Jennifer Ortiz, la fundadora de ‘Nicaragua Investiga’ que debió huir al amanecer

La periodista, madre y exiliada nicaragüense Jennifer Ortiz enfrenta en Costa Rica su segundo exilio, luego de experimentar el ser apuntada con un rifle de asalto durante una cobertura, y la agonía de tener que separarse de sus hijos durante cuatro meses para salvar su vida

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Jennifer tiene una presencia elegante y habla como lo hacía frente a las cámaras del noticiero. Lleva el largo pelo lacio cuidadosamente peinado hacia un lado y un maquillaje sobrio que combina con su blazer blanco. Sin duda, tiene el don de la palabra. Con una naturalidad que honestamente envidio, elige hábilmente las palabras exactas para relatar los hechos que desembocaron en la crisis del 2018.

La mujer frente a mí tiene de ejercer el periodismo los mismos 15 años que Daniel Ortega acumula en el poder. Se negó a hacer propaganda para el régimen, fundó un medio de comunicación clandestino, corrió de los paramilitares que le apuntaron con una AK y escapó de Managua hace un año en motocicleta, a toda velocidad, al atardecer.

Todo lo narra con una voz clara y decidida, observándome fijamente. Asumo que a continuación, me contará del alivio que sintió al verse del otro lado de la frontera. Sin embargo, en ese momento, para. Su mirada se desenfoca, se toma las manos y respira profundamente.

Cuatro meses, 120 días pasaron sin tener a sus niños de tres, siete y once años a su lado. De todas las torturas posibles, fue la peor que Ortega le pudo imponer.

“Siempre me entrevistan sobre periodismo, entonces lo puedo manejar. La gente me mira en los videos y ven a una periodista fuerte y crítica, pero yo creo que no hay ninguna persona que pueda vivir esto sin sentir que quedó una herida abierta. Cuando una es madre, una quiere darles a sus hijos lo mejor, y me he culpado tanto por haberlos expuesto a esto, porque todo ha sido porque elegí ser periodista. No debería de tener ese dilema; ser periodista en cualquier país del mundo no es un delito”.

Daniel Ortega ganó las elecciones y regresó al poder en el 2007. Jennifer, entonces de 21 años, estudiaba periodismo en la Universidad y empezó a trabajar en el canal 8, que entonces era propiedad del empresario Carlos Briceño. En esa época, todo era distinto. Los periodistas podían llamar a las fuentes y cubrir las conferencias de prensa con todas las comodidades. Su carrera iba en ascenso y, en poco tiempo, llegó a ser la directora de prensa del medio.

Pero en el 2010, el canal 8 pasó a ser propiedad del régimen, cuando lo adquirió Juan Carlos Ortega Murillo, el hijo de Daniel y su esposa Rosario. Le ofrecieron más dinero; sus familiares le recomendaron que lo tomara. No obstante, su intuición le dijo que se alejara, y entonces le dieron un ultimátum.

“A mí claramente me amenazaron, porque me dijeron: ‘entonces decinos qué es lo que querés, porque sentimos que todo lo que te hemos ofrecido lo has rechazado. ¿Te tenemos que apuntar entre nuestros enemigos?’. En ese momento me pareció bien patética la posición que ellos tomaron, me desconcertó, pero no había dimensionado el alcance de esa amenaza. Fue hasta el 2018 que sucede todo esto que caigo en cuenta de qué era lo que estaban diciendo”.

Según un informe de la Fundación Violeta Barrios entre el 2008 e inicios del 2021, al menos 20 medios de comunicación salieron de circulación en Nicaragua, a causa de la promulgación de leyes de censura, la persecución fiscal, la asfixia económica, el acoso o la represión.

La misma fundación, que lleva el nombre de la política opositora que venció a Daniel Ortega y lo sacó del poder en las elecciones de 1990, se vio obligada a cerrar a inicios del 2021, cuando entró en vigor la Ley de Agentes Extranjeros impulsada, aprobada e implementada por el régimen, la cual prohíbe que los nicaragüenses que reciban financiamiento del exterior participen en actividades políticas. Además, exige que quienes reciben ese tipo de financiamiento se registren como “agentes extranjeros” ante el Ministerio de Gobernación y entreguen informes mensuales sobre sus finanzas.

En el 2010, Jennifer no sabía que todo esto pasaría. De todas formas, optó por aceptar un trabajo en el que le pagaban la mitad y empezó de cero, por un tiempo. Para abril del 2018, tenía un año de haberse retirado de la cobertura diaria en medios, pues descubrió que necesitaba un cambio de rumbo.

