Breve país de las maravillas

Bellas miniaturas El Museo de Arte Costarricense se luce con una amplia colección de obras originales

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Este pequeño grabado de Francisco Amighetti es como una fotografía hecha con las manos. En la figura, un hombre lee un periódico, y todo está tan cerca que, si girase, el hombre se saldría del marco y terminaría en el cuadrito de a la par. Aquí, los universos son infinitos siempre que midan 13 por 15 centímetros.

Aquel grabado vive en el Museo de Arte Costarricense (MAC), en la colección Museo de la Miniatura, compuesta por 87 obras: 64 bidimensionales y 23 tridimensionales. Todas son piezas originales: no son copias de obras más grandes.

Los dibujos y las pinturas bidimensionales miden 13 por 15 centímetros. Las obras tridimensionales llegan a 21 centímetros (o menos) de altura y se trabajaron en madera, mármol o metal.

Según Alma Fernández, directora del MAC, solamente ahora se exponen todas las obras juntas, recibidas luego de tres convocatorias en distintos años. La primera colección data de 1982 y se expuso bajo la curaduría del artista Rafa Fernández.

En 1987 se exhibieron las piezas de la segunda convocatoria, curada por el artista Luis Chacón: incluye dibujos, pinturas, grabados y esculturas. En febrero del 2005 se mostraron los trabajos de la tercera convocatoria, curada por José Miguel Rojas.

El MAC ya lanzó la cuarta convocatoria a 33 artistas que no figuran en las tres primeras colecciones. En septiembre próximo comenzarán a llegar las obras, y es posible que la exposición de la cuarta serie se produzca a mediados del 2016.

En la futura exposición se incluirán piezas realizadas ya con nuevas tecnologías, como programas de diseño digital. Ahora solo hay una expuesta: Uni-versus , impresión digital y dibujo del 2005 de Lucía Madriz.

La gran idea. Cierto día, la directora del MAC, Alma Fernández, preguntó a su padre, Rafa, de dónde había provenido su idea de crear el Museo de la Miniatura, y él respondió: “¡Diay, de la necesidad!”. Rafa Fernández es el inspirador de estas maravillas.

En 1983, Fernández era director del Departamento de Artes Plásticas, programa de extensión del Ministerio de Cultura, y se propuso reunir obras de arte que llegaran a diversos lugares de Costa Rica. Llevar muchas de las ya conocidas era imposible por su gran tamaño.

No se podían reducir aquellas obras, y no era lo mismo llevar sus fotografías a los pueblos alejados de San José; pero sí se podrían exhibir piezas pequeñas y originales, pasibles de trasladarse con facilidad. El único problema es que esas obras no existían.

Rafa ya era un artista prestigioso y no le costó persuadir a colegas para que ejecutaran obras pequeñas y las donasen al patrimonio nacional. Fernández les entregó lienzos iguales o pequeños trozos de madera a fin de que las obras no se excediesen de ciertas dimensiones. Algunos escultores prefirieron trabajar en metal o mármol.

Los artistas donaron todas las piezas, que forman parte del acopio del MAC desde 1998.

El sueño previsor de Rafa Fernández, todo el arte y la plena generosidad de aquellos artistas caben hoy en baúles expresamente construidos con madera curada para albergar las obras y enviarlas de buen viaje.

Las primeras obras se expusieron ya en locales del país, como bancos y oficinas públicas, pero dejaron de exhibirse en el 2005.

El MAC prevé también llevar las miniaturas a países de Centroamérica, y más tarde a algunos de Europa. La colección se restauró hace tres años.

Primera llamada. En la primera sala del museo hay obras bidimensionales (dibujos, acuarelas, óleos y grabados) y esculturas de madera o mármol.

Algunos trabajos son donaciones de familiares pues los artistas ya habían fallecido cuando se creó la colección. La pieza más antigua es una acuarela, un paisaje marino de Carlos Herrero (1893-1918) de 1912. Un óleo sobre cartón de Teodorico Quirós (1897-1977) carece de fecha, pero también es una obra veterana.

Ardilla es una escultura en latón de Juan Manuel Sánchez Barrantes (1907-1990). La obra se ha oxidado, de modo que, por el color, se parece cada vez más a una ardilla. La pieza forma parte de la donación al MAC hecha por la familia del artista: más de 4.000 dibujos y unas 600 esculturas.

