Obituario 2021: Guido Sáenz, el último de la generación que soñó en grande

Músico, artista plástico, autor y político costarricense, 1929 - 14 de diciembre del 2021

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Adoraba a su madre con desmesura, como casi todo lo que hacía y sentía. Sin embargo, alguna vez me confió que emocionalmente lo había afectado más la muerte de su tío materno, Mario González Feo. Ella, Luisa, tierna, menuda y un poco melancólica, parecía ocupar siempre un espacio modesto y discreto. Mario, por su parte, era un hombre de carácter vigoroso y algo turbulento, y por lo tanto, según me decía, dejó en él un vacío más intratable, más difícil de llenar o de calmar. Visto en esa perspectiva Guido se parecía a Mario, y el vacío que deja entre nosotros es así: imposible de llenar.

El haber nacido en el hogar de Adolfo Sáenz y Luisa González explica mucho, aunque por supuesto no todo, lo que después sería y haría con su vida Guido Sáenz. El arte, la música y la literatura eran pan de todos los días en la familia materna. Mario era un escritor erudito y un insigne coleccionista de arte, que hizo construir en la calle 9 de San José esa casa con tapia de ladrillo, decorada por fuera con escenas del Quijote pintadas en cerámica por su joven sobrino, y con un claustro interior lleno de frescos de Amighetti. Junto con José Marín Cañas, Mario fue determinante en la formación de la mente y el carácter de Guido, mientras que Luisa y sus colegas pintores le pusieron en contacto desde muy temprano con el arte.

A pesar de tener también dotes artísticas —hizo grabados y excelentes tallas en madera— Adolfo Sáenz era empresario, y posiblemente esperaba que su único hijo varón le sucediera a la cabeza de su Ladrillera La Uruca. Ello llegó a ocurrir, pero por extraños caminos. La verdadera vocación de Guido era el piano. Ya maduro, contaba con orgullo que una de sus profesoras en el Conservatorio de Boston todavía recordaba sus interpretaciones de Chopin, compositor al que le rindió un culto casi religioso. El deterioro en la salud del padre lo obligó, sin embargo, a interrumpir sus estudios y regresar a Costa Rica a hacerse cargo del negocio familiar.

Perdimos al que pudo ser un gran concertista, pero ganamos un actor. Junto con sus amigos José Trejos, Lenín Garrido, Kitico Moreno y Daniel Gallegos, entre otros, fundó en 1956 el primer grupo teatral estable de Costa Rica, el Arlequín, que mantuvo viva la llama del buen teatro en el país por más de una década, y con el que Guido actuó en unos veinticinco papeles protagónicos. Fue allí donde lo conoció otro de los personajes que serían determinantes en su vida: don Pepe Figueres.

En sus memorias, Guido habla abiertamente del proceso que lo catapultó al escenario político. Habiendo estudiado en Boston y escuchado a grandes orquestas y solistas, padecía dolorosamente la mediocridad de nuestra vieja Orquesta Sinfónica. Invitado a formar parte del nuevo gobierno, en el recién creado Ministerio de Cultura, le propuso a Figueres nada menos que deshacerla y comenzar de nuevo, despidiendo a los músicos ticos y contratando a jóvenes profesionales extranjeros, que además de integrarla vinieran a formar a una nueva generación de instrumentistas. Dice mucho del temple de Figueres que respaldara “a dos manos” semejante golpe de audacia. Lo demás, como dicen, es historia. La elevada calidad de la oferta musical que se disfruta en Costa Rica, digna de un país del primer mundo, no existiría sin la excelente formación que recibieron aquellos niños, que hoy están empezando a pensionarse.

A partir de entonces quedó claro a quién había que llamar cuando Costa Rica se propusiera hacer algo grande y ambicioso. Bajo el siguiente gobierno, el de Daniel Oduber, el páramo reseco en que se había convertido el viejo aeropuerto de San José fue convertido en un hermoso parque, bajo la guía de Guido Sáenz. El bello edificio de la terminal aeroportuaria se transformó en el Museo de Arte Costarricense, para albergar las mejores obras de nuestros grandes artistas. Con la creación del Parque de La Sabana San José se convirtió en una ciudad distinta. La complicidad que entonces forjamos —él como ministro, yo como su asistente— se reprodujo asimétricamente diez años después, cuando me tocó pedirle que dirigiera el proyecto del Parque de la Paz, que realizó con su inagotable entusiasmo de siempre.

Pero la impronta de Guido Sáenz sobre la capital no se limita a La Sabana y el Parque de la Paz. La concepción de la Plaza de la Cultura tal como hoy la vemos nació en él. Y, como muchos recordarán, la transformación definitiva de la Antigua Aduana también se le debe. Esta última obra fue realizada, por cierto, en la administración de Abel Pacheco. Guido Sáenz fue de los muy pocos ministros que lo han sido en gobiernos de distintos partidos políticos, en cualquier cartera.

Fuera del ámbito político era también incapaz de estarse quieto. Por muchos años hizo un programa de televisión cultural llamado Atisbos. Dirigió por un tiempo el SINART, donde lo exasperaron los entresijos de la burocracia y la pequeña política, que siempre le quedaron demasiado estrechos. Escribió y publicó libros de carácter testimonial, principalmente sobre su carrera de servicio público. En los últimos años, alentado por su esposa Daisy, se dedicó a la pintura con la misma pasión con que había hecho todo lo demás, produciendo con desenvoltura obras de una intensidad notable.

Con la partida de Guido Sáenz se cierra un ciclo en la historia costarricense. Él fue el último de una generación que supo soñar en grande, y llevar a la práctica sus sueños. En el país, y más aún entre quienes lo tuvimos cerca, deja un vacío imposible de llenar.

El autor es escritor.