Greiby, el mecánico que sobrevivió a la covid-19 pero perdió el control de su cuerpo

Este hombre de 56 años sabía que lo peor estaba por venir cuando desesperado por la falta de aire clamaba auxilio. Después de estar en coma inducido, despertó en una realidad en la que postrado en una cama necesita asistencia para todo.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Greiby Alvarado Espinoza no camina, arrastra los pies. Las suelas de sus zapatos tipo crocs de hule se deslizan por el piso beige de su casa. Su cuerpo lo sostiene una andadera de aluminio que le prestó una vecina. Se apoya en sus manos y el dolor lo hace sudar. Su tez se vuelve más blanca. Pero no puede dejar de intentarlo.

Greiby, de 56 años, y sobreviviente del coronavirus, tenía unas tres semanas de estar postrado en una cama. Él usa la palabra tullido; con esa expresión identifica más la rigidez corporal con la que quedó luego de despertar de un coma inducido. Los médicos que le atendieron por mes y medio en el Centro Especializado de Atención de Pacientes con covid-19 (Ceao) lo bautizaron El Valiente.

Él recuerda ese amable sobrenombre. Lo tiene claro, pero a veces no lo cree: sus sentimientos más bien son otros. Está deprimido y no quisiera estarlo y por eso, aunque el dolor lo supere, él insiste en sentarse, ponerse de pie e intentar caminar.

Greiby despertó luego de estar intubado en la unidad de cuidados intensivos. Lo hizo en otra realidad, una distinta a la que conocía y en la que no puede trabajar porque su cuerpo está imposibilitado. Él no tiene respaldo económico, pues es trabajador independiente. Por eso, aunque duela, se obliga a caminar en momentos en los que debería de estar recibiendo las terapias que al salir del Ceaco le garantizaron le iban a dar, pero que luego, cuando se gestionaron fueron suspendidas porque no tiene seguro.

***

Greiby, mejor conocido como Greivin por sus allegados, fue uno de los miles de costarricenses a quienes la pandemia les golpeó el bolsillo. Este hombre de 56 años tiene vasta experiencia en la conducción de transporte pesado y ha trabajado como mecánico por más de cuatro décadas.

Ante la falta de trabajo, buscó una alternativa y manejó taxi por cinco meses del 2020. En agosto se terminó esta posibilidad y empezó a realizar servicios de mecánica a domicilio. Él vela por su mamá, doña Lidia Alvarado Espinoza, de 81 años.

Así pasaron los meses, hasta que en marzo de este 2021 se contagió de coronavirus. No sabe cómo. Insiste en que siempre tuvo todos los cuidados. Pero pasó.

“El 14 de marzo empecé con síntomas de gripe y el 18 (un jueves) me dijeron que tenía coronavirus.

“Luego me atendieron por asma, el lunes (22) pasé con asma terrible y la madrugada del martes tuve que llamar a la Cruz Roja porque me estaba ahogando. Llegaron dos horas después porque estaban trabajando. Los muchachos fueron muy amables. Todos me atendieron, por Dios, qué gente más linda. Me atendieron como un rey”, cuenta Greiby con su voz todavía entrecortada por la falta de aire.

En ese amanecer todo estaba empeorando. Fue llevado al San Juan de Dios, allí trataron de estabilizarlo, posteriormente le trasladaron a la Unidad Covid del Hospital Nacional Psiquiátrico. Más tarde, una ambulancia con las sirenas encendidas se dirigía con toda su potencia hacia el Ceaco. Lo que narra Greiby está respaldado por su epicrisis.

“Llegué y le gritaba al doctor que me estaba ahogando. Me dijo que me callara para ayudarme, sino me calmaba no podía ayudarme (...). Luego me intubaron y estuve en cuidados intensivos en coma inducido”, cuenta.

De lo poco que rememora, pues asegura que muchos de sus recuerdos desaparecieron, Greiby dice que cuando abrió los ojos al salir del coma vio mucha sangre. También le contaron que sufrió un paro cardiorrespiratorio por 25 minutos.

