Crónica: ¡Y miles corrimos hacia la fuente de La Hispanidad!

Un sufrimiento de 120 minutos acaba con el penal de Michael Umaña. La Selección de Costa Rica escribió su página más dorada y la afición se lanzó hacia su lugar favorito para recibir un bautizo de gloria.

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San Pedro

Keylor Navas tapa a Theofanis Gekas y el segundo piso del Mall San Pedro vibra. Michael Umaña todavía no vence a Orestis Karnesis, pero todos añoran correr hacia la fuente de La Hispanidad, esa tierra prometida que nos recuerda que ya habíamos matado a tres gigantes, aunque Grecia todavía agoniza.

Crédulos e incrédulos, apasionados o apáticos, todos buscan lanzarse hacia la rotonda sin saber exactamente qué harán cuando estén en el anhelado sitio. Llegar a los alrededores es la señal perfecta de la confianza en la Tricolor. Nadie imagina arrimarse hasta San Pedro para devolverse a casa con la cabeza gacha.

Pero hay que sufrir. El libreto de Pinto nos acostumbró a la gloria con angustia. Quizás ahora pocos recuerdan aquel partido de hace 10 años en Honduras -cuando Grecia eran campeón de Europa-, en el que había que empatar contra los catrachos para avanzar a la hexagonal final tras un mal arranque. Solo un lejano pasaje. Hoy el colombiano ya no es aquel técnico que despidieron después de una paridad en Trinidad y Tobago, en el 2005; ahora es el nuevo "Bora" que escribe la mayor leyenda futbolística nacional. Todos aplauden cada vez que aparece en la televisión, pues además, el apoyo de los ticos en Recife es muy poco.

Pero hay que sufrir. A las dos de la tarde, subir las gradas del centro comercial para encontrar un televisor no resulta tarea sencilla. El oxígeno es limitado y la claustrofobia total. Para alguien que algún día casi pierde la vida comiendo pollo sentado en la tranquilidad de la casa resulta inexplicable cómo otros lo pueden hacer en medio del nerviosismo del juego más importante de la vida futbolística de Costa Rica. Así que hay que combatir los olores, los traumas y la angustia, tanta que al llegar al mediotiempo obliga a tomar aire en los balcones del centro comercial, como si uno estuviera corriendo al estilo de Joel, Celso o Bryan.

La historia de la Tricolor dice que casi no hacemos goles en los primeros tiempos de los Mundiales. Por eso el empate a cero al finalizar los primeros 45 minutos no sorprende, como sí el hecho de que algunos se atrevan a llamar a sus amigos para invitarlos a calentar más el aire de esa segunda planta.

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Sufrimiento, el valor agregado. Bryan Ruiz le pega a la bola en la primera acción de peligro de la Sele en la etapa complementaria y el balón se cuela en las redes griegas. Su remate es tan extraño como inesperado. Significa el 1-0 con el que llegamos al quinto partido en un Mundial, ese que México tanto desea y no consigue. Las manos van al aire y los brincos hacen temblar la superficie. Propios y extraños se abrazan, los gritos y las cornetas convierten en un manicomio el lugar.

Entonces empieza el espectáculo de Benjamin Williams, el árbitro. Expulsa a Óscar Duarte por el pecado de portar una camisa blanca. Las invitaciones para que el australiano pase por la fuente de La Hispanidad no esperan, menos cuando sigue señalando todo en contra de la Tricolor, al punto de que los aficionados extienden su cortesía hacia Joseph Blatter y su séquito de la FIFA.

Todo sale a relucir y el reloj se consume. Faltan 30, 20, 10 y 5 minutos. Ya es tiempo de reposición. "Sí se puede", cantan. Los griegos lo creyeron y vencen al gran Keylor Navas. ¡Qué arquero! Sus intervenciones pasan desapercibidas hasta que la producción televisiva repite las acciones con menor velocidad, más para aquellos que no destacamos por la buena visión ni la gran estatura. Sin embargo, el del Levante no pudo hacer nada contra el remate de Papasta... Socratis, mejor, el 19 rival.

