el recurso policial es limitado.

“Al final esto se atiende con el recurso que está disponible para la seguridad ciudadana y nosotros insistimos en eso porque es una forma no solo de colaborar con la emergencia, sino también con las autoridades. Tenemos equipos de trabajo destinados a atender otras cosas que tienen que estar yendo a verificar las llamadas que se dan y son procedimientos que llevan un tiempo de atención alto”, señala.

Mientras las autoridades continúan haciendo intervenciones, agradecen los reportes de los ciudadanos en todo momento pues el coronavirus sigue presente y la salud continúa en riesgo, aunque muchos no lo quieran aceptar.