Nace ‘Nicaragua Investiga’

Al igual que los demás 6.400.000 millones de nicaragüenses, su vida se trastocó cuando estalló la crisis. Un día, mientras hacía mandados en Managua, se encontró en medio de una protesta en la que manifestantes se esforzaban por derribar uno de los estrafalarios árboles de la vida, las gigantescas esculturas de metal con forma de árbol que la vicepresidenta Rosario Murillo mandó a instalar por toda la capital, en representación del poderío del régimen.

Entonces, la vena periodística tomó el control. El efecto mariposa, que nunca perdona, desató el efecto en cadena que terminó en el exilio.

“Empecé a transmitir en mis plataformas, Facebook y Twitter, y me impresionó que de repente veo 2000 y pico de personas conectadas, y empiezo a entender que la gente necesitaba información en tiempo real. Entonces, empezamos a hacer estas transmisiones, pero nos generaron muchas amenazas, incluso familiares que militaban con el sandinismo empezaron a cuestionar el trabajo que uno hacía. Entonces yo dije, no, vamos a hacer esto, pero hay que hacerlo de una manera más clandestina. Entendimos eso muy pronto y entonces decidí crear una plataforma distinta, se me ocurrió que se llamara Nicaragua Investiga”.

Jennifer cuenta, orgullosa, que hoy el sitio web llega a una audiencia de 1.600.000 personas, con las noticias y reportajes especiales que revelan las maniobras del régimen sandinista como ningún otro medio lo hace.

Pero ni siquiera la precaución del anonimato fue suficiente. El asedio llegó a un nivel que obligó a la familia completa a huir de Nicaragua.

Según el Colectivo de Derechos Humanos Nicaragua Nunca Más, entre el 2018 e inicios del 2022, al menos 120 periodistas nicaragüenses fueron forzados a exiliarse para evitar las agresiones, el encarcelamiento y potencialmente la muerte.

No es una exageración: el riesgo de morir en Nicaragua por ejercer el periodismo fue y sigue siendo real. A Ángel Eduardo Gahona López, comunicador del Noticiero El Meridiano, lo asesinaron de un balazo en la cabeza el 21 de abril del 2021 mientras transmitía en directo una protesta en Bluefields.

La periodista tica-nicaragüense Lucía Pineda Ubau, codirectora del medio digital 100% Noticias, estuvo en prisión desde el 21 de diciembre del 2018 hasta el 11 de junio del 2019, bajo cargos de incitar el odio para promover actos terroristas.

De ese primer exilio, Jennifer cuenta poco. Salían tan solo para ir de la casa a la nueva escuela de las niñas. No quería estar aquí. Imagino que el impacto de huir del país natal, marcada como una criminal, para acoplarse a la vida en una ciudad extraña debe ser una experiencia traumática para cualquiera, y entiendo que no quiera recordar esa época más de lo estrictamente necesario.

En cuestión de meses volvieron a Nicaragua. El medio de comunicación necesitaba fortalecerse y desde Costa Rica iba a ser difícil. La familia tampoco fue ilusa, no creían que las cosas pudieran mejorar, pero tampoco pensaron que fueran a empeorar. Se equivocaron.

La agonía de una madre

Daniel Ortega se aseguró de que no se repitiera la historia de 1990, el año en que el pueblo decidió cambiar de rumbo y poner en la presidencia de Nicaragua a Violeta Barrios de Chamorro. El miércoles 2 de junio del 2021, al mediodía, el líder del régimen ordenó el arresto de Cristiana Chamorro, hija de Violeta, quien se perfilaba como la principal rival de Ortega para las elecciones de noviembre.

Un fuerte contingente policial ingresó a la vivienda de la candidata presidencial, contra quien recién se había dictado una orden de detención por supuesto lavado de activos. Jennifer estaba ahí, transmitiendo los acontecimientos en vivo. De repente, los policías cargaron contra la prensa. Todavía al aire, con múltiples armas apuntándole a la cabeza, corrió por su vida.

Fue cuestión de días hasta que la orden de captura se ordenó en contra de ella. Esa misma tarde de junio, quedó claro que el tiempo se le había agotado. Pero esta vez, fue demasiado arriesgado llevarse a sus hijos consigo. Llovía, los ríos se desbordaban, ella y el papá de los pequeños irían en moto hasta la frontera y el camino estaría plagado de paramilitares. Sin tiempo para nada más empacó una maletita, abrigó a los tres niños, se los encomendó a su familia en una casa segura y se marchó, consciente de que esta vez no regresaría.

