Gastón Fournier-Facio, el melómano más generoso

El primer costarricense a cargo de un teatro en Europa reparte su pasión didáctica entre charlas, libros y su dirección del Teatro Regio de Turín

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Faltan pocos minutos para que concluya la charla en el Teatro Mozart, en San Francisco de Dos Ríos, donde dio su última conferencia en Costa Rica, hace ya varios días. Gastón Fournier-Facio reúne sus apuntes se aleja del podio y se sienta al piano.

Apenas ojeando sus notas, ha hablado dos horas sobre Gustav Mahler (1860-1911): los sufrimientos del compositor austriaco, sus triunfos musicales, sus paseos y retiros en la montaña, la minuciosa reflexión sobre la vida y la muerte en su obra Das Lied von der Erde ( La canción de la Tierra , 1909).

Pero falta más. Mientras habla está firme en el podio, delgado y más bien bajito, pero elegante en traje azul, con voz de cadencia italiana y la ocasional erre tica. No deja de mover el pie izquierdo como un metrónomo.

Fournier prosigue su charla dictando frase por frase, notas al pie y fragmentos musicales incluidos, un libro que va escribiendo frente a la audiencia, junto al podio. Hasta que al fin, al cierre de la charla, que 70 personas han seguido absortas, sus pies inquietos se mudan al piano. Nos lleva consigo, nos reúne en las notas, y recorre, nota por nota, letra por letra, los poemas chinos en los que Mahler articuló su melancolía.

El último acorde se prolonga por varios minutos más, interrumpido por la puntillosa examinación de un musicólogo e historiador que pudo haber seguido hablando toda la noche, ese 27 de julio .

“Mahler decía que todo lo que vivía lo tenía que componer, lo tenía que componer y, si no lo componía, no lo vivía”, recordó Fournier. Lo mismo podría decirse de su vocación por compartir el arte. Ha editado cuatro libros sobre Mahler y Austria le dio el máximo reconocimiento cultural (en el 2005) gracias a la difusión de la obra de uno de sus hijos más célebres.

Gastón Fournier-Facio, a sus 69 años, es un maestro de la música desde adentro: como el primer costarricense director de un teatro en Europa, el Regio de Turín , aunado a su labor como conferencista y editor, es el tico más destacado en la gestión de la música en todo el mundo.

Al piano, en el archivo

En el 2007, Gastón Fournier-Facio hizo historia para Costa Rica al ser nombrado coordinador artístico del Teatro alla Scala de Milán, uno de los principales escenarios del mundo de la música clásica, al lado del gigante Daniel Barenboim.

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Tal hito coronó una carrera consagrada a la programación musical y a su difusión; diez años más tarde, llegaría el listón más alto, al ser nombrado director artístico del Teatro Regio de Turín, fundado en 1740 .

La última semana de julio, en una de sus infrecuentes visitas al país, recordó sus inicios en la música durante una entrevista en el Teatro Nacional.

Empezamos intentando trazar el origen de su pasión musical. “No puedo decir que es un interés familiar, porque mi padre (Fernando) era abogado y mi madre (Virginia) no es música; no hay tíos o primos músicos. Mi bisabuelo, Mateo Fournier (lo llamaban, divirtiéndose, Mateo IV) era director de la Banda de San José: tenía más de 10 hijos y a cada uno le había enseñado un instrumento… quizá de allí viene algún gen musical”, bromeó.

Fournier se crió en San José; estudió en la Escuela Buenaventura Corrales y en el Colegio Saint Francis, para luego graduarse en Historia en la Universidad de Costa Rica.

“Miguel Ángel Quesada, profesor de piano del Conservatorio de San José, me estimuló muchísimo. Siento que le debo esta pasión por la música, despertó algo que estaba latente”, subraya.

Empezó al piano y, en 1970 ,alcanzó “la cosa más importante que hice como intérprete”. Junto con Mario Alfaro Güell (Mario Alfagüell), Gabriel Macaya y José Francisco Víquez –con quien grabó un LP para el bicentenario de Beethoven–, presentó el Concierto para cuatro pianos y orquesta de Bach/Vivaldi en el Teatro Nacional.

“Pero todo el tiempo me dediqué a la divulgación musical: ya cuando aprendía algunas piezas organizaba conferencias-conciertos en Ciencias y Letras”, dice. Era otra su ruta.

“Me encanta compartir los conocimientos que he acumulado y hacerlo de una manera transparente. No superficial, porque yo creo que uno puede explicar las cosas más profundas y más complejas de modo transparente para la persona que no sabe nada”, dice.

“Siempre tuve pasión por la historia. Siempre me ha interesado contextualizar históricamente el personaje o la obra que estoy estudiando, colocar la obra y su creador en su momento histórico”, explica.

Su conocimiento musical se enriqueció al partir como ministro consejero y cónsul general a la embajada tica en Londres, donde, de noche, estudiaba historia de la música.

“Renuncié a la embajada, vendí todo lo que tenía, una decisión muy drástica, me di una autobeca y me fui a estudiar musicología (en la Universidad de Sussex”, detalla Fournier.

