Cinco años después de su fin, ‘31 minutos’ no se olvida y se mira incomparable

Tulio Triviño y su equipo de incompetentes reporteros crearon un noticiario de humor absurdo que marcó a una generación. Ningún programa de marionetas podrá alcanzar el éxito y carisma que despertó esta producción chilena finalizada en el 2014

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Muchísimos dramas televisivos han sido paridos del mundo de las noticias. El frenetismo del última hora, la pesquisa por una entrevista en exclusiva, las largas coberturas... Son diversos los frentes por los cuales se puede beber del periodismo para crear un gran serial televisivo.

Pero 31 minutos quería algo distinto. “El noticiero más serio y prestigioso de la televisión internacional” era todo menos lo que debía ser, y eso no podría agradecerse de mayor manera, aún más a cinco años del fin de la emisión de una de las series cumbres del comienzo del siglo.

El 27 de diciembre del 2014, el carismático Tulio Triviño y su inoperante redacción se despidieron para siempre de las cámaras, dejando un sabroso recuerdo de una serie juvenil en la que se podía ser políticamente incorrecto con las sutilezas necesarias.

El informativo menos informativo

La lluvia de ideas que germinó en el programa 31 minutos tenía potencial de desastre absoluto. Se trataba de un noticiario para niños y adolescentes que poco tenía por informar.

En primer lugar, se trataba de un falso noticiero. En segundo, la sala de redacción estaría habitada por marionetas que ofrecían un programa con tecnología que podía sentirse desfasada en pleno auge de la era digital. Tercero, sus personajes serían pelotas de fútbol parlantes, animales mutantes, reporteros mediocres y superhéroes incomprensibles.

Sonaba a una idea poco rentable y de mecha corta, pero no importó: si se podía hacer, pues ¿por qué no hacerlo?

Así fue como los chilenos Álvaro Díaz y Pedro Peirano escribieron un guion que fue concursado por la productora Aplaplac. Obtuvieron el presupuesto para producir 21 capítulos para transmitir en televisión nacional chilena y el resultado demoledor logró rentabilizar la serie hasta que los mismos creadores decidieron que había que ponerle fin.

Díaz y Peirano, a raíz del éxito de la serie, fueron sinceros con sus expectativas: lo único que deseaban era construir un programa que no tuvieron en su infancia. Sentían que el público joven merecía algo más que el contenido educacional que ellos percibían, así que esculpieron una serie de personajes cargados de valores y antivalores.

El primer nombre en aparecer fue el conductor del programa, el inolvidable Tulio Triviño. Es difícil saber con precisión qué clase de animal es Tulio, pues parece un simio cruzado con otra especie mutante, pero se convirtió en el personaje perfecto para ser la estrella del programa, pues tenía millaje por delante al ser un vanidoso presentador, olvidadizo, tonto, imprudente y egocéntrico.

Tulio padecía de delirios de grandeza, por lo que siempre trató de sentirse como el conductor del mejor noticiario del mundo, a sabiendas del desastre que había en la redacción. Bastaba ver cómo Tulio empujaba las sátiras al periodismo, como cuando envió al torpe reportero Mario Hugo a una esquina de la calle a “esperar a que ocurriera una noticia”.

El segundo al mando era Juan Carlos Bodoquem un conejo que anhelaba ser presentador del programa, pero al ser amigo de Tulio desde su infancia permitía que su compinche se llevara las luces.

Una de las partes más esperadas del programa era la siempre predecible sección de espectáculos, presentada por el extraño Policarpo Avendaño, quien físicamente parecía un cascanueces. Este periodista siempre ofrecía una antojadiza lista de sus temas musicales favoritos, que siempre estaban interpretados por familiares y amigos suyos.

Los videoclips eran temas retorcidos, como Bailan sin César, Diente blanco no me dejas y Equilibrio espiritual. Lo pegajoso de estas absurdas canciones logró que la producción lanzara un disco con los mejores temas del top de Policarpo.

Otra de las parodias al periodismo que funcionaba a la perfección se tejió con Mico el Micófono, un periodista con forma de micrófono que se encargaba de hacer sondeos en la calle.

Mención especial también merecía Calcetín con Rombos Man, el superhéroe que habitaba este descolocado mundo. Tenía un tema musical especial y cada vez que alguien pronunciaba su nombre, rompía la cuarta pared y miraba a la cámara. Era un completo defensor de los niños y servía como equilibrio entre desfachatez y responsabilidad.

El universo de personas sería inabarcable en unos cuantos párrafos, pero igual de inolvidable eran el productor Juanín Juan Harry, el inventor Huachimingo, la eterna pasante Patana Tufillo (sobrina de Tulio) y el extrovertido Guaripolo.

El alcance de la serie aún resulta insondable. Además de millones ganados en mercadeo de productos, la serie incluso se llegó a presentar en el Lollapalooza de Chile del 2012, en el Festival de la Canción de Viña del Mar 2013 y estará el próximo año en el Festival Vive Latino en México. No hay límites para este mundillo de locuras.

Aún resulta difícil procesar que no fue una superproducción estadounidense la que caló en la niñez de todo el continente; fue una ruleta de diversiones con personajes entrañables y un bajo presupuesto.

A cinco años de su fin, se puede confirmar que ningún episodio de la serie llegó a durar 31 minutos, pero esa disonancia era parte del todo. Nada debía ser lo que se suponía para así convertirse en un testamento de loca diversión.