La identidad del Psicópata, el secreto a voces que nunca se oficializó

Investigadores y periodistas lograron atar los cabos que conducían al Psicópata, pero una decisión incomprensible impidió a la policía obtener la prueba madre: una subametralladora

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Más de 30 años después de que se decantara en Costa Rica la espeluznante saga de al menos 19 crímenes, que “bautizarían” al primer asesino en serie del país como “El Psicópata”, varios investigadores y periodistas conviven con la contrariedad que, aún al día de hoy, les genera la incapacidad y los errores judiciales que evitaron “cerrar” el caso.

Y es que más allá de que la carpeta del caso del Psicópata aparezca hoy en los archivos de “crímenes sin resolver”, a muchos de quienes estuvieron involucrados en la investigación les lacera el alma haber sido testigos del dolor de las familias ante el calibre de la barbarie que sufrieron sus seres queridos y quienes han tenido que continuar con sus vidas sin respuestas categóricas.

Uno de los protagonistas de esta batalla contra el tiempo y el olvido es el destacado exoficial del Organismo de Investigación Judicial (OIJ), Rogelio Ramírez Cartín, hoy abogado y escritor, quien junto con su excompañero de batalla, Enrique Chacón Vásquez, asumió por años el reto de seguir las pistas del sanguinario asesino... y aún sigue empecinado en que se haga justicia.

Él, como muchos involucrados en el caso, tienen la certeza de que el supuesto perpetrador, un nicaragüense con formación militar y quien murió asesinado en julio de 1998 -increíblemente en manos de otro asesino en serie conocido como el Matanicas- era el sospechoso número uno.

Este caso merece un capítulo aparte, ya llegaremos más adelante en esta lectura.

Sin embargo, el freno de la investigación en el 2002 impidió la localización de lo que se consideraba la prueba madre, la subametralladora con la que habrían sido asesinadas todas las víctimas.

El Psicópata que aterrorizó al país y cuya inteligencia y orden para actuar era reconocida por los más avezados investigadores, terminó cayendo en una trampa casi infantil: otro asesino en serie, obsesionado con matar nicaragüenses, lo eligió al azar en un bar de mala muerte, lo intoxicó y lo trasladó a las inmediaciones del Zurquí, donde lo mató de un balazo en la nuca.

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Tras salir del OIJ, Rogelio Ramírez y Chacón trabajaron durante 10 años en la CICIG (Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala). En el 2019, Ramírez regresó al país y una vez más volvió sobre el caso, en esta ocasión en búsqueda de un resarcimiento oficial y una compensación económica para las familias de las víctimas.

Por ejemplo, Ramírez se ha involucrado mucho en la situación de indefensión en la que quedó doña Rosario Zamora Martínez, cuyo nombre colmó los titulares noticiosos de la peor forma en abril de 1986, cuando trascendió la verdadera tragedia ocurrida el domingo 6 durante una peregrinación religiosa a la Cruz de Alajuelita.

Las víctimas fueron la hermana de doña Rosario, Marta Eugenia Zamora Martínez de 41 años; sus hijas María Gabriela, de 16 años; María Auxiliadora, de 11 y Carla Virginia, de 9, además sus sobrinas --hijas de doña Marta-- Alejandra, de 13 años; Carla María, de 11 y María Eugenia, de 4.

Doña Rosario Zamora, hermana de Marta, sobrevivió al ataque que apagó la vida de sus hijas porque se quedó al pie del cerro San Miguel esperándolas. Junto a ella estaba su sobrina Cristina, de 18 años en aquel entonces.

Los siguientes homicidios atribuidos al Psicópata se iniciaron en diciembre del mismo año con la muerte de Roberto Castro Mora (27 años) y Francis Salazar Suárez (19), quienes eran novios. A ellos los mataron en el parque La Amistad, en Curridabat.

Dos meses después, en febrero de 1987, el asesino acabó con las vidas de la pareja integrada por Juan Guillermo Nájera Monge (23) y Damaris Rodríguez Martínez (21), en el mismo parque de Curridabat. El patrón del accionar del Psicópata empezaba a perfilarse por el ensañamiento que ejercía contra las víctimas mujeres y sus genitales.