Justo entonces empezó su aventura de trabajo en la organización musical en Italia, invitado por el compositor Hans Werner Henze a la organización del Festival de Montepulciano.

Fournier desarrolló su carrera como copiloto de otros festivales y proyectos musicales al lado de figuras como Luciano Berio, Zubin Mehta, Daniel Barenboim y Antonio Pappano.

“Con todos estos hacía de colaborador directo y podía orientar la programación, escoger el tipo de obras para programar”, explica. En el Teatro Regio, por primera vez, él lleva la batuta.

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Del pasado al futuro

El Teatro Regio de Turín es una de las casas de ópera más prominentes de Italia, fundada en 1740 . Como toda institución de tan larga data, está sujeta a cambios drásticos, accidentes, debates y al monstruo benigno de la tradición.

Cuando Fournier-Facio asumió la dirección artística, con Walter Vergnano como gerente y Gianandrea Noseda como director musical, se propuso alejarse del conservadurismo al vincularse con propuestas escénicas más contemporáneas –sin dejar de lado la vocación histórica del centro cultural–.

“Siempre tenés que pensar en el equilibro. ¿Entre qué, en un teatro en Italia? Entre un gran repertorio y obras más rebuscadas, para ampliar el repertorio del público y también de la orquesta y el coro”, explica Fournier-Facio, quien debe llenar, cada noche, un teatro para 1.750 espectadores con temporada de octubre a junio.

¿Qué es lo que debe equilibrarse? “Entre conocido y desconocido o poco conocido; entre ópera italiana y ópera extranjera; entre música tradicional e histórica y música nueva. Eso es muy importante, pues el teatro no puede ser un museo, tiene que reflejar la música de nuestro tiempo”.

La temporada del 2017-2018 incluye, por ejemplo, óperas favoritas del público ( El barbero de Sevilla , Don Giovanni) y otras menos representadas ( I Lombardi alla prima crociata, de Verdi, o Il segreto di Susanna , de Ermanno Wolf-Ferrari); obras más recientes, como la ópera corta La voix humaine , de Francis Poulenc, y el musical Evita , de Andrew Lloyd Webber.

Evitar que las instituciones se congelen es una de las grandes presiones en el mundo de la música, además de lograrlo sin espantar al público más conservador ni adormecer al nuevo.

Fournier se propuso conectar pasado y presente con estas guías: recuperar ópera del barroco; incluir teatro musical; e instituir un director escénico residente, el canadiense Robert Carsen, “uno de los más talentosos directores teatrales de nuestro tiempo”, dice.

El primer desafío, la ópera barroca, significó repasar 150 años de historia de la música cuyos montajes escénicos no son frecuentes y estaban ausentes por completo en Turín.

“Pareciera una cosa que se da por descontado, pero en ningún teatro en Italia se programa una ópera barroca en cada temporada. Yo me lo propuse como cosa sistemática”, explica el historiador. Giulio Cesare , de Handel (1724), Dido and Aeneas , de Henry Purcell (1680), fueron las primeras, y, “por primera vez en Turín, y esto es increíble, una ópera de Vivaldi en forma escénica”: L’incoronazione di Dario, estrenada en 1717 .

Es una novedad en Turín, para todos los efectos; optar por la historia también puede ser un riesgo. Pocos saben que en la ciudad descansan casi todos los manuscritos de Vivaldi y el Regio debe celebrar por lo alto ese patrimonio, dice Fournier. La apuesta pagó bien: la sala se llenó en todas las funciones.

“En contraste totalmente, y esto fue un cortocircuito en el Regio, introduje el musical. Es un modo de hacer la ópera lírica de forma muy popular, a alto nivel también”, subraya. Hasta ahora, han presentado Cats , West Side Story , Evita y, el próximo año, Cabaret .

“El musical ha agotado las entradas. La gente peleaba por tiquetes. Se llenó de gente joven que nunca había estado en el teatro para ver una ópera. Uso el musical como carnada y, cuando están ahí, rompemos el hielo con jóvenes que nunca se han animado a entrar al teatro de ópera, porque creen que es muy formal y serio, y allí se encuentran pilas del programa de temporada”.

¿Qué implica para una institución proponerse montar este tipo de obras? “Primero que nada, que es un lenguaje muy especializado hoy en día. Hoy no se puede hacer ópera barroca como la hacía Von Karajan con la Filarmónica de Berlín. Vos oís grabaciones de Vivaldi y parece una sinfonía de Beethoven, falta el estilo, el rigor de la época. Por eso contrato a estos directores especializados, que trabajan con una orquesta de instrumentos de época, pero que pueden trabajar con una orquesta moderna.

“La cosa bonita es que en una ópera barroca vos tenés el basso continuo (clavicembalo, viola da gamba, laúd...) y la orquesta; el basso continuo lo hacemos con instrumentos de época, y la orquesta es la del Regio. Los músicos tienen que aprender una nueva manera de articulación de la frase, de la dinámica. Al principio estaban sorprendidos -¡más trabajo para la orquesta!- pero ahora les gusta mucho porque es una manera de enriquecer su pericia musical”, explica el director.

