La UACA: 45 años de batallas

Esta es la historia de la lucha de Guillermo Malavassi que se inició por “cinco mil parias” hace casi medio siglo, y que después de sortear empedrados caminos y una agobiante madeja burocrática, culminó con creación de la Universidad Autónoma de Centro América (UACA), hoy orgullosa alma máter de miles que han optado por la educación superior privada.

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“Cinco mil nuevos parias en el país... ¿Es eso lo que se quiere al rechazar a 5.000 bachilleres negándoles matrícula en la Universidad?”.

Así, destacada en la primera plana de La Nación del sábado 21 de noviembre de 1970, aparecía una severa llamada de atención de Guillermo Malavassi Vargas, quien a sus 38 años ya había acopiado una vasta experiencia en el área académica, incluso como exministro de Educación.

En la citada publicación, ya en las páginas internas, don Guillermo realizaba una sesuda y dramática reflexión que no requería mayor explicación, pues se trataba de cifras inobjetables que habían tomado al país desprolijo de respuestas para la creciente cantidad de bachilleres de colegio que se estaba egresando para entonces, sin que la Universidad de Costa Rica (UCR) tuviera capacidad suficiente para absorber a cientos de jóvenes que querían convertirse en profesionales, dejándolos prácticamente sin opciones.

El duro adjetivo que el educador utilizó, “parias” --en pocas palabras, delincuentes o viciosos-- caló en distintos ámbitos del quehacer nacional. Ante lo que evidentemente estaba por convertirse en una emergencia de educación nacional, conforme pasaran los años, Malavassi y otro grupo de académicos, líderes nacionales y diversos profesionales encabezaron distintas iniciativas en busca de soluciones que, a todas luces, implicaría una titánica lucha, para empezar, contra el tiempo.

Seis años después, en 1976, la primera universidad privada del país, Universidad Autónoma de Centro América (UACA) echaba a andar, constituida como una fundación y tras haberse convertido por años en un tema de debate nacional encabezado por quienes se oponían rotundamente a la instauración de la educación privada superior en el país.

Si bien la fundación de la UACA fue un primer gran triunfo para don Guillermo y todos sus compañeros de batalla que estaban preocupados por el rumbo incierto de los graduados de colegio y convencidos de la urgencia de ofrecer la educación privada como única alternativa, lo cierto es que aquel gran logro marcaría una senda de batallas que han ido superando “una a la vez”, pero en muchos casos a un costo altísimo.

El fundador y rector de la UACA durante los últimos 45 años es, a sus 89 años, un señorón supremamente culto, con formación académica durante su juventud temprana en Europa pero quien conserva intacta la malicia campesina que le confirió el hecho de haber nacido en un hogar de Cartago, en medio de una andanada de 10 hermanos y cuyas correrías con la chiquillada de entonces le prodigarían una niñez sana pero con sus travesuras, aventuras y alguna que otra torta. Nada que no subsanara una reprimenda o un chancletazo por ahí.

Entre lo más memorable y emocionante que ha tenido todo este camino estuvo el hecho de que profesores que se opusieron en un principio a la creación de la UACA, luego terminaron matriculando a sus hijos en nuestra universidad. ¡Fue muy hermoso, gratificante!

— Guillermo Malavassi Vargas, Rector de la UACA

No es la primera ocasión en que departo con don Guillermo y su actual esposa, Lisette Martínez Luna, con quien se casó tras enviudar de su primera señora y madre de sus cuatro hijos, y tal cual ha ocurrido antes, escucharlo descorrer sus historias con aquella memoria prodigiosa, en medio de adagios campesinos mezclados con frases de personajes históricos, es como disponerse a disfrutar una película.

En esta ocasión, por los consabidos protocolos de salud, optamos por una maratónica sesión de zoom a pantalla gigante que nos permitió disfrutar de sus reflexiones, anécdotas y muchas risas a medio metro y sin cubrebocas.

La entrevista versó sobre el 45 aniversario que está celebrando su amada UACA pero, a pesar de los pasajes serios que pasaron de castaño a oscuro, también hubo otras ocasiones en que nos ganaron las risas con anécdotas increíbles que él enumera con hilaridad pero también como muestrario de la cadena de absurdos a los que ha tenido que enfrentarse con tal de llevar a buen puerto su misión.

Un adelanto (spoiler, como se conoce en el argot del cine) tiene que ver con el zipizape que se generó cuando la UACA abrió su Escuela de Medicina y en medio de todo el proceso surgió un gran escollo: el “uso” de cadáveres para el estudio e investigación de los estudiantes estaba supeditado por ley solo para futuros médicos de la UCR.