En junio de 1987 el asesinato de una mujer que estaba en su casa se sumó a la lista de misteriosos crímenes. Ligia Camacho, vecina de Desamparados y de 24 años, estaba tranquila en su cama leyendo un libro cuando una bala la impactó en su cabeza, en la sien izquierda.

El hecho conmocionó una vez más al país, pues el homicida le disparó desde fuera de la casa a través de una ventana que daba al jardín. Sin embargo, hasta ese momento no se relacionaba al Psicópata con este hecho porque no era su modus operandi.

Tuvieron que pasar años de desconcierto y decenas de hipótesis hasta que las pruebas de balística confirmaron lo impensable: la jovencita era una víctima más del Psicópata quien, sabrían luego los investigadores, tenía tiempo siguiéndola desde la parada del bus hasta su casa (ubicada, claro, en el área del Triángulo de la Muerte).

También la observaba mientras departía con su novio en un bar cercano a su casa, hasta que llegó el día en el que decidió actuar e hizo uso de su implacable puntería, pues le bastó una pequeña apertura en la esquina de la ventana para disparar el tiro letal.

Poco más de un año después (agosto de 1988), los novios Víctor Julio Hernández y Aracelly Astúa, de 18 y 15 años, respectivamente, fueron las siguientes víctimas del que ya para ese momento era considerado el primer asesino serial de Costa Rica. La pareja regresaba de una fiesta y en un camino solitario de San Vicente de La Unión fue interceptada y ejecutada.

Luego vino otro golpe. En abril de 1989, Marta Navarro Carpio y Edwin Mata Madrigal fueron ultimados por el asesino en una calle desolada en San Juan de San Diego de Tres Ríos, mientras departían en el vehículo de él. Tras una pausa de seis años --investigaciones posteriores indicarían que se hallaba en Nicaragua--, en marzo de 1995 el homicida reapareció y mató a Marjorie Padilla Sequeira, en un crimen atípico porque la sorprendió en solitario --no en pareja-- mientras regresaba de una fiesta de cumpleaños.

“‘La voz de los muertos’ es un libro modesto, pero muy significativo para mí, todo lo que está ahí, cada evento o suceso son hechos reales, experiencias duras, dramáticas y muchas me marcaron como ser humano y en la mayoría quedaron los ofendidos sin una respuesta”.

— Rogelio Ramírez, exinvestigador, abogado y escritor

Malherida, tras ser atacada con disparos de una subametralladora M3 por la espalda, alcanzó a verlo y antes de ser ingresada en el hospital Calderón Guardia dijo “¡Fue él, fue él!”.

Su último ataque ocurrió el 26 de octubre de 1996 en un tajo de Patarrá, cuando acabó con las vidas de los novios Mauricio Cordero e Ileana Álvarez.

Tras una metódica recopilación y relación de hechos, en agosto del 2020 Rogelio Ramírez publicó el libro La Voz de los Muertos, considerado por investigadores y periodistas que cubrieron los cruentos hechos durante aquellos años como una especie de “relato oficial”, aunque por cuestiones legales cambia el nombre de los protagonistas y los lugares de los hechos.

El libro es un intento no solo de contar la historia, sino de revivirla con la esperanza de que entidades líderes en derechos humanos vuelvan su mirada hacia los familiares de las víctimas, quienes quedaron desvalidos emocionalmente ante la impericia del Poder Judicial para resolver los casos.

Tras la publicación y distribución del libro, Rogelio Ramírez, quien es consultor internacional en investigación criminal, investigador forense y piloto aviador, escribió a principios de este año al presidente Carlos Alvarado una carta en la que le solicitaba apoyo para que alguna organización afín a los derechos humanos interviniera ante el desamparo de los familiares de las víctimas del Psicópata.

Con una sonrisa teñida de ironía, cuenta que semanas después recibió como respuesta un oficio en el que se le sugería remitir el caso... al Poder Judicial.

Aunque el expediente del Psicópata se cerró oficialmente en el 2002, los resultados de todas las pesquisas que fueron llevando a la policía hacia el principal sospechoso siguen ahí como una relación de hechos, pero sin la ratificación que le habría dado la localización del arma homicida utilizada en todos los casos.

