En ‘Doctor Strange en el Multiverso de la locura’, Marvel busca un sabor diferente

No es que signifique un nuevo comienzo para el universo marvelita ni mucho menos, pero la llegada de Sam Raimi a la silla de director le da nuevos sabores y texturas refrescantes a la taquillera franquicia de héroes

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Se puede decir sin temores que en Doctor Strange en el Multiverso de la locura la cámara se mueve como nunca antes en el cine marvelita. El nuevo filme de este universo cinemático tiene un sazón distinto que no es producto de la casualidad.

Sam Raimi, el maravilloso director recordado por la primera trilogía de Spider-Man y por obras de culto como Evil Dead, fue la ficha con la que sorprendió la franquicia al anunciar el más reciente paquete de películas, que encuentra en este título su médula.

Por supuesto, no se trata de una obra de autor ni mucho menos. Marvel es un cuerpo empresarial demasiado grande como para permitir que cualquier astuto quiera salirse de su carretera de tropos y fórmulas taquilleras, pero sí que Raimi ha podido refrescar el máximo espectro de cine de súperhéroes que la historia haya atestiguado. ¿Por qué sabe distinto este filme que estrena este 5 de mayo en salas ticas? Hay varias razones.

La hipnosis de Doctor Strange

Antes de detallar en qué aspectos queda evidente la mano del cineasta, conviene contar la historia de esta película.

El Dr. Stephen Strange lanza un hechizo prohibido que abre un portal al multiverso. Sin embargo, surge una amenaza que puede ser demasiado grande para que su tropa de héroes pueda lidiar. Se trata de un giro en la personalidad de Wanda Maximoff, la bruja escarlata, aquella vengadora con la que peleó para derrotar a Thanos.

Wanda tiene sus propias intenciones y Strange otras. En una travesía de magia y astucia, ¿quién le gana a quién?

Más allá del guion del filme, que sin dudas es hipnótico y nunca baja el ritmo entre peleas y escapes, lo más destacado del largometraje es cómo Raimi procura cocinar un filme bajo su propia receta. La cámara, especialmente, se mueve distinto. Atrás quedaron los monótonos planos-contraplanos que tanto han inundado la franquicia cuando de rodar una escena se trata. Raimi es creativo y coloca su cámara entre los personajes, los rodea con su lente, hace que la cámara atraviese paredes y dé la sensación de estar en un verdadero mundo en que batallan dos poderosos hechiceros.

No es algo menor, especialmente recordando que a Marvel le ha costado mucho esculpir una escala de magia en sus adaptaciones cinematográficas. ¿Qué es una escala de magia? Pues conocer los hechizos que pertenecen a la mitología de un universo. Por ejemplo, en Harry Potter, queda claro la diferencia entre un hechizo de Avada Kedavra y un Expelliarmus porque dedicaron tiempo en pantalla para exponer qué hace cada conjuro. En Marvel, los hechizos solo han servido en dos vías: Dr. Strange crea y deshace portales moviendo sus dedos o lanza un hechizo que no es más que un guantazo para su rival.

En esta película, Raimi dedica más tiempo a exponer sobre cierta magia oscura, sobre una técnica de hechicería llamada “deambular” e , incluso, en el último acto del filme, cambia los habituales golpes a punta de hechizos por un combate en que la música es la protagonista. Cuesta recordar un enfrentamiento con tal nivel creativo en cualquier otra cinta marvelita.

Además, en otras escenas, Raimi construye la escena para que en el montaje se creen fundidos, dobles exposiciones y texturas oníricas que ni en la propia cinta en solitario de este protagonista (Doctor Strange: Hechicero supremo, del 2016) había tenido el chance de tener presentes. Queda más que evidente su mente creativa en una escena particular en que Strange es intoxicado.

No hay que detallar nada para evitar spoilers, pero quienes vean la película verán el excelente ritmo que le dedica Raimi a ciertas imágenes caleidoscópicas acompañadas de una música espectacular, pues la cinta tiene una estimulante partitura que nunca hubiésemos podido imaginar que estuviese presente en un filme de Marvel.

Otro detalle que es importante subrayar es la capacidad de Raimi para crear sociedades. Al tratarse de un multiverso retratado en dos horas de película, Raimi dota a cada locación de un carácter especial. Son ciudades pobladas (no como en cintas anteriores en que los héroes pelean en ciudades vacías), con imaginería que las diferencias claramente una de la otra.

En resumen: Sam Raimi ofrece una de las cintas de Marvel con más personalidad de todas. Si bien, siempre se habla de las capacidades directoriales de los hermanos Russo con los títulos principales de la franquicia, debería ser Raimi quien se recuerde como la gran voz que procuró, con lo que podía, hacer que Marvel tuviese un sabor distinto. No es que signifique un nuevo comienzo para el universo marvelita ni mucho menos, pero al menos ofrece una bocanada de aire fresco que se agradece.