“No me dolió nada. Lo único fue cuando me retiraron una sonda en el pene que tenía para poder orinar. Qué dolor más feo.

“Además, tenía dos catéter: uno en la pierna derecha y otro en la vena del cuello del lado derecho, dos sondas en la nariz y el entubamiento por la boca. Cuando desperté fue que me pusieron El Valiente. Me dijeron que muy poca gente sobrevivía a lo que a mí me pasó. Cuando me despierto es en el salón de recuperación, en la cama 33. Me trato de ubicar. Me desperté desubicado. El coma provocó que cosas se me olvidaran. Tengo amigas del barrio resentidas porque no recordaba su nombre; también se me acortó la vista. No tenía fuerza ni en las piernas, ni en las manos, ni siquiera para darme vuelta en la cama”, cuenta Greiby, quien estuvo más de un mes internado. De ese tiempo 10 días fue paciente de la UCI.

“Por el coma inducido quedé atrofiado. Cuando me despierto tengo la oxigenación baja, entonces me colocaron una manguera en la boca para que estuviera bien. Conforme avanzaban los días me quitaban aparatos”, agrega. En el proceso él perdió 15 kilos y masa muscular. Describe que en la zona de sus glúteos sobresalen los huesos, por esto no soporta estar sentado mucho tiempo. Dice que se ha desvanecido del dolor.

Una realidad diferente

Greiby siempre ha sido trabajador y activo. Despertar en un escenario tan distinto, en el que para levantarse de su cama debían alzarlo y para hacer sus necesidades fisiológicas ha tenido que usar pañales, fue devastador. Para ir al baño alguien debía cargarlo, sus piernas no le sostenían. Está vivo y no deja de agradecerlo, pero en medio de su gratitud está una realidad que, irónicamente, siente que lo ahoga.

“Mi aparato digestivo no trabaja al 100%. El páncreas no se ha despertado, me mandaron pastillas que regulan el azúcar mientras el páncreas no trabaja. Empecé con diarreas, se me quemó el recto y al defecar, que eran chorros de sangre, gritaba del dolor, a raíz de esto se me hicieron hemorroides”, narró Greiby el 5 de mayo. En una segunda conversación, el día 11, cuando se trasladaba poco a poco apoyado en una andadera, estaba contento porque “ya no estaba defecando sangre”.

En casa lo acompaña su mamá, doña Lidia. A ella también le falta el aire cuando habla con comedida voz. Cuando Greiby se contagió ella también lo hizo. La adulta mayor pasó días de dolores de cuerpo intensos y de poca oxigenación, además de convivir con la incertidumbre al no saber qué pasaba con su hijo.

Ella, al igual que Greiby, es asmática, pero según los médicos, a la señora mucho le ayudó que cuando la covid-19 la atacó, ya tenía puesta la primera dosis de la vacuna contra el coronavirus.

La madre narra con terror todo lo que ha pasado en estos meses. Greiby interviene y dice que a su mamá en el centro médico le dijeron que su hijo volvía caminando y haciendo cosas por sí mismo; ella lo confirma. Sin embargo, cuando él llegó no se podía bajar de la ambulancia y los paramédicos usaron una gruesa sábana verde sobre la que lo acostaron y entre algunos vecinos le ayudaron a bajarlo.

Greiby recuerda la mirada de su mamá: ella estaba atónita y sus ojos lo decían. Llegaba su hijo pero parecía otra persona.

“Las manos no me dan, ni siquiera puedo acercarme la cuchara para comer. Trato de levantar los pies y si acaso logro 20 centímetros. No tengo fuerza. Dicen que fueron las secuelas del covid, por pasar en coma inducido el cerebro se desconecta del cuerpo y se afecta el sistema motoro. Salí con la lengua inflamada. Me siento muy deprimido. Pero le pongo ganas para que la depresión no me gane. Deseo ir a bañarme y orinar tranquilo. Ha sido difícil porque necesito trabajar y no puedo y es que mi mamá depende de mí. Ella solamente tiene una pensión no contributiva”, comenta él, quien además de asmático es hipertenso y ex tabaquista.