“Prácticamente la teníamos localizada, nosotros habíamos establecido contacto con la esposa del sospechoso y madre de sus hijos, vivían en un sector del ‘Triángulo de la muerte’, que era el área en el que se movilizaba el sujeto para cometer sus crímenes. Según nuestras pesquisas, el arma estaba guardada en la casa de la abuela del sospechoso, teníamos la ubicación exacta, todo, y el aval del entonces subdirector Gerardo Láscarez, quien siempre fue un gran apoyo para nosotros en esta investigación”.

Sin embargo, en una orden venida “de arriba”, se les negó el permiso de ir en búsqueda del arma, ante la gigantesca indignación de los oficiales, un sentimiento que aún invade a Ramírez cuando rememora los hechos.

En entrevistas anteriores el propio Gerardo Láscarez, ya pensionado, se lamentó de todos los errores que se cometieron durante el proceso, incluido el juicio, condena y posterior liberación de dos sospechosos que resultaron ser inocentes.

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Ante la gigantesca presión de la población, a fines de julio de 1986 fueron detenidos José Luis Monge Sandí, conocido como Tres Pelos, y Arnoldo Mora Portilla, alias Arnoldillo, quienes supuestamente habrían cometido la masacre de Alajuelita junto con Álvaro Chinchilla Vásquez, conocido como Viruta, y Arnoldo Mora Quesada, alias Galleta, quienes murieron de forma violenta en junio del 86, en hechos separados.

Tras la liberación de Tres Pelos y Arnoldillo el caso volvió al punto de partida y pronto empezaron a sucederse los otros crímenes que nunca se resolvieron. Y Láscarez siempre avaló la posición de sus oficiales en el sentido de que, de haberse recuperado la subametralladora, se podría haber verificado la coincidencia en balística y ahí sí, listo, caso cerrado.

El camino hacia El Psicópata

Como lo escribí en una edición especial sobre este caso, en abril del 2016, a las generaciones que “convivimos” con El Psicópata nos parece inaudito que los menores de 35 años a menudo ni siquiera sepan que en el país hubo un sádico asesino que, entre 1986 y 1996, segó la vida de al menos 19 personas.

Y a la inversa también ocurre que a las nuevas generaciones les parezca posible que un personaje de semejante calibre de horror y maldad sea parte del pasado reciente de la tranquila Costa Rica del siglo pasado.

Pero incluso a quienes cubrimos la historia y varios de sus crímenes, nos siguen impresionando los nuevos detalles sobre el caso, en realidad no tan nuevos, pero sí desperdigados en documentación oficial y en el acervo de los investigadores que dedicaron años de esfuerzos y centenares de noches sin dormir al tremendo reto que tenían ante sí.

“Por supuesto que se nos volvió una obsesión, pero es que no podía ser de otra manera. Vivimos con el alma en vilo muchísimo tiempo, pues en medio de las dificultades de la investigación, porque lógicamente el país no estaba preparado para algo así, era supremamente doloroso, era terrible la impotencia que sentíamos cuando en medio proceso de seguimientos recibíamos la noticia de que había ocurrido un nuevo caso”, rememora Ramírez.

Y sí, definitivamente a todos los que realizamos coberturas relacionadas, el tema del Psicópata nos marcó para siempre. En mi caso, el 27 de octubre de 1996 me correspondió la ingrata tarea de cubrir el hallazgo de los cuerpos de Mauricio Cordero López e Ileana Álvarez Blandón, novios veinteañeros, estudiosos y trabajadores, próximos a casarse, quienes fueron atacados cuando se hallaban en una callejuela solitaria, cerca de un tajo en Patarrá de Desamparados. Ellos habían sufrido torturas idénticas a las infringidas a sus antecesores.

El funeral de la joven, en Liberia, nos dio al equipo del diario que asistimos a la ingrata cobertura una noción de dolor e impotencia por parte de cientos de vecinos y amigos quienes simplemente no procesaban lo que estaba ocurriendo: los novios eran queridos y admirados ¿Cómo de un momento a otro se iba a instalar semejante aberración que marcaría a ambas familias para siempre?

