¿Busca paseos de un día? Coronado lo espera con aves, senderos y naturaleza

Tres sitios a una hora de San José lo esperan con vistas preciosas, senderos cargados de flora y fauna, y buenos precios. Conózcalos.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Los horizontes no solo resultan estimulantes en lo visual, sino también en las emociones. No en vano cada fin de semana es una oportunidad para buscar la mejor vista, la naturaleza más pura y un rato de ocio que sirva como antídoto para el estrés de la semana.

El contrapeso a esa terapia natural está claro: largas distancias y grandes costos. Para abrir las posibilidades de pasarla bien cerca del Gran Área Metropolitana, Revista Dominical le cuenta de tres opciones cómodas. A continuación, los detalles.

Primera opción: El Iral Bosque Nuboso

Hay que estar prevenido, eso sí, pero arriba de esta colina en Cascajal de Coronado hay una sorpresa esperando. El carro en el que vamos, que no tiene 4x4, suda. No es sudor, más bien es una exhalación a clutch quemado que proviene de los apuros de un motor que está dando el todo por el todo.

La colina es empinada, pero, una vez superada, solo queda un kilómetro para ingresar a El Iral Bosque Nuboso, un proyecto de naturaleza y senderismo que queda a una hora de San José.

Desde esta colina, en la que el automóvil trata de superarse a sí mismo, se notan las altas copas de árboles que deben estar en algún lugar, más allá de nuestra vista. A 2.000 metros de altura sobre el nivel del mar, ya se siente el aire fresco, la brisa pura que involucra alejarse del smog de la ciudad. Es una corriente de aire tan densa que logra aliviar el olor a clutch en poco tiempo.

Sin embargo, aún para el más entusiasta, subir sin un carro 4x4 puede resultar tarea pesada. De mi parte, sentado en el asiento del copiloto, solo espero un milagro que llega.

Al costado derecho de nuestro carro varado aparece un gran pickup que atraviesa la colina como cuchillo en mantequilla. Se para a nuestro lado y, casi con halo angelical, nos ofrece subir: “Ya voy para arriba”, dice sonriendo.

El conductor que nos trajo hasta acá respira aliviado y, mientras el fotógrafo Alonso Tenorio y yo nos bajamos del auto, sonríe en agradecimiento por no acabar de ahogar el motor del auto.

Ya subidos en el pickup salvador, este nuevo conductor se nos presenta: su nombre es Alberto Mora, lleva el pelo largo volcado plenamente hacia atrás, una suéter algodonada -de esas típicas de montaña- y una revelación en su boca: es uno de los dueños del lugar.

Todo se ajustó en el momento preciso para nuestra suerte.

Al recorrer sin dificultades la colina y el kilómetro restante, un portón eléctrico abre la vista maravillosa: el verde puro condensado con el aire puro. Una arboleda nos abraza y un restaurante –propiedad de los dueños– se muestra como la única edificación en medio de un paraíso natural que, a primera vista, da la impresión de hacernos sentir mucho más lejos de la capital de lo que creemos.

Un colosal proyecto

El Iral es un proyecto especial porque se siente como un paseo más lejano de lo que es: para llegar aquí, lo más sencillo es buscar “El Iral Bosque Nuboso” en su navegador preferido, pero si gusta de direcciones “a la antigua”, solo necesita dirigirse hacia San Isidro de Coronado, luego continuar a Las Nubes y después topará con Cascajal. Allí, en una línea directa ascendente, topará con una intersección donde se agarra para la derecha y, en unos cuatro kilómetros, llegará al centro de visitantes.

Justamente allí se ubica el restaurante, donde nos sentamos a conversar con los tres socios que dirigen el proyecto: Bernardo Macaya, Sofía Macaya y Alberto Mora.

Don Bernardo compró las 600 hectáreas de este terreno en 1997 y desde entonces se ha dedicado a la ganadería lechera. Lo que sucedió después es que, tras sobremesas de cómo potenciar el terreno, su hija Sofía le comentó la posibilidad de convertir el espacio en un sitio turístico. Ella, con sus conocimientos de ingeniería forestal, repensó el sitio como un territorio abierto al público y que produjera más allá de sus vacas.

Así construyeron diversos senderos que van por nivel de dificultad. El principal atractivo son sus senderos libres, que van de un recorrido de 2 kilómetros hasta superar los 15 kilómetros.

