La raíz de la corrupción

Las instituciones en general serán tan eficaces y justas como las personas que las componen

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Se habla mucho de la corrupción y de que nos hemos acostumbrado quizás a esa palabra. Lo cierto es que algunas prácticas corruptas podrían haber llegado a institucionalizarse.

Corrupción proviene del latín corruptio (acción o efecto de destruir, acción de dañar, sobornar o pervertir a alguien). La mentira y el robo son tan antiguos como la historia de la humanidad. Se dice que Cicerón fue testigo de la corrupción en la tardía república romana, que, en su opinión, estaba cayendo presa de unos peligrosos niveles de comportamiento manipulador en la élite política.

Pareciera que seguimos atravesando esta crisis de integridad que se gesta, primero, en las personas y, luego, en las instituciones, devastando algo que es vital: la confianza.

David Thunder, investigador del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra, sobre la corrupción, señala que es preciso una renovación moral de la cultura de las instituciones públicas. Lo cual implicaría una reforma de las actitudes y disposiciones éticas de quienes ostentan el liderazgo político, religioso y económico y un esfuerzo coordinado de cultivar las virtudes del servicio público.

Esos valores, para Thunder, son la justicia, el coraje, la veracidad y la magnanimidad que se espera estén presentes en la próxima generación de líderes políticos, económicos y espirituales.

Como respuesta a la corrupción, Thunder opina que hasta que no haya una verdadera voluntad política y moral para hacer frente a las raíces, la lacra seguirá creciendo como un cáncer en las instituciones políticas, económicas y educativas.

Las instituciones serán tan eficaces y justas como las personas que las componen. Las reformas serán en vano si no vienen acompañadas de una ardua labor de reforma cultural, afirma.

Para combatir las prácticas corruptas que producen deshonra e injusticia, se necesita examinar la cultura interna de las instituciones implicadas, tanto como su contexto cultural general. Si se queda en el plano de los legalismos sin atender los factores culturales, no se llegará nunca a entender las fuentes de comportamiento criminal e irresponsable, apunta este investigador.

De nada sirven los procedimientos institucionales sin reformar las costumbres y actitudes que fomentan y protegen el comportamiento corrupto. Los actores financieros podrán aplicar sus talentos y conocimiento de la ley para esquivar las regulaciones anticorrupción. Hecha la ley, hecha la trampa.

Se debe ahondar en las raíces culturales y fallos personales de los individuos involucrados. La corrupción no es solo un acto. Expresa un vicio, una disposición estable de actuar de manera injusta o irresponsable. La virtud, en cambio, es una disposición estable para actuar de manera honrada, justa o responsable.

Los vicios surgen con bastante facilidad. Las virtudes solo se adquieren a través de un paciente aprendizaje y entrenamiento, con la ayuda de creíbles modelos, afirma Thunder.

Así como la corrupción es tan antigua, la honradez también. En la Ilíada, obra maestra de Homero, escrita en el siglo VIII a. C., Aquiles grita con angustia: «Odio, como a las puertas de la muerte, al hombre que dice una cosa pero esconde otra diferente en su corazón».

El escritor costarricense Luis Dobles Segreda lo expresa de forma egregia: «Limpio heredaste el nombre de tus padres y limpio lo heredarás a tus hijos».

La institución familiar, primer agente educador, provee las defensas, las fuerzas morales para cortar la mala hierba desde la raíz. La corrupción se combate con la honradez, con un probado calibre moral.

hf@eecr.net

La autora es administradora de negocios.