El contexto de lo que vivimos los periodistas que cubrimos los casos del Psicópata es relevante cuando nos encontramos explicaciones que ni siquiera imaginábamos en La Voz de los Muertos, la mencionada obra de Rogelio Ramírez que termina por unir las hipótesis que discutimos entre tantos comunicadores durante varios años.

Ronald Moya Chacón, periodista y abogado, jefe de la sección de Judiciales y Sucesos de La Nación durante décadas, escribió en su Facebook sus impresiones sobre el libro, una pieza de investigación que se descorre por la realidad cual rayo láser pues, al no haber lo que llaman “cosa juzgada”, es imperativo escribir vivencias con prudencia. Pero vivencias, al fin.

Sobre La Voz de los Muertos, Ronald Moya escribió: “Es la historia de los 19 episodios criminales atribuidos al llamado psicópata del Triángulo de la Muerte que a muchos de nosotros, periodistas suceseros nos desvelaron desde abril de 1986 cuando la mano misteriosa del asesino empezó a dar sus primeros golpes hasta octubre de 1996 cuando ocurrió el homicidio de la última pareja en Patarrá de Desamparados (...) Rogelio (Ramírez) le regala al país los resultados de la investigación que junto a su compañero Carlos Enrique Chacón realizó para descubrir el rostro del asesino”.

Y agrega: “Los resultados de esta investigación los habíamos hecho públicos en La Nación en el año 2003, pero lo que ahora resulta apasionante es leerla con reveladores detalles de la mano del propio investigador”.

“Uno no termina de explicarse porque la Fiscalía costarricense puso oídos sordos a esta investigación que al final quedó convertida en un expediente polvoriento. Claro ese olvido también estuvo nutrido de pugnas internas en nuestra policía judicial (...)

“Pero a la vez, La Voz de los Muertos es otra denuncia de impunidad judicial que confirma que el brazo de la justicia costarricense se queda corto, cortísimo frente a complejas manifestaciones criminales. Rogelio devela el rostro del asesino y pone en su relato, toda la prueba indiciaria que logró reunir en la investigación. La Voz de los Muertos es la voz de decenas de familiares de las víctimas que nunca vieron concretadas sus esperanzas de que se hiciera justicia ante los atroces asesinatos de sus amados parientes. Es la voz de un experimentado policía que no se guarda nada para denunciar a funcionarios indolentes que prefirieron acallar y sepultar en el olvido sus investigaciones”.

El autor declaró poco después del lanzamiento de la obra: “Es un libro modesto, pero muy significativo para mí, todo lo que está ahí, cada evento o suceso son hechos reales, experiencias duras, dramáticas y muchas me marcaron como ser humano y en la mayoría quedaron los ofendidos sin una respuesta”, dijo Ramírez.

El Psicópata, la historia

Como escribí líneas antes, el tema del Psicópata terminó por convertirse en una obsesión para decenas de comunicadores, amén, por supuesto, de los afanes de la población civil por conocer los ires y venires de la historia que causó temor e indignación a lo largo y ancho del país durante tanto tiempo.

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Otro de los comunicadores más involucrados con el caso por su carácter de periodista de Sucesos es el reconocido comunicador Otto Vargas --sí, el hijo del legendario músico Otto Vargas--, quien ejerció por años su profesión como sucesero en La Nación.

Quienes estuvieron más presentes en el frente de batalla a todas luces terminaron obsesionados con el tema, en el mejor sentido, tal cual ocurrió con los investigadores principales del OIJ. Pues bien, Otto Vargas puso manos a la faena y en el 2016 publicó, apadrinado por la editorial de la UNED, el libro El psicópata: los expedientes desclasificados, que ha resultado todo un éxito de lecturabilidad desde su lanzamiento.

Otto, profesor universitario y hoy jefe de comunicación del Ministerio de Justicia, coincide --de nuevo, con tremenda prudencia, sin reconfirmar hechos absolutos sobre la identidad del Psicópata-- en que Rogelio Ramírez es una de las voces más serias y experimentadas sobre el hecho.

Como es obvio, tantísima información cabría posiblemente en un libro de 500 páginas, pero las coincidencias entre las investigaciones bibliográficas de Rogelio Ramírez y de Otto Vargas, más las consideraciones personales de Ronald Moya y las mismas mías, allanan un camino hacia el perpetrador que, posiblemente, irá quedando en la duda o en el olvido, según vayamos partiendo quienes estuvimos involucrados de una u otra manera con el reporteo o la investigación.