“Para algunos artistas, contribuir ha sido un reto pues no estaban habituados a pintar o a tallar en pequeñas dimensiones”, dice Alma. Entre otros, tales fueron los casos de Lola Fernández, Gerardo González Álvarez y Fabio Herrera, y del mismo organizador, Rafael ( Rafa ) Fernández Piedra. Hasta las firmas parecen caligrafías de minimundos trazadas por duendes de Liliput.

Lo mismo vale para El venado , talla en madera de café realizada por Néstor Zeledón Varela (1903-2000), y para Tocador de ocarina , escultura de piedra de Aquiles Jiménez Arias ( 1953). Habituados a ejecutar obras monumentales, pasaron a esta suerte de joyería sin metal.

Ciertas obras, como la de César Valverde ( Femme fleur , óleo), ratifican los estilos que conocemos en los artistas; en cambio, otros creadores, como Fernando Carballo ( Aurora , 1982), ofrecen obras que confiesan cuánto se cambia a lo largo del tiempo.

Luego, de Claudio Carazo Brenes (1916-2006) se expone el impactante rostro Figura, que está muy lejos de sus dibujos humorísticos. “Fue un gran expresionista”, resume Alma Fernández.

José Alberto Berrocal Bindé (1937-1987) obsequió un ejemplo de abstracción geométrica cercana a las últimas obras de Manuel de la Cruz González Luján (1909-1986). De este último creador se presenta un delicado dibujo sin título sobre papel de 1942: una mujer echada decúbito dorsal.

Justamente a la par apreciamos otro dibujo sin título sobre papel, pero de Max Jiménez Huete (1900-1947), en el que dos mujeres se desperezan: quizá hayan detenido el calendario cual si fuese un reloj.

De Guillermo Jiménez Sáenz se exhibe Suburbio , óleo sobre masonita de un paisaje urbano: es un otoño... ¿quizá holandés? Don Guillermo era un artista que se pintaba solo; tan excéntrico que dormía en un ataúd, recuerda Alma Fernández.

La habilidad en la talla en madera nos aguarda en obras de Rodrigo Argüello Barrantes, Crisanto Badilla, Hernán Hidalgo, Juan Argüello Molina, Francisco Miranda Salazar, Manuel Vargas, Juan Luis Rodríguez Sibaja y Mario Parra Brenes. Miguel Brenes Paniagua aporta una talla en marmolina.

Más universos. Las dos salas siguientes reúnen las obras de las convocatorias segunda y tercera. La variedad de técnicas se extiende; así, apreciamos un óleo sobre hoja de oro de Luis Carballo, un intaglio (grabado) de Rolando Garita, un collage sobre cartón de José Miguel Rojas y un óleo de Miguel Hernández.

También se ofrecen un dibujo a lápiz de color de Eugenio Murillo, un dibujo a tinta china de Ricardo Ulloa Garay, una composición de sedas naturales y poliéster de Herberth Bolaños, una fotografía a color de Victoria Cabezas, y grabados en metal de Rudy Espinoza y Juan Bernal Ponce. Mario Maffioli empleó cuarzo, argamasa y resina.

Otras obras se ejecutaron con acuarela, acrílico o técnicas mixtas, como las donadas por los artistas Rafael Felo García, Margarita Quesada, Luis Chacón, Rodolfo Stanley, Hernán Arévalo, Gisela Stradtmann, Miguel Casafont, Ana Griselda Hine y Florencia Urbina.

Visitando tres veces el espacio vienen una escultura de bronce y madera de Esteban Coto; una escultura de mármol de Donald Jiménez; otra escultura, de polietileno, de Carlos Poveda, y también un concreto policromado de Leda Astorga.

En opinión de Alma Fernández, de la colección general pueden exponerse colecciones menores: rostros, bodegones, paisajes, calles, animales... También podrían seleccionarse series por tendencias: figuración, realismo, cubismo y abstracción.

Aquel breve orbe es muchos mundos. Su asombrosa variedad de técnicas y tendencias es una clase maestra de qué ha sido y es el arte de Costa Rica en el siglo XX y en lo que nos da el XXI.

El Museo de la Miniatura es un viaje con el tiempo en el mínimo espacio. El Museo de Arte Costarricense parece ser el multiverso del que murmuran algunos físicos: si no lo han encontrado, deberían asomarse a este vértigo de la belleza.