“Fue muy difícil, muy duro para nosotros, ese día particular así como todos los días después... Estar lejos sin poder darles amparo, sin poder hablar con ellos, sin poder decirles ‘aquí estamos, todo esto va a pasar’, y no saber si un día te van a llamar para decirte que alguno se murió, o…, o… Fue feo, feo; no… Es lo peor que hay”.

–¿Cuánto tiempo los esperaste, a tus chicos?

–Fueron como cuatro meses.

–¡Cuatro meses!

Jennifer respira profundo, se seca la mejilla y continúa.

Hicieron múltiples intentos por traer a los tres pequeños, pero fallaron. Una vez, los militares los encontraron y los devolvieron. Después, al coyote lo asaltaron y le quitaron la plata y los papeles. Sí, el coyote. Después de dudar un par de segundos, Jennifer pronuncia la palabra y me vuelve a ver como pidiendo disculpas por exponer a sus hijos a semejante peligro. Pero, ¿qué más podía hacer?

“Nunca pensé que por hacer periodismo, iba a pasar por esto. No elegí una carrera delincuencial, elegí una carrera profesional. Y esto no es lo peor que ha pasado la gente. Hay madres que ni siquiera pudieron enterrar a sus hijos porque no saben dónde están sus cuerpos, hay madres que no solo perdieron a sus hijos sino que fueron desterradas por reclamar justicia. Eso es más duro, y yo lo sé, pero de estas historias está llena Nicaragua. Ahora, somos familias fracturadas tremendamente por lo que ha hecho una persona con una ambición tremenda de poder, que lleva 40 y pico de años tratando de ser el único presidente de Nicaragua. Su ambición personal nos ha llevado a toda esta destrucción”.

No se arrebata la dignidad

Finalmente, los niños llegaron. Uno pensaría que al reunirse la familia, todo empezaría a estar bien. De cierta forma, así ha sido. Las niñas de Jennifer van a la escuela y ya se sienten parte del país. Han ido a patinar y a caminar a los parques, en Nicaragua vivían encerradas. Jennifer sonríe al reconocer, ligeramente abochornada, que una de ellas incluso empieza a hablar como tica.

La familia está a salvo, aunque a un precio muy alto. Le pregunto por ella, si ha podido empezar a sanar, si ve posible reconstruir su vida en Costa Rica.

“Mis cuestionamientos internos han sido sobre qué le he hecho a mis hijos. Eso sí ha sido muy duro para mí, pero lo he tratado de manejar, y no es porque haya hecho algo que sienta que es malo, porque solo he hecho periodismo, es más que todo pues porque les he arrebatado cosas que quizá, si yo no me dedicara a esto, ellos las tuvieran”.

Esta vez, entonces, decidió hacer las cosas de una forma distinta.

“En este segundo exilio, lo que hice fue decir: renuncio a elegirme a mí primero. Mis hijas merecen tener una vida normal, tener amigos en la escuela, recrearse, tener una madre presente y ha sido muy difícil hacer ese balance, ser madre, ser periodista, ser directora de un medio… A veces uno siente que no tiene derecho a ser feliz, porque la gente que está dentro de Nicaragua no es feliz”.

Jennifer dice que está trabajando en entender que su exilio irá para largo. Dice que su corazón es azul y blanco y que no pasará un día sin que pelee de la forma que sabe hacerlo para que a Nicaragua regrese la democracia y que la historia no se repita. Y sí, debe sanar. Pero le tomará tiempo.

“Me desterraron. Me arrancaron de mi familia, lastimaron a mis hijos, quisieron dañar mi reputación. Me obligaron a vivir en un país donde no me siento parte, me obligaron a ver gente morir, me apuntaron con un AK, me hicieron correr, me persiguieron, tuvimos que vivir como delincuentes.

“Eso te daña terriblemente, pero soy una nicaragüense como muchos, como miles que vivimos esto, nicaragüenses rotos, descosidos, caminando, tratando de seguir impidiendo que Ortega se tome lo más valioso que nosotros tenemos. Porque se tomó al país, se tomó el recurso público, sí, pero no se puede tomar la dignidad ni se puede tomar las ganas de seguir viviendo y estamos aquí por eso”.

Hay una pregunta que he querido hacer todo este rato, pero no me atrevo. Por suerte, ella parece leerme la mente, y contesta.

“Te lo digo francamente, yo no me arrepiento de haber elegido esta carrera y de haber tomado las decisiones que tomé. No me arrepiento de haberle dicho no al oficialismo. Para mí ha sido una carrera satisfactoria en medio de todo, porque he hecho lo que mi corazón me ha dictado”.