En el terrible caso de la masacre de Alajuelita, hoy se infiere que el hecho ocurrió casi de forma fortuita, pues en la coyuntura de guerra que se encontraba Nicaragua, distintos actores habían acordado darle un golpe al movimiento insurgente ARDE (Alianza Revolucionaria Democrática), para desestabilizar su presencia internacional.

La razón de que el supuesto psicópata y otros tres guerrilleros entraran a finales del 85 a las montañas de Alajuelita era la realización de reconocimientos de terreno y prácticas militares.

Dicho lo anterior y según lo que se sabe hoy, la masacre no estaba presupuestada. Los expertos en guerra y en guerrilla causantes del crimen de las siete mujeres en el cerro San Miguel tenían como misión armar un escándalo en el país, que perjudicara al ARDE; matar un político, armar un atentado.... pero, en eso, se cruzó todo el tema de las chiquitas de Alajuelita.

Daños colaterales, que llaman en las películas...

Si bien El Psicópata logró coronar su prontuario sin ser atrapado jamás, investigaciones posteriores señalaron con alto grado de certeza a un sospechoso. El problema fue que, al querer ir por él, la policía se percató de que había muerto asesinado un tiempo antes.

Si la presunción de las autoridades es correcta, este caso no hace más que aumentar su dosis de surrealismo: El Psicópata –originario de Nicaragua– habría muerto a manos también de un asesino múltiple, al que se le atribuye la muerte de al menos cuatro nicaragüenses y a quien en círculos policiales se le conoció como “El Matanicas”.

Habla Otto Vargas: “Era imposible no contar las historias no contadas, los suceseros de todos esos años vimos y vivimos situaciones inverosímiles que por las razones que fuera, no eran de dominio público... pero a uno como ser humano se le atragantaban, a todos nos afectó esa época. Si bien uno al trabajar en Sucesos estaba supuestamente acostumbrado a casos extremos, el del Psicópata traspasó todos los límites, en todo sentido”.

Consultado sobre su opinión sobre la identidad de El Psicópata, que se atribuyó al mencionado exguerrillero, Vargas acopia cautela: “Pues hubo investigaciones robustas conforme fueron pasando los años y hay indicios fuertes, pero con la muerte del individuo y ante la ausencia de la prueba clave, el arma asesina, pues no se puede hablar de certezas, aunque sí de una relación de hechos indefectibles”.

Y es que todos los indicios conducen, en una relación de hechos publicada una y 100 veces desde finales del siglo pasado, cuando pararon las acciones de El Psicópata y emergieron otros espectros de la investigación, en los que podemos hoy sugerir -de nuevo, en una relación de hechos- que posiblemente el perpetrador fue el mencionado nicaragüense, quien desde el vientre materno venía ya marcado por la violencia.

Según coinciden las versiones oficiales de informes recabados por los investigadores del OIJ, el sujeto fue hijo de una madre soltera, adolescente, quien quedó embarazada tras una violación. Cuando el niño nació, la progenitora lo abandonó y se lo endilgó a su madre, o sea, a la abuela del muchachito, en un poblado de una zona fronteriza entre Nicaragua y Costa Rica.

De acuerdo con investigaciones de Rogelio Ramírez y otros medios de prensa, el niño en cuestión tuvo una sufrida infancia y se convirtió en carne de cañón para aberraciones cometidas por miembros de las milicias somocistas o de guerrilleros.

“Conforme fuimos avanzando en las investigaciones sobre el sospechoso, supimos que había sido un niño huérfano, abusado a merced de quienes pasaban por la casucha en la que malvivía con su abuela materna, quien obviamente no tenía recursos para defenderse ni defender a su pequeño nieto de las agresiones que sufría por parte de las milicias enfrentadas en aquellas décadas”, explica Ramírez.