Importante: estas rutas son las que más tiempo están abiertos al público pues abren de jueves a domingo y, sin importar la distancia o tiempo que pase allí, el acceso vale ¢6.000.

El resto de rutas, que requieren un tanto más de pericia, vienen acompañados de un guía. Por ejemplo, el descenso a la laguna de colores es un paseo de 10 horas que solo ocurre los domingos y tiene un precio de ¢25.000.

Existe otra ruta para llegar a un mirador que da a esa misma laguna. Ese recorrido también es exclusivo de los domingos, dura seis horas y cuesta ¢20.000.

Finalmente, hay otro sendero que lleva hasta los majestuosos robles de Santa Rosa. Se puede hacer los domingos en seis horas y cuesta ¢20.000. Eso sí: para cada uno hay que reservar espacio para la visita en el sitio web eliral.com.

“Fue todo un reto”, cuenta don Bernardo, tras explicar el entramado que han construido, “porque uno no pensó que esto pudiera ser otra cosa”. Desde hace nueve meses, el Iral abrió sus puertas y reconocen que la visitación no hace más que crecer.

“Y nosotros pensamos todo esto como la parte inicial del proyecto”, adelanta Sofìa, su hija. “Existe un plan maestro de abrir más rutas y crear más servicios en torno a la visitación”.

Finalmente, Alberto Mora, quien nos salvó en el camino de llegada, cuenta que lo mejor de este sitio es su seguridad. La disposición de parqueo y estar alejados de la ciudad es una combinación que hace que la gente se sienta muy segura. “En la planificación, la prioridad siempre fue crear un espacio que fuera cómodo y que sea un lugar relajante, para conectar con bellezas naturales y sin preocuparse de nada”, acota.

Sobre los recorridos

Partimos por el sendero Bellavista, que es el que sirve como punto de inicio para recorrer la montaña más cercana al restaurante. Como su nombre lo indica, permite ascender un poco más de altura y apreciar el conjunto de montañas que se aprietan en cada uno de los puntos cardinales.

El sendero calienta la condición física de quien lo asuma: unas pequeñas escaleras son el trampolín para el sudor pues uno viene sacudiéndose del frío habitual de Coronado, y puede requerir un ligero esfuerzo. A los pocos minutos de superar la escalera, ya el cuerpo se siente pleno y quedan pasajes memorables de forma inmediata.

A lo lejos, se pueden mirar puntos tradicionales del país como el Parque Prusia y el Volcán Turrialba. La altura es de más de 2000 metros sobre el nivel del mar y es el momento ideal para los selfis.

Conforme uno se adentra en la montaña, hay otros senderos como Las Mulas o Los Quetzales. No hay decisión equivocada: cada camino tiene su encanto y, conforme más uno se adentra en lo boscoso, aparece la siempre poética niebla que baila entre los árboles y las flores.

Estos senderos llevan a distintos sitios: una pequeña catarata, una gran catarata, algunos poyos para un refrigerio acompañado de una espléndida vista, un recorrido por flores y aves a las que el ojo capitalino no está adecuado… En fin: detallar cuál ruta lleva a qué objetivo sería desperdiciar el chance de sorprenderse. Es mejor que cada quien los recorra según su intuición y se maraville.

Por cierto, aunque son más de 50 kilómetros de senderos en todo el terreno, no hay forma de perderse en la sección de rutas libres autoguiadas. Los caminos están marcados y hay rótulos cada kilómetro para confirmar que todo va en orden.

Segunda opción: un dulce recorrido acompañado de aves

Los caminos de Monserrat son bondadosos y libres para el tránsito. Se trata de una comunidad comprometida con el cuidado del medio ambiente, donde pequeños emprendedores protegen la naturaleza para ser disfrutada por el turismo.

Monserrat pertenece también a Cascajal, en el cantón de Vázquez de Coronado. Está a 17 kilómetros de San José, poco menos de una hora desde la capital del país.

Allí podrá disfrutar de 331 especies de aves y de paisajes que también lo harán pensar que está más lejos de San José de lo real.

Diego Mora es uno de los entusiastas de la naturaleza del sitio, pues es vecino de la comunidad y un habitual guía de grupos de turistas. Le fascinan las aves tanto que se ha encargado de examinar y fotografiar diferentes pájaros. “La lista de especies aquí es gigante. Entre las principales que se pueden ver en temporada alta está el quetzal, el tucán verde, los trogones, trepadores, tangaras... Es todo un mundo”, cuenta.