Esta medida tenía sentido porque cuando se estableció, no existía ni en sueños la posibilidad de escuelas de medicina en una entidad privada.

Tras apelar la medida sobre el tema de los cadáveres a nivel legal, a la UACA se le dio la razón: en adelante, la donación de cadáveres iría por partes iguales entre ambas escuelas de medicina. Hoy don Guillermo recuerda aún con algo de asombro pero también entre risas que antes del finiquito, alguien de la entidad reguladora en el tema de los fallecidos hizo la consulta oficial de si se trataba de la mitad de cadáveres enteros, o si eran las mitades de todos, partidos del ombligo hacia arriba y del ombligo hacia abajo.

Pero bueno, retrocedamos a 1970 para entender, cronológicamente, cómo se dio todo el proceso que en este 2021 ha logrado alcanzar más de 50 mil graduados en diversas carreras, la gran mayoría de los cuales se habrían quedado a la deriva, con el título de bachiller de colegio bajo el brazo, destinados a frenar ahí sus intenciones de graduarse como profesional universitario.

-- Don Guillermo, usted ha trabajado toda su vida y sigue haciéndolo a sus 89 años. ¿Puede describir qué siente hoy, 45 años después de haber emprendido una revolución educativa?

--Yo decidí estudiar para ser profesor, para ser educador. Seguí esa carrera, de manera que conocí como parte de mis estudios la psicología infantil, la psicología del adolescente, las materias que iba a enseñar y además había tenido una formación preliminar bastante buena en filosofía y en historia, de modo que estaba digamos con una posibilidad de comprender bastante bien el mundo en el cual me iba a desenvolver.

“Pasaron unos años y un día el presidente de la República, don José Joaquín Trejos Fernández, me dijo: ‘Don Guillermo, yo quiero que usted sea mi ministro de Educación’. Estaba yo muy feliz trabajando en la Secretaría General de la Universidad de Costa Rica, era Secretario General y vicerrector y ahí llegué después de ocupar varios cargos interesantes valiosos y oportunos en aquel momento, además con una gran admiración por quien era el rector en esa etapa, don Rodrigo Facio Brenes, un hombre realmente extraordinario, un gran educador, un hombre muy culto que hizo posible la reforma de la Universidad de Costa Rica en el año 1957.

“Yo viví todo eso y lo que vino posteriormente, de manera que conocía muy bien lo que pasaba con los estudiantes y cuando fui ministro de Educación me empapé hasta el tuétano de los problemas de la educación pública, de los colegios, de las escuelas, de las escuelas muy buenas de San José como la República del Perú, la Escuela España y por otra parte las escuelitas muy pobres, muy desvalidas con maestros que apenas hacían bien su tarea.

“Todo eso lo llevaba en mi espíritu ya después de que terminé en el Ministerio de Educación Pública y de haber estado en el INA. Cuando volví a la Universidad de Costa Rica me encuentro con el enorme problema de que veo una cantidad muy grande de colegios de segunda enseñanza, el país no había sido consciente de lo que estaba pasando, pero es que la educación secundaria se había extendido y extendido... imagínese que en el momento clásico de los años 40 había solo cinco liceos en el país, y de pronto en el 69 o 70 había una enorme cantidad de colegios por todo el país, la cantidad de bachilleres de segunda enseñanza había aumentado de una manera prodigiosa y me pareció a mí que el país no se había dado cuenta de eso. Entonces había solo una universidad, la Universidad de Costa Rica.

“Ese es el momento en el que yo caigo en cuenta de que había cinco mil pretendientes a estudiar en la UCR, yo hablé en buenos términos a lo interno para ver la posibilidad de que se ampliaran los cupos y encontré una resistencia tan feroz...alguien llegó a decir que no cabía ni un estudiante más, que era impensable e imposible (...) fue cuando ya yo me sentí con una razón y un sentimiento incontenibles y entonces mandé una carta a La Nación que hablaba muy fuerte, de que los nuevos 5.000 (nuevos parias) se iban a quedar sin posibilidades y al año siguiente iba a haber otra cantidad enorme... y luego otra ¿qué iba a pasar?”.

Como si fuera hoy, don Guillermo se angustia al recordar el dolor que sentía al imaginarse el desconsuelo tanto de padres como de sus hijos bachilleres, con el título bajo el brazo y prácticamente sin posibilidades de convertirse en profesionales.