El perfil elaborado por la policía le permitió a Ramírez establecer que el pinolero vino al país en 1979 y apenas llegando se casó con una tica y se fueron a vivir a Río Azul, en La Unión. Ese año en Nicaragua los sandinistas sacaron del poder a Anastasio Somoza, pero el conflicto armado iba a recrudecer y se iba a alargar una década al dividirse las agrupaciones armadas y políticas, unas apoyados por Estados Unidos y otras por la desaparecida Unión Soviética.

“Él regresó a Nicaragua y al volver a Costa Rica estuvo trabajando como pistero. En 1983 ingresó a la Policía Metropolitana y por su experiencia entra como elemento de seguridad para el presidente Luis Alberto Monge (gobernó 1982-1986)”, asegura Ramírez.

El sujeto se enroló en la guerrilla y en octubre de 1985 entró con tres guerrilleros más para hacer supuestas visitas de ayuda humanitaria a los campamentos de ARDE “ubicados en las montañas de Alajuelita, precisamente en abril de 1986″, relató el investigador en una entrevista con el diario La Teja, a raíz del lanzamiento de La voz de los muertos.

Ramírez también reveló que el sujeto trabajó en la delegación de la policía en Curridabat, la cual también cubría una parte de Tres Ríos, zona que formó parte del llamado “Triángulo de la muerte”, en la que actuó el Psicópata.

Un oficial le contó a los investigadores que al sospechoso le dieron una subametralladora M3 y antes de renunciar a la policía reportó esa arma como desaparecida. El calibre era el mismo usado por el asesino serial.

“Como no había un registro de las armas no había huellas balísticas, por lo que esa huella no se encontró”, explicó Ramírez.

Tanto el escritor como el periodista Otto Vargas contactaron en su momento al exlíder revolucionario nicaragüense Edén Pastora, quien les corroboró a ambos, por separado y en momentos diferentes, que el hombre efectivamente había formado parte de las filas de su guerrilla.

“Pastora nos dijo recordar perfectamente que a finales del 85 esas personas eran del Frente Democrático Nicaragüense y fueron infiltrados en su grupo guerrillero para poder entrar a Costa Rica e integrarse en la montaña de Alajuelita”, explicó Ramírez a La Nación.

“Pastora aseguró que ese grupo vino a Costa Rica con la misión de ejecutar un ataque con el fin de afectar la ayuda humanitaria que Costa Rica le daba a ARDE (Alianza Revolucionaria Democrática), el golpe tenía que ser importante para generar resultado (causar efecto entre los ticos), y así fue: después de la masacre ARDE desapareció”, agregó.

De lo anterior se desprende que el ataque contra las siete mujeres de Alajuelita constituyó el “golpe importante” que se había planificado sin tener en cuenta el objetivo. Encontrarse a las siete mujeres indefensas en un terreno montañoso les puso en bandeja el “golpe de gracia” que andaban buscando.

Otto Vargas recuerda perfectamente su conversación con Pastora y al día de hoy, rememora la sorpresa que se llevó al ver el nivel de detalle con el que el Comandante Cero le relató todo lo concerniente a “alias Polanco”, que era el mote con el que se conocía al sospechoso en las filas militares o revolucionarias, pues el hombre empezó a jugar “en doble bando”, como se le llama en la jerga militar a quienes se enrolan al mismo tiempo en distintas corrientes beligerantes.

Todas las investigaciones relativas al exguerrillero lo destacaban como un tipo diestro, inteligente, experto en lo que se llamaba “desestabilizar” operativos de montaña, según les narró en su momento Edén Pastora tanto al periodista Vargas como a los investigadores del OIJ.

Ironía suprema

Tras el último doble asesinato endilgado al Psicópata, el de Patarrá, en octubre de 1996, sus crímenes se detuvieron, aunque siempre persistían los temores y continuaban las investigaciones porque en ocasiones anteriores el asesino se desaparecía por temporadas y luego regresaba.

Pero el caso daría un vuelco gigantesco.

Siempre todo puede ser asombroso en este caso; ya resignados a que el tema del Psicópata iba a hacer archivado, un día cualquiera a mediados de 1998 los investigadores recibieron la alerta de que habían sido divisados varios restos humanos en una zona del Zurquí. “Nos dijeron que sí, que fuéramos, porque ya eran varios cuerpos, ya existía un patrón”, rememora Ramírez.