Nadie quería ser México, nadie quería recordar aquella historia de Washington (empate a 2 en el último minuto que nos dejó fuera del mundial del 2010), pero nos empatan en el último suspiro, justo cuando parece que las puertas del rebaño se abren para tomar la fuente de La Hispanidad. Ese cuento de que pusimos todo en la cancha y perdimos no va a consolar a nadie.

Hay que sufrir un poco más. Navas sigue haciendo de las suyas en el Arena Pernambuco y parece que la única salida son los penales, pues a Campbell ya no le dan las piernas para aprovechar uno de los tantos saques largos de Keylor y aquella frase de que tanto va el agua al cántaro ya había hecho de las suyas en el gol helénico.

¿Alguna vez nos imaginamos a Costa Rica en penales de un Mundial? Quizás no, pero de seguro que sí escenificamos la forma en que nos congregaríamos en San Pedro para festejar el triunfo más importante de la historia del balompié tico, o tal vez como maquinamos las excusas que lanzaríamos tras ahogarnos en la orilla después de estar a tan pocos segundos de alcanzar la gloria.

Pero había que sufrir para gritar. Umaña dispara a su izquierda, abomba la red y el júbilo es completo. La Selección de Costa Rica está entre las mejores ocho del mundo y miles de aficionados enfundados en camisetas rojas quieren ser parte de esa foto con la que se recordará que la Tricolor borró cualquier leyenda que hubiera escrito anteriormente.

Catarsis. Del este, del oeste, del norte y del sur. Miles de ticos se aproximan a la fuente con una cerveza en la mano, con su bandera y gritando el "Sí se pudo". Algunos pierden la vergüenza al ver las móviles de los canales de televisión y se lanzan sobre el camarógrafo aventando hacia el aire las bebidas.

Y llega la vuelta. La primera es imposible. A mitad de camino me percato de que las piernas tiemblan. Aún no se cree lo que pasa. Hay que sentarse, tomar aire y aprovechar la poca señal telefónica que aún queda, a escasos minutos de que el australiano diera por concluído el juego -con mucho pesar para él-, para invitar a los demás a unirse. Los celulares además tenían un arduo trabajo al captar miles de "selfies" de aquellos que querían decirle a sus amigos: "yo estuve ahí".

La carrera continúa y la afición se atasca en la zona noroeste de la fuente. La gente salta y pregunta al unísono: "dónde están los h... que nos iban a ganar". Una señora sostiene un muñeco negro con algo de simpatía y es difícil no dar gracias a la vida por poner a Joel Campbell y a Junior Díaz en suelo tico, solo por nombrar a algunos.

El sufrimiento se convierte en júbilo y hasta los extranjeros se unen a esa vuelta sin sentido que protagonizan los aficionados ticos. La fuente está apagada y bien vigilada por los miembros de la Fuerza Pública, pero de alguna forma, hay agua que se desborda por las calles, como si quisiera dirigirse hacia Los Yoses.

Un aficionado viste la camiseta de Holanda, pero su tez lo delata. A esta altura nadie recuerda el siguiente paso porque hay que celebrar. Pese al abrazo retador que recibe de otro tico, el holandés está tan feliz por la Tricolor como su par.

Una señora monta su puesto para vender carne asada y no le inquieta que los aficionados más alcoholizados jueguen a su alrededor con un balón que tiran hacia el aire sin importarles dónde vaya a caer. A un indigente que recoge latas tampoco parece importarle lo que sucede en el entorno, pues su bolsa se llena rápidamente mientras abre paso con un pito. De pronto, en medio de algunos bailes improvisados, la afición corea de nuevo el "Oe, oe, oe, ticos" y ondean sus banderas en el cielo, mientras otros saludan las cámaras, que enfocan desde las alturas.

Y llega otra vuelta. El espacio se reduce y es imposible no recibir uno que otro golpe o majonazo. La cerveza vuela como lluvia, algo triste para aquellos que no cuentan con provisiones.

Es una especie de bautismo entre tanta alegría. Una fiesta que se prolonga hasta altas horas de la noche y en la que realmente la gente no entiende cuál es el protocolo. La fuente de la Hispanidad alberga la celebración de la mejor página del fútbo tico y la esperanza es que haya tres visitas más. Sin duda, para volver habrá que sufrir, pero lo vale.