De vuelta al vehemente --por decir lo menos-- artículo que envió a La Nación, cuenta que las reacciones no se hicieron esperar. “Se me vinieron encima los profesores de la UCR, pero también hubo otros que entendían el problema, muchos padres de familia que leyeron el artículo se percataron de que no eran solo sus hijos los que estaban viviendo esa angustia. ¡Eran varios miles más! Se organizaron y convocaron una reunión en el Colegio Corazón de Jesús, en La California, estaban nada más y nada menos que D. Luis Demetrio Tinoco, fundador de la UCR, don Fabio Fournier, exdecano de la Facultad de Derecho, don Alberto Di Mare... llegando no más un padre de familia se levantó y dijo: ‘Señores, muchas gracias por venir, solo tenemos una pregunta ¿Es posible una universidad privada en Costa Rica?’.

“Se hizo un gran silencio... nosotros no nos habíamos puesto de acuerdo, de modo que ahí mismo hicimos un pequeño conciliábulo y dijimos que la respuesta era ‘sí' pero se requería de dos cosas importantes: uno, hallar la figura jurídica, que podía ser una cooperativa, sociedad anónima, pero había que sopesar bien ese aspecto para que la entidad no fuera fácilmente vulnerable... era todo un reto darle forma desde el origen, más aún porque había un grupo fuertemente opuesto y no nos quedó más remedio que enfrentarlo y, dos, teníamos que ver cómo se podía financiar, porque las universidades son caras. Felizmente don Alberto Di Mare dio con los modelos de Oxford y Cambridge, en Inglaterra... es que tuvimos que empezar desde cero; por eso ver hoy todo lo que se ha logrado y que hay más de 50 mil profesionales de gran calidad formados en las aulas de la UACA me llena el corazón. Ahora que tenemos la próxima graduación, por la pandemia hacemos dos actos formales, uno en la mañana y otro por la tarde; cada muchacho puede llevar dos invitados, guardamos estrictamente los protocolos de salud, pero igual ellos van con su traje, su toga, su birrete; es un acto solemne que a mí me ilusiona y me conmueve hasta lo más hondo”, afirma don Guillermo con emoción.

A la postre, don Alberto encontró el modelo de universidad de colegios federados unidos o asociados a un centro de mando: la universidad daba las normas y controlaba la calidad; luego estudiaron la ley de fundaciones sin fines de lucro —recientemente aprobada— con el fin de recibir donaciones, pero a la hora de tratar de inscribirla volvió a armarse un gran lío contra el grupo.

“Viera usted, todos disparaban sus mejores armas, que a quién se le ocurría semejante barbaridad, que si los ricachones aquí, que los ricachones allá. Lo peor es que don Fernando Volio, una gran persona y ministro de Educación, dijo que no podía ser y sin su autorización se nos ponía cuesta arriba todo”, rememora don Guillermo.

Algo que nos tiene muy felices es habernos puesto al servicio de las autoridades de Salud en Curridabat para ofrecer nuestras instalaciones como vacunatorios, con estudiantes como voluntarios que ayudan a dirigir a la gente y a facilitar toda la logística. Hasta autovacunatorio pusimos para que la gente no se baje del carro, la UACA fue la pionera en abrirse y en poner a disposición todos los edificios que quieran, todas las aulas, ha sido tremenda experiencia ver las reacciones tan positivas de la gente”

— Guillermo Malavassi, rector de la UACA

Aun así, no se desanimaron y, finalmente, se organizaron como grupo fundador: don Fabio Garnier como presidente, don Alberto Di Mare como tesorero y don Guillermo de director. “El máximo de directores era de tres, entonces D. Fabio se encargaba de los aspectos legales, D. Alberto de lo administrativo y financiero y a mí me correspondía defender la libertad de enseñanza y la creación de la universidad contra todo y contra todos.

Pero entre tanto vendaval —es que cuenta don Guillermo que la polémica llegó al punto de ataques verbales realmente groseros— un buen día el entonces presidente D. Daniel Oduber andaba de gira en Zarcero y, durante un breve descanso, un periodista se le acercó y le preguntó que qué pensaba sobre la creación de una universidad privada en Costa Rica.

La frase que pronunció el mandatario cambiaría la historia de la educación universitaria, tal como había sido hasta entonces en el país. “Conforme a la Constitución, sí puede ser posible la creación de una universidad privada”.

“Ya con la venia del señor presidente, inmediatamente nos recibió don Fernando, el ministro de Educación; le entregamos toda la documentación y, a partir de ahí, él le dio trámite (...) Cuando nos encontramos con la autorización en la mano nosotros ya habíamos puesto ₡500 cada uno de los fundadores; obviamente este capital no iba a ser suficiente; entonces don Alberto Di Mare mandó un montón de cartas a gente solvente, empezando por don Manuel Jiménez de la Guardia, y entre 25 o 30 personas que creían en lo que estábamos haciendo contribuyeron con cinco mil colones, o bien con sillas, mesas libros... la batalla continuaba y nos preguntábamos ‘Y ahora, ¿Dónde nos metemos?’”.