Efectivamente, unos caminantes por la zona habían descubierto varias osamentas... en segundos se les encendieron a Ramírez y su gente todas las alertas en el sentido de que el perpetrador podía ser un asesino en serie, pues por el grado de descomposición de los cuerpos era evidente que habían sido lanzados en ese sector de la montaña en diferentes momentos.

Aunque en el principio no relacionaron este caso con el del Psicópata, fue increíble como “los huesos nos hablaron”, rememora Rogelio.

“Llegamos al lugar, un descampado en el Zurquí. Uno en esos casos activa un protocolo para ver qué tipo de fallecimiento es, cuánta gente es... y en un momento se levanta una osamenta y vemos que hay otra debajo... rápido nos dimos cuenta de que había varios restos de fallecidos.. y después de todas las pruebas científicas, se corroboró que el supuesto homicida en serie más terrofírico en la historia del país era nada menos que una de las víctimas del Zurquí”, narra Ramírez aún con resabios de asombro.

Resulta que el hombre había tenido un accidente de motocicleta unos años atrás y le había sido colocada una platina, justo la que fue hallada en uno de los fémur recuperados del Zurquí.

Pero ¿cómo se convirtió el Psicópata, a su vez, en víctima de un asesino serial?

Es aquí donde el surrealismo se agiganta y se impone aquella trillada pero válida frase de que “la realidad supera la ficción”.

Una vez confirmada su identidad como uno de los muertos lanzados en el Zurquí, las investigaciones se intensificaron y fue así como se reconstruyeron los hechos: el sospechoso había desaparecido en marzo de 1997. Para entonces trabajaba como guarda de seguridad en un night club de mala muerte, en el centro de San José, y en ocasiones pasaba a tomarse una cerveza, ya en la madrugada, a un bar aledaño, también de dudosa reputación.

Un individuo, cliente frecuente del bar, entabló conversación con el exguerrillero, lo invitó a una cerveza y en un momento en que el recién llegado fue al baño, el individuo aprovechó y le colocó varias gotas de clonazepán. El efecto de la droga no tardó y el individuo lo conminó a que se retiraran del bar, ya que el otro hombre estaba en muy mal estado.

Resulta que el nuevo amigo del supuesto psicópata no era sino alias “el Matanicas”, como se conocería en medios judiciales a un costarricense que se convirtió en asesino serial de nicaragüenses, a quienes drogaba y llevaba a las inmediaciones del Zurquí, donde los liquidaba de un tiro en la cabeza, robaba sus pertenencias y los lanzaba en el monte.

Ese fue, exactamente, el destino final de quien hoy es señalado como el psicópata que aterrorizó al país por años. Pero las ironías no terminan ahí. Cuando los dos hombres salieron del bar en el vehículo del exguerrillero, quien iba conduciendo, el efecto del medicamento hizo que se descompensara y perdió el control del vehículo.

Se produjo un choque leve, la policía llegó a la escena, levantó el parte y, ante los ruegos del acompañante del nicaragüense, accedieron a dejar que continuaran su camino. “Yo manejo, es que qué va, él no está en condiciones, yo lo llevo hasta su casa”, les dijo el hombre, quien acto seguido se dirigió directamente al área del Zurquí, con los resultados ya conocidos.

Posteriormente, el asesino fue condenado a cárcel solo por ese homicidio, pues no se le pudo comprobar con certeza su participación en los otros crímenes.

Pese a que el caso estaba cerrado, los oficiales Ramírez y Chacón continuaron con las pesquisas, hasta que en el 2002, como se reseñó antes, prácticamente tenían la certeza de la ubicación de la subametralladora que usó el Psicópata en todos sus crímenes.

La negativa de la jefatura del OIJ para proceder con la pesquisa, les duele hasta el día de hoy.

“Había que darle un cierre a un caso tan dantesco, por un asunto de ley pero principalmente, porque las familias de las víctimas merecían eso, merecían saber, debió haberse dado un cierre ante la gran tragedia que implicó el accionar del Psicópata en el país”. Y agrega: “Al menos, con el lanzamiento de este libro me motiva decirles a las familias que el caso se resolvió y que sí se supo quién fue, aunque también es durísimo tratar de explicarles lo inexplicable ¿por qué la investigación se detuvo?