Un día en el ocaso del zoológico Simón Bolívar

El Simón Bolívar recibe a las que posiblemente serán sus últimas visitas tras la intención de cerrar finalmente sus puertas. Así se vive una mañana en medio de sus habitadas jaulas.

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Estamos en tierra de bestias salvajes, pero ni siquiera la vegetación espesa es suficiente para esconder una bulla de ciudad que nos recuerda que estamos en pleno San José.

Hace apenas unos minutos, un desfile de familias cruzaban la entrada del Parque Zoológico Simón Bolívar.

“Algunos salen quejándose de que no les gusta ver a los animales encerrados en espacios tan pequeños”, nos cuenta José Gabriel Garro, el encargado de hacer girar un carrusel cuyos carros imitan lapas y tucanes. “Otros, más bien, piensan que el lugar ha mejorado mucho en comparación a como estaba antes. Lo que sí sé es que se llena montones”, agrega mientras detiene el juego mecánico.

Es sábado por la mañana, y medimos el movimiento en el parque, todavía ajenos a una noticia que haría temblar las jaulas de los 400 animales del Bolívar. El Ministerio de Ambiente y Energía anunciaría, dos días después de nuestra visita, la clausura del zoológico.

No lo sabemos aún, pero estamos dentro de un sitio que se halla en vías de extinción. Mientras tanto, nos detenemos en el paseo familiar, en la decepción del extranjero y en los empleados del zoológico que defienden su trabajo.

Este es un sitio casi centenario visitado por mucho tico desde la juventud de la bisabuela, pero dicen que no llegará a celebrar el siglo.

Familiar

La visita al zoológico no excluye clases sociales. Por los mismos ¢2.400 se compra tanto el derecho de visita de una familia con cámaras nuevas y lentes grandísimos, como la entrada del grupo de mamá, papá e hijos que llega en bus y trae el almuerzo aún caliente para compartir.

Los carteles con las fotos de cada especie son la única guía de la visita que hacen los ojos curiosos cuando repasan las jaulas, buscando en cuál esquina descansa el animal que vive adentro.

Las mesas del centro del parque comienzan a llenarse con los que aprovechan la visita para hacer un día de campo. Una de esas familias es la de Cinthia Peña y Carlos Ramos. Ellos vuelven al parque varias décadas después de su primer paseo, y esta es la iniciación para Carlos Andrés, su hijo.

“Nosotros lo encontramos bien lindo. Se ve bastante limpio y todo está bonito; los animales también”, asegura Cinthia. “A mí me gustó mucho el león”, la interrumpe Carlos Andrés, con la mitad de un sándwich de atún en la mano. El chico quedó impresionado por la estrella del lugar.

El sendero principal lleva a los visitantes frente a la jaula de los perezosos, luego a un área que comparten algunas aves y, por fin, nos dirige hacia la emoción de Carlos Andrés: el león.

Del lado de afuera de las rejas que limitan su jaula, un niño le ruge a la fiera exigiendo ver un espectáculo.

–¡Vamos, que está dormido!– le dice el papá al niño decepcionado, quien se aleja de la jaula del león. Desde adentro, una bestia adormecida abre y cierra los ojos sin dar signos de tener ánimo de entretener a nadie.

La mayoría de las especies del parque se reciben como parte de decomisos de animales silvestres del Minae; sin embargo Kivú, el león, es cubano. Fue importado desde la isla como parte de una donación de un zoológico de allá, donde había nacido en cautiverio.

A los rótulos informativos los interrumpen las advertencias de no alimentar a los animales. Eduardo Bolaños, vocero de la administración del Bolívar, nos explica que las dietas de los animales son diseñadas por una nutricionista según la necesidad de cada inquilino.

Este dato nos resulta útil para sacarnos de una duda: ¿por qué vimos a uno de los monos del zoológico sosteniendo una pata cruda de pollo entre sus manos?

Cecile y Stephan Zalgweariz observan la jaula de un tucán. Son turistas, y los delata el montón de mapas y desplegables con los que caminan por el zoológico. Visitan el país desde Francia, y a ellos el parque no les gustó. Esperaban conocer más de la biodiversidad tica en un lugar donde los animales no estuvieran encerrados.

“Nos parecen muy pequeñas las jaulas. En otros zoológicos de Europa, los animales suelen tener más espacio para vivir y moverse”, nos cuenta Cecile.

En vías de extinción

La administración del parque ha defendido reiteradamente que el tamaño de las jaulas es adecuado.

Bolaños dice que cada animal cuenta con un espacio óptimo, y que se cumple con estándares internacionales y acorde con lo que utilizan otros zoológicos en el extranjero.

El Minae, por su parte, señala que las condiciones de los animales enjaulados es una de las razones por las cuales se tomó la decisión de no extender más el contrato a la Fundación Pro Zoológicos ( Fundazoo ), que administra el Bolívar.

José Joaquín Calvo, gerente de Vida Silvestre del Minae, dice que existen cuatro informes elaborados por profesionales del Ministerio. En todos ellos, se han hecho críticas con respecto al mal estado de las jaulas y a su mala ambientación.

“Aunque la administración insiste en que las jaulas tienen las medidas mínimas internacionales, desde hace más de diez años los zoológicos del mundo han cambiado la forma de manejar los animales silvestres en cautiverio. Les han dado espacios más amplios, pensando en el bienestar emocional de las especies”, señala.

Por su parte, la viceministra de Ambiente, Ana Lorena Guevara, ha dicho que Fundazoo ha manejado el parque por casi 20 años, y que el zoológico no ha tenido transformaciones relevantes en este período.

Por ello, consideró que se debía operar un cambio a partir del año entrante. “Era hora de aprovechar tanto el parque Bolívar como la propiedad (del Centro de Conservación) en Santa Ana, y convertirlos en sitios que promuevan la relación del ser humano con su entorno natural; no sitios donde se exhiban animales en jaulas”.

Fundazoo sostiene que en los últimos 20 años ha habido mejoras; cita, por ejemplo, la creación de una clínica veterinaria.

En una de las últimas jaulas del parque, Kenny Campos limpia una pila llena de agua sucia. Él trabaja para el zoológico desde hace dos años y se defiende de las críticas a la labor del parque.

“La gente no ve que es un trabajo complicado, que aquí se labora duro todos los días”, dice Campos, mientras sostiene una manguera. “Muchos dicen que hay jaulas sucias o que huelen feo, pero lo que no saben es que aquí uno limpia en la mañana y, dos horas después, ya todo está como si no se hubiera limpiado en meses”.

Campos, quien ha trabajado para granjas y criaderos de animales toda su vida, insiste en que quienes trabajan en el zoológico se preocupan por los animales.

Por lo pronto, Fundazoo confía en que los tribunales permitan que el zoológico siga operando, mientras el Minae anuncia que la reubicación de los animales empezaría en el 2014.

Los senderos del Bolívar comienzan y terminan en el mismo punto: la entrada del parque, la cual ya comienza a poblarse de más familias y de niños que preguntan por Kivú, el león, hacia el final de la mañana. Tras unos minutos, algunos de ellos salen con el mismo sinsabor, el de ver a un rey de la selva aburrido en su jaula.