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Ya a partir de estas anécdotas las remembranzas de don Guillermo toman un tamiz luminoso, pues a pesar de los escollos con los que hasta el día de hoy lidian por lo que él considera “un entrabamiento permanente” en la relación y gestión con el Consejo Nacional de Enseñanza Superior Universitaria Privada (CONESUP), desde el arranque formal de la UACA, en 1976, recibieron incontables ayudas.

Por ejemplo, su primera sede fue una escuela de contaduría cuyo director, don Jaime Barrantes, les ofreció el uso de unas aulas y dos oficinas. Se trataba de un modesto comienzo, pero don Guillermo atesora el gesto de don Jaime hasta el día de hoy.

Luego se mudaron de sede, conforme fueron estableciéndose ya formalmente como universidad en la que llegaron a afiliarse hasta 16 colegios. Eso sí, también habían calculado un límite ideal para evitar una asistencia multitudinaria, pues desde un principio don Guillermo se propuso ponderar la exigencia académica aunada a un aparato muy formal en cuanto a pruebas de grado y todo lo concerniente a un alma máter con la máxima calidad posible.

In procella serenus

Hoy, orgulloso de las instalaciones en que se yergue la UACA actualmente, en Granadilla de Curridabat, se impone preguntarle a don Guillermo Malavassi cuál es su sentir tras tantísimas luchas, al ver todo lo logrado y, muy importante, ¿de dónde ha tomado la resiliencia o sabiduría para mantenerse firme, jovial y saludable, física y mentalmente, a sus 89 años?

Da un respingo, sonríe con los ojos y exclama: “¡In procella serenus!... que significa ‘¡Sereno en la tempestad!’. Así que si mandan tormentas ¡Aquí las enfrentamos! Ponemos las velas en la dirección debida y disparamos, sin cólera pero con puntería”, dice entre risas antes de explicar algunos de los desacuerdos que ha mantenido por años con el CONESUP, en un entrevero que ha llegado incluso al ámbito noticioso nacional.

De vuelta al camino andado, manifiesta que a la UACA “le costó muchísimo nacer”, pero que una vez que la autorizaron, con los años han ido apareciendo lo que hoy son unas 50 universidades privadas que tienen más estudiantes que todas las universidades públicas. “Se convirtió en una carretera amplia: que nadie pueda decir que no estudia porque no hay campo en las universidades”, reflexiona.

Don Guillermo, quien se manifiesta “maravillado” por el nuevo sistema de educación virtual que se ha formalizado y sistematizado con gran éxito en la UACA, es muy dado a representar sus sentires con frases.

“Una de las grandes aspiraciones que aplica para toda persona en el mundo, pero en este caso estamos hablando de la universidad, es hacer lo que se hace del mejor modo posible: un profesor de ética decía que ‘la perfección es la dulce ilusión de toda criatura’, entonces la universidad quiere hacer bien sus carreras, dichosamente el Sistema Nacional de la Acreditación de Educación Superior, SINAES, tiene un sistema de gran calidad a la hora de acreditar y reacreditar las carreras, que significa una revisión cada dos o tres años para perfeccionarlas.

“La UACA tiene reacreditación en Medicina y en Derecho, son 200 y pico de criterios que hay que aplicar para acreditar una carrera; y acreditación en Educación Física, Arquitectura y Enfermería. ¡Queremos seguir adelante! Es lo más precioso que ha ocurrido; el proceso de acreditación mejora a los profesores, a los alumnos, mejora los documentos, mejora la misma acreditación. El SINAES incluso utiliza el criterio de los empleadores (de los egresados de la UACA) para que les den el criterio sobre el trabajo de las personas graduadas. Se trata de una revisión profunda y su personal tiene la virtud de la exigencia con educación, nos guían de buena manera, jamás con grosería, y nosotros agradecemos profundamente toda la guía y la exigencia máxima”, puntualiza.

La tarde está para extender la cálida plática por Zoom por varias horas más, pero el tiempo apremia y don Guillermo, impolutamente vestido, con aquel señorío de los caballeros de antaño, se despide con gran calidez, llamándome por mi nombre completo porque dice que suena bonito, pero es un detalle más de sus elegantes maneras.

“Bueno Yuri Lorena, ha sido un gusto gigante, ojalá nos podamos sentar a tertuliar pronto. Muy importante un detalle: tengo conmigo a la mejor administradora que pueda existir, mi amada esposa Lisette, mi mano derecha en todo...”, culmina, mientras acerca su mano para cerrar la frase con una caricia en el rostro de doña Lisette, quien devuelve el gesto con una mirada vidriosa y llena de amor.