Ciencia, arte e historia se dan la mano para remozar los ‘tesoros’ del Bicentenario

A partir del 26 de mayo, se podrán explorar pinturas, esculturas y armamento que narran la historia de 200 años de vida independiente; restauración de objetos involucró a decenas de profesionales

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Costa Rica se prepara para festejar 200 años de vida independiente. Y diferentes objetos y obras de arte que cuentan la historia de estos dos siglos se alistan para la fiesta también: ser exhibidos a partir del próximo 26 de mayo en el Museo Nacional.

Detrás de la preparación de estas pinturas, esculturas y hasta armas del ejército que alguna vez tuvimos hay decenas de profesionales en Historia, Arte, Restauración y diferentes ciencias que buscan tener un estado máximo de conservación cada pieza de la exposición.

Cuando visitamos un museo normalmente solo vemos un porcentaje muy pequeño del trabajo que allí se realiza. No solo está el componente de exhibición y divulgación del arte o de la historia, también hay otros que pasan desapercibidos a los ojos del público, pero que son de vital importancia para la memoria histórica de cualquier lugar.

Fuera de su salas de exhibición, el Museo Nacional investiga la historia del país a través de diferentes objetos, se aprende acerca de cómo se ha hecho arte en diferentes épocas, se restaura y se investiga. Todo esto es necesario para que, cuando lleguemos de visita, podamos no solo admirar las piezas expuestas, también aprender de ellas.

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La Nación visitó el centro donde están los acopios de las obras, en Pavas, y vio cómo funcionan los talleres de restauración y conservación para preparar la exhibición del Bicentenario.

Los especialistas seleccionaron tres objetos muy diferentes que nos permiten contar la historia de estos años y nos detallaron el proceso de conservación que llevan para que sean vistos por los costarricenses.

Al llegar al taller, una pintura, una escultura con el busto de un agricultor y un cañón con una tecnología muy adelantada para su época nos esperaban.

“En estos tres se juntan conocimientos muy especializados en términos de química, de materiales y de técnicas”, manifestó Gabriela Villalobos Madrigal, historiadora y curadora del Museo Nacional.

La historia narrada a través de una pintura

Subimos unas cuantas escaleras para llegar al lugar donde nos esperaba una pintura que estaba en sus últimos retoques para ser vista por los costarricenses.

Esta es una obra de arte que cuenta la historia de nuestro país, pero vista por ojos extranjeros. Esta es una visión muy europea del paisaje, comenta Villalobos.

Un de esas concepciones, por ejemplo, es que se supone que parte del paisaje capitalino era un cafetal, y la plantación descrita parece más un viñedo.

“Cada obra es importante por lo que nos dice y lo que no nos dice, eso siempre es importante: sus voces y sus silencios”, resume.

La historiadora relata que esta pieza presenta una vista de San José de este a oeste, como si el pintor hubiera estado en el Cementerio de Extranjeros, en Calle 20, en el corazón capitalino.

El Cementerio de Extranjeros también tiene un componente importante en la historia. Este fue creado porque la Iglesia católica no permitía que los no católicos fueran enterrados en sus camposantos. Entonces, el cónsul británico erigió este cementerio y encargó a dos ingleses de su administración y cuido.

De esta obra pictórica no hay fecha ni autor, pero por la ubicación de la Iglesia La Merced en la pintura, Villalobos presume que se pintó antes de su traslado, por lo que debe ser anterior a 1850.

“Así no era un cafetal, ni la capital tenía ese tipo de caminos. Es una adaptación de una mirada de San José muy a la europea”, remarca.

Alistar esta pintura para que el público pueda apreciarla no fue fácil. Alfredo Duncan Davis, restaurador del Museo, comenta que fueron tres meses de trabajos, pues sí se requería de un proceso laborioso.

Por ejemplo, al llegar al taller lo primero que se advirtió es que esta había sido tratada con cera de abeja para evitar la craqueladura de los pigmentos, pero en el proceso no se había limpiado antes de dar este paso y eso ya la afectaba.

“Cuando hicieron la restauración con cera de abeja no tuvieron el cuidado de limpiar la obra, entonces se veía un manchón. Había un montón de detalles de la obra que no se veían del todo”, puntualizó Duncan.

Otro problema mayor fue que el soporte de madera estaba comido de comején, y esto comenzaba a afectar al lienzo.

Duncan y su equipo pusieron manos a la obra en un proceso que duró tres meses. Pudo ser menos, manifestó el restaurador, pero son varias las obras que están en proceso de restauración al mismo tiempo y a todas requieren de mucha atención.