Finalmente, vinculó a Robert Carsen con el teatro y le dio libertad en ciclos dedicados a compositores. El más reciente fue Leos Janacek, con su Kátya Kabanová (1921), un impresionante montaje con el escenario todo cubierto de agua y cuya escenografía en perpetuo movimiento refleja la tragedia de la protagonista, quien se ahoga en el Volga. “Supe de gente que vino tres veces a verla”, celebra.

“Toda la ópera sucede sobre tablas que continuamente de estructura, y hay siempre un sonido de agua que se convierte en un elemento musical más de la ópera. Las producciones de Carsen son tan fuertes y elocuentes que ayudó a que el público asumiera bien un repertorio fuera de lo usual”.

Vida activa

“La cosa de la que estoy más orgulloso y lo más importante que he hecho en tres años en Turín ha sido un festival monográfico, interdisciplinario y colegiado”, dice Fournier. Es el proyecto que mejor representa el ímpetu con el que cree que un teatro puede transformar una ciudad con la cultura.

Con el desafío de atraer público a La mujer serpiente , una ópera olvidada del turinés Alfredo Casella, invitó a las más importantes asociaciones culturales de la ciudad a una fiesta conjunta. “Todos me dijeron que sí, y cada institución se paga su iniciativa; todos se sienten parte”, dice. “Por tres semanas, le ofrecimos a la ciudad de Turín el festival que presentamos todos juntos. Por toda la ciudad decía festival Alfredo Casella y atrajo muchísimo público con una música que el turinés había olvidado”.

Tanto gustó la idea de que Turín se reuniera colectivamente a hacer un único proyecto monográfico que ganó el premio más importante de Italia, el Abbiati, a la mejor iniciativa cultural.

En el 2017, la fiesta se consagró a Vivaldi y, el próximo año, a la Salomé de Strauss. Para el 2019, planea una fiesta para Alban Berg y el expresionismo, anclada a su ópera Wozzeck .

Al escuchar hablar a Fournier, queda poco espacio para dudar de cómo convenció a tantas instituciones y artistas de aliarse pronto con sus propuestas para el Regio.

Su fuerza persuasiva yace en la pasión con la cual describe cada proyecto con minucioso detalle; se siente urgencia en su entonación, un peso moral en la importancia que concede a la riqueza estética y filosófica de sus intereses musicales.

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“Tengo un hermano (Arturo) que dice: ‘A Gastón le encanta que a la gente le encante lo que a él le encanta’. Me reconozco mucho en eso. Siento esa vocación didáctica… cuando descubrís algo que te apasiona, querés compartirlo con otra gente”, explica sonriente.

Ya en su madurez, ¿cómo mantiene balance entre trabajo histórico, programación y vida personal? “Heredé, tal vez de mi madre, una grandísima energía. Me apasiona mi trabajo. Precisamente porque el trabajo de programador tiene una parte administrativa de presupuestos, gastos y contratos, siempre he creído importante mantener ese trabajo musicológico, porque es como un oasis para mí”, explica Fournier.

En ese oasis, en contraste con la gestión de un espacio cultural como el Teatro Regio, dice que pasa en soledad, entre sus libros y los documentos que narran las vidas de aquellos compositores que lo hacen vibrar.

En el teatro, todo es bullicio, ensayos, contratos, presupuestos. “En cambio el trabajo de escribir es muy concentrado y muy solitario. Lo bonito es que estás solo trabajando para hacer un producto que, idealmente, va a llegar a mucha gente”.

Así es como termina, por una noche en San José, hablando profusamente, una vez más, sobre Gustav Mahler, cuya música conoció durante una “borrachera de música en vivo” en Londres, en 1971, y a quien no ha soltado nunca.

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“Es una cosa física. Escuchar una sinfonía de él con la orquesta delante tuyo, con las ondas sonoras…”, suspira. Su primer encuentro con el austriaco fue la Tercera sinfonía , dirigida por Bernard Haitink,una obra en la que Mahler quiso descubrir el universo entero en seis movimientos.

“Oír como Mahler trató (y creo que logró) representar eso tan ambicioso fue tan impresionante para mí, que me eriza la piel, me emociona hasta las entrañas, que quise conocerlo mejor. Entre más lo estudié más me gustó”. Esa es la esperanza del profesor: ser un jardinero que logra hacer florecer las más raras semillas en un jardín que no sabe que las necesita.

Es una misión vital. No hay otra vía para Gastón Fournier-Facio: “Me gusta citar una frase del Don Giovanni de Mozart, donde Leporello le dice a Don Giovanni: ‘¡Usted tiene que olvidarse de las mujeres!’. Y él dice: ‘¿Olvidarme de las mujeres? ¡Pero si son tan importantes como el aire que respiro!”. Esa frase la podría usar textualmente para describir mi relación con la música. Para mí, la música es el aire que respiro. Sin música, creo que yo me sofocaría”.

Nota del editor: La primera obra de Gustav Mahler que Gastón Fournier-Facio escuchó en vivo fue la 'Tercera sinfonía', no la 'Sexta', como se consignó originalmente.