Este joven guía siempre anda en la carretera principal de Monserrat, asombrándose por la belleza local. Ha descubierto diferentes senderos que se pueden gozar sin el costo de pagar un acceso a territorio privado. “Muchas personas entran desde el primer puente que hay por acá hacia adelante, se montan en carro y van viendo sitios como la escuela, la iglesia y la naturaleza que los rodea; o también pueden dejar el carro e ir caminando. Aquí estoy yo para guiarlos”, dice.

Según su experiencia, la hora recomendada para realizar las visitas y gozar de la naturaleza es a partir de las 5:30 a. m. porque es la hora a la que las aves salen a alimentarse. Después de las 8 a. m., la actividad baja y se reinicia hasta el mediodía.

Si quiere aprovechar este tour libre junto a Diego puede localizarlo llamando al número 6077-3931.

Para saldar el cansancio y el hambre que le dejará el recorrido, puede finalizar su paseo con una comida en La Casona de Chavela, un emblemático restaurante local que cuenta con sus propios miradores y cuyos administradores permiten el parqueo para que los aventureros se lancen a conocer la región. Si quiere reservar un espacio, puede contactar al establecimiento llamando al número 2529-0717.

Tercera opción: bosque adentro

Los recorridos son amigables en Locos por el Bosque, un bosque nuboso que abre sus brazos a la gente.

A quienes les gusta el trail saben de este dicho de que algunas montañas tienen vida propia y que es la propia topografía la que rechaza o da la bienvenida a los turistas. Aquí, en Locos por el Bosque, no hay esa disyuntiva. El recorrido es amigable y lo hace a uno despejarse y poder entablar una conversación en la intimidad del bosque.

Randall Gutiérrez Vargas es el encargado de mantener operando este sitio desde hace 15 años. Ha desarrollado rutas para caminatas de montaña y también un tour de escalada. Además, hay senderos especiales para buscar aves e insectos.

“Acá se puede encontrar la montaña pura”, dice don Randall. “Hay muchas cataratas nacidas de los ríos Blanco y Cajón que sorprenden mucho a la gente. Es una naturaleza única”.

Para don Randall, este sitio es especial porque los ingresos se dirigen a proteger el corredor biológico. “Nosotros financiamos la protección del sitio con el pago de la entrada. Gracias a eso hemos podido registrar jaguares, pumas, monos arañas, sapo ratón, dantas, chanchos y muchísimas especies”, dice.

El costo de la entrada a Locos por el Bosque es de ¢4.000. El horario es de viernes a domingo de 7 a. m. a 4 p. m. con libre acceso; entre semana, se puede reservar la visita llamando al teléfono 8361-6292.

Hay rutas autoguiadas de 4 y 7 kilómetros para principiantes que da a miradores de cataratas; así como hay un sendero de montañismo que va de 12 a 22 kilómetros, el cual finaliza en una laguna de colores.

En el transcurso de esas rutas, se puede encontrar todo lo que sus expectativas dicten: colosales árboles, flora y fauna por montones, una brisa ligera pero refrescante y, sobre todo, un refugio natural.

“Hay espacio para todos; para quienes son de caminatas más casuales hasta los experimentados. Todo está en descubrir los distintos senderos que aquí se encuentran”, finaliza don Randall.

Algunos consejos generales

La experiencia es más que amigable y no debería representar ningún tipo de temor o ansiedad, pero sí podemos sumarle algunos consejos para estas visitas.

Antes que nada, lo principal es llevar calzado que tenga suela de caucho antideslizante (por ejemplo, tenis tipo trail) con buen agarre. Unas tenis normales pueden resultar un tanto inseguras.

Contar con buena hidratación y acompañar el líquido con provisiones como barras, galletas, frutas u otros, según la dieta de cada visitante.

Aunque uno imagine que la parte alta de Coronado siempre está nublada, la realidad es que el sol durante un buen rato y puede causar insolación. Un sombrero -o gorra en su defecto- es vital para el recorrido, además del infaltable bloqueador. Una bandana en el cuello también puede ayudar.

El repelente nunca está de más, pero francamente en esta zona de Coronado no topamos con problemas de mosquitos, lo cual también contribuyó a pasarla bien.

Además, lo aconsejable es llegar en un vehículo con tracción 4x4. De ahí en fuera, el bosque le espera con la mejor voluntad.