La señora dice, mortificada, que lo que más le angustia es que se le acumulen los recibos de los servicios básicos. Por ahora, han logrado cubrir algunos gastos gracias a donaciones de vecinos y de ayudas de la iglesia a la que asistían antes de la enfermedad.

“Tengo muchos amigos que me han ayudado, pero estamos a lo que nos puedan regalar. Me preocupa que ya viene la luz, el agua, eso me da más tristeza”, dice Greiby.

Sin acceso a terapias

A Greiby le dijeron que le puede tomar entre tres y cuatro meses ir regresando a la funcionalidad de antes. Para lograrlo, al salir del hospital, le dieron citas para distintas terapias, así como recetas para tratamiento. Cuando su novia, Kattya Valverde, quien cuenta con experiencia en el cuido de adultos mayores, y ha asistido a su pareja en estos días, fue a realizar las gestiones, le dijeron que no podían programarlas porque él no cuenta con seguro médico.

Él asegura que cuando salió del Ceaco le dijeron que le otorgarían seguro por el Estado, sin embargo, al parecer no ocurrió. Él pidió dinero prestado para asegurarse voluntariamente y así cumplir con las terapias que requiere para su recuperación, no obstante, el trámite no se pudo realizar ya que a él se le hizo imposible asistir por su condición actual. Así consta en una carta que les brindaron en la plataforma de servicios de la dirección de inspección de la CCSS. En el documento le sugieren que “opte por otra modalidad de aseguramiento de acorde a sus necesidades actuales”.

“Salí con referencias de terapias para rehabilitar mi sistema motor y digestivo. Hay terapia de respiración que tiene que ver con el sistema digestivo. En el Ceaco la doctora me dijo que tenía tres meses de seguro por el Estado. Me confié. Ahora dicen que no me van a ver porque no tengo seguro. Llamé a la clínica de Alajuelita para sacar cita y no aparezco con seguro”, detalla Greiby.

Luego de conocer el caso de Greiby y para efectos de este artículo se gestionó una consulta, a través de la oficina de prensa de la CCSS, para conocer si “la CCSS brinda algún respaldo a pacientes sobrevivientes de coronavirus que quedan con secuelas tras la enfermedad, pero que no cuentan con seguro (en este caso por ser trabajador independiente)”, sin embargo, al cierre de edición de este artículo, el miércoles 12 de mayo, no se había obtenido respuesta.

El día 10 comunicaron que ellos ya habían gestionado la consulta que se realizó el jueves 6.

“Necesito que me dejen al 100% para volver a trabajar y ayudar a mi mamá. Los compañeros camioneros me mandaron información de un trabajo con bomba estacionaria de concreto, pero en mi estado no puedo trabajar”, reitera.

Mensaje claro

La vivencia de Greiby permitió que algunas amistades que dudaban del virus, reconocieran que la covid-19 es una enfermedad que puede ser letal o dejar a los sobrevivientes con graves secuelas.

Tras lo vivido las últimas semanas, este hombre tiene un mensaje claro para la población.

“Dejen de andar diciendo que es solo una gripe o que es mentira. Soy el vivo ejemplo de que es una enfermedad peligrosa, que no es jugando. No hay cosa más horrible y fea que sentir que usted se ahoga, que usted trata de jalar aire y jalar aire y no hay. El coronavirus mata, pero aparte de que mata también destruye muchas cosas del cuerpo: lo atrofia, te toca la memoria, el sistema digestivo. El coronavirus es muy dañino”, asevera.

Si usted quiere brindar algún tipo de apoyo a este sobreviviente, puede comunicarse a los números 2214-6120 y 8967-0237.