Página quince: Así tratamos a nuestros maestros

Si pretendía usted pasar a la historia como un prócer de la cultura, el menú es el veneno, la cruz, la hoguera, el hacha, la guillotina o las balas

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

¡Están ustedes, por ventura, soñando con introducir en el mundo profundas revisiones éticas, filosofías revolucionarias, nuevos valores, inéditos modelos convivenciales, en suma, transformar el planeta en algo mejor que el burdel, presidio, hospital con mucho de manicomio que es?

Si tal es su loable intención, convendría considerar lo que los humanos hemos hecho con los mejores espíritus de los que la historia guarda memoria.

A Sócrates lo condenamos a una deliciosa infusión de cicuta. ¿Por qué? Por haber despertado las conciencias, estimulado el pensamiento individual, vigorizado el espíritu crítico, inspirado a buscar la verdad por nosotros mismos, y no guiarnos por ideas recibidas y lugares comunes.

A Jesucristo lo martirizamos, humillamos, escupimos, y crucificamos. Pienso en la novela (y luego película) To Kill a Mockingbird de Harper Lee: vejar y torturar de esa manera a un ser que traía miel en sus labios, ramilletes de verdad y justicia en sus manos, el perdón y la misericordia en su mirar. ¡Ah, es tan difícil no avergonzarse de la criatura humana!

A Juana de Arco, la doncella de Orleans, la más bella de las vírgenes, una muchacha apenas púber, una adolescente iluminada, la quemamos con leña verde (para que el suplicio durara más) y luego desmembramos su cuerpo y arrojamos sus restos al Sena, en la ciudad de Ruan. ¿Por qué? Porque decía ser capaz de hablar con los ángeles y lideró a todo su país (Francia) en una enorme sacudida contra la opresora Inglaterra.

A Giordano Bruno, fraile dominico, filósofo, matemático, cosmólogo, filósofo ¡y poeta!, lo quemamos en Roma, en una pira pública, mientras la canalla aplaudía y rugía de entusiasmo bestial. Todo lo que Bruno hizo fue extender la doctrina copernicana y crear el concepto de multicosmología: el universo infinito estaría lleno de planetas con sus respectivos soles y era harto probable que cada uno de ellos tuviese su propio dios.

A Tomás Moro, apodado el hombre para todas las estaciones (no cambiaba de color al pasar del otoño al invierno o de la primavera al verano; lo que llamamos un hombre de una pieza), filósofo social, humanista, canciller y jurista parlamentario lo decapitaron por no haber aprobado la instauración en Inglaterra de la Iglesia anglicana y negarse a secundar las guarrerías del sátrapa rey Enrique VIII, bestia espesa, glotona, gargantuesca, obscena, insaciable.

Fue ejecutado por un verdugo: el hachazo no cercenó bien la cabeza de la víctima, de modo que la operación tuvo que ser repetida. Tomás Moro fue canonizado por la Iglesia católica en 1935.

Olympe de Gouges, activista social, autora del texto Los derechos de la mujer y la ciudadana, protofeminista y uno de los más nobles estandartes de esta línea de pensamiento, fue guillotinada en 1773 en la vesania colectiva que se apoderó de Francia después de la revolución de 1789 y que se llamó “la era del terror”.

Miles de ciudadanos, monjas y religiosos, entre ellos, probaron el horror del novel instrumento ideado por el doctor Guillotin.

Martin Luther King, una de las mejores cosas que le han sucedido a la humanidad, ministro cristiano, activista social y cruzado por los derechos civiles de la negritud en los Estados Unidos (gestión en la que combinó la estrategia de desobediencia civil y la revolución pacífica de mahatma Gandhi), fue asesinado por un miserable sicario en 1968.

Mahatma Gandhi, líder espiritual de la India, hombre que logró la independencia del Imperio británico sin disparar una sola bala, mediante la resistencia pacífica, amado por su pueblo y respetado por la comunidad mundial, fue asesinado con tres balas al pecho disparadas a boca de jarro, cuando, al caer la tarde, se dirigía con sus sobrinitas a rezar en la iglesia de su casa.