El primer paso fue realizar un diagnóstico de cómo estaba el deterioro de la pieza y saber qué medidas deberían tomarse para mantener su conservación y remozarla para el ojo del público.

Una vez “diagnosticada” la obra, se hizo una limpieza mecánica para eliminar todo lo que no le pertenece y se adhirió a ella con el pasar del tiempo.

“A esta se le quitaron residuos de murciélagos, de moscas, humedad, ‘pringues’ de pintura”, expuso Duncan.

Después de esto viene una limpieza química. Se comienza con químicos suaves, y, de ser necesario, químicos más fuertes. En este caso no fue necesario.

Al concluir esto vienen los detalles, se coloca una capa de preparación, y se comienzan los retoques de texturas y colores para darle una nueva vida.

La obra también se trata con cera de abeja. Las técnicas modernas, según Duncan, ya no la hacen en “caliente” (con mayores temperaturas) y puede hacerse “en frío”, y esto daña menos la pintura.

Justo al lado de Duncan, Alonso Silva González, asistente de restauración, daba los últimos toques a lo que él considera el “alma de la pintura”, porque nadie la ve, pero es lo que la sostiene: los bastidores.

“No son marcos, un marco es rígido, los bastidores tienen cuñas que pueden abrirse para adaptarse al paso del tiempo”, explicó.

Silva asegura que, con el paso del tiempo, es normal que el lienzo de la pintura “respire” y se puede “hinchar” o “retraer”. Entonces, los bastidores, se abren con la ayuda de las cuñas y tensan los lienzos para que estos se mantengan.

“Si una obra no tiene bastidor sería una tela suelta. Si el bastidor es malo a la pintura se le hace una ‘panza’ y ‘cuelga’, porque no puede tensarse”, expresó.

Primeros vestigios de arte secular

Otra de las obras escogidas fue el busto de Casimiro Zamora. Villalobos comenta que se trata de un campesino de cierto poder adquisitivo, ya que pudo pagar para mandarse a hacer una obra de arte.

Esta data de aproximadamente 1870 y fue hecha por un artista costarricense que tenía influencia del arte guatemalteco. Su nombre era Juan Mora González.

Sin embargo, la historiadora destaca algo aún más importante: esta obra es vital en la historia costarricense porque corresponde a las primeras obras de arte secular, en donde no hay componente religioso, algo característico durante el principio del siglo XIX.

“Después de la independencia se da un proceso cultural de secularización, eso lo podemos leer en algunas obras de arte”, expresó.

La restauración de esta obra fue más sencilla que la de la pintura y tomó solo de dos a tres semanas. La restauradora Sofía Jiménez expuso que de todas formas deben seguirse varios pasos.

El primero es una revisión general, en donde se evalúan los daños y se ve en qué se necesita trabajar. Posteriormente se le hace una limpieza mecánica para quitar suciedades y polvo.

Como el paso del tiempo y la humedad hace que algunas partes se caigan o se “craquelen”.

Con base en esto se hacen pastas o capas en el color necesario para recuperar el daño. También se consolidan algunas partes con una mezcla de goma y agua que se les coloca en ranuras o espacios sueltos.

De esta forma, se conserva la obra con el mismo aspecto.

“La piel se ve de un tono suave y realista porque se trabaja por partes y capas. Sombras y luces de piel real, no es una ‘plasta’ de color. Todo eso debemos mantenerlo”, recalcó.

El armamento de última tecnología

No es posible contar la historia de Costa Rica sin hablar de la etapa en la que sí tuvimos ejército y armamento.

Uno de los “objetos estrella” es un cañón que data de entre 1870 y 1875. Esa fue la época en la que Tomás Guardia fue presidente; en una placa en la parte trasera del cañón puede leerse “Presidente Guardia”.

En la curaduría de este objeto Villalobos tuvo el apoyo de Fernando Leitón, quien tiene un amplio conocimiento de la historia del armamentismo.

Según Leitón, en este cañón hay una tecnología que se consideraba de punta en su momento. En este caso, las balas no son cargadas en la “boca” del cañón, en su lugar, hay un sistema que les permite cargarse por la retaguardia.

“Fue retomada por una de las compañías más, más importantes de fabricación de armas, la compañía alemana Krupp. Quien inventó este sistema de entrada posiblemente estaba en un momento que quería vender la tecnología”, explicó Villalobos.

“Su importancia no es solamente para Costa Rica, es mundial. Es muy difícil encontrar una pieza de este tipo antes de ser vendida a la compañía alemana”, agregó.

¿Y cómo se conserva un arma como estas? Duncan comentó que hubo que sumergirla en agua durante días y tratarla con químicos para así quitarle cualquier daño causado por el paso del tiempo y dejarla lista para los ojos del público.