Seres de espíritu noble. Así que, ya saben, amigos, si están ustedes pensando en cambiar el mundo, fíjense en esta escalofriante casuística: envenenados, crucificados, quemados, desmembrados, decapitados, guillotinados, baleados. Eso es lo que hemos hecho con los mejores hombres y mujeres que la historia nos ha regalado.

Es como si la excelencia fuese una verdadera maldición para ciertos individuos y comunidades, como si la nobleza de espíritu, la valentía, la lucidez, el sacrificio, la generosidad, la compasión, el humanismo y el humanitarismo fuesen antivalores en no sé qué retorcido espectro ético y axiológico.

La bondad es un tremendo lanzazo en el costado de la maldad; esta hará lo que sea necesario con tal de arrancárselo de su cuerpo y herir con él a su rival.

En la introducción del Fausto de Goethe, asistimos a una conversación en la que Dios y Mefistófeles apuestan cuál de los dos va a ganar el alma del buen doctor. Termina por ganar Mefistófeles, pero el amor infinito que le profesaba Margarita termina por redimirlo, como redimido es el don Juan de Zorrilla por doña Inés, cuando la estatua del comendador lo arrastraba ya hacia los infiernos.

El ser humano excelso, sublime, excepcional, sabio, visionario, representa un espécimen intolerable para los miserables de este mundo. Les estorban, los irritan, los desestabilizan, los reducen a su verdadera dimensión de pigmeos éticos. Y esa no es una sensación agradable para nadie.

Se impone, entonces, acabar con los generadores de esta desazón. El gran Nelson Mandela es una rarísima excepción a la regla. Su gesta fue tan egregia como la de cualquiera de los mártires antes mencionados, pero siquiera pudo morir en paz y no tuvo que ver las balas de algún mísero mercenario profanar su cuerpo.

Antítesis. ¿Y el cine y la televisión qué hacen? ¡En lugar de contar y cantar las loas de estas inmensas figuras tutelares de nuestra civilización, le dedican una telenovela al Chapo Guzmán, crean el nuevo género de la narconovela, glamurizan al delincuente, al asesino, a los más buscados criminales del mundo!

Si en virtud de algún inexplicable prodigio el Chapo Guzmán apareciera mañana caminando por la avenida central, ¿creen ustedes que hordas de costarricenses no se precipitarían a pedirle un autógrafo, imbéciles que pedirían tomarse un selfi con él? ¡Por supuesto que lo harían! ¡La fama es un valor absoluto y universal, el personaje “famoso” puede serlo por haber inventado una vacuna contra el coronavirus como por haber estafado al fisco, asesinado a docenas de agentes de policía y haber llenado de cocaína México y Estados Unidos!

Aún más, genera más morbo, interés, curiosidad, fascinación, atractivo sexual y rentabilidad mediática el delincuente que el científico, cuya historia de vida se limita a su ininterrumpido y silencioso diálogo con los tubos de ensayo, en un laboratorio que nada tiene de glamoroso.

Sí, querido lector, si pretendía usted pasar a la historia como un prócer de la cultura, piénselo muy bien. Recuerde: el menú es el veneno, la cruz, la hoguera, el hacha, la guillotina o las balas. Y omito cientos de nombres y mujeres que también murieron luchando por sus ideales, desmembrados por cuatro caballos que tiraban de sus extremidades, por la máquina de tortura conocida como cama de Procusto, electrocutados, ahorcados, acribillados por flechas (san Sebastián), enterrados vivos, lapidados, apedreados, los ojos arrancados de cuajo, los dedos y manos cortados (Víctor Jara), latigueados hasta la muerte, condenados al hambre y la sed, fusilados… ¡Qué corto se quedó Borges en su Antología universal de la infamia!

jacqsagot@gmail.com

El autor es pianista y escritor.