Opinión: Al técnico de Alajuelense, Albert Rudé, le falta experiencia pero no la amistad de Agustín Lleida

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Nadie dice que es pecado nombrar a los amigos. Son ventajas, si se quiere, la confianza, ‘el buen rollo’, la sintonía, el conocimiento previo de virtudes y defectos, posiblemente presentes entre Agustín Lleida y Albert Rudé, quien alguna vez incluso trabajó en un proyecto del gerente deportivo liguista. Los malo sería si en algún momento se descarta al más apto para el puesto en favor del allegado.

De Albert Rudé conocía nada hasta esta tarde y en honor a mi ignorancia no puedo calificarlo demasiado. Él asegura tener muy bien analizado a Alajuelense. De momento, en honestidad con el lector, debo admitir que solo sé tres cosas: es amigo de Agustín Lleida, tiene una buena universidad (esa que dan los estudios y sus años como asistente técnico) y le falta experiencia al mando de equipos de Primera División.

Me dirán: “tío, pero qué más quereís” que alguien preparado en Coverciano, Italia, y en Cataluña, España. Alguien con experiencia de asistente, incluidos tres años en México, con Pachuca y Monterrey.

Desde ya genera criterios dividos, incluso entre el liguismo. Es, a mi entender, un técnico en formación, como de alguna forma también lo era Andrés Carevic. El argentino, hábil para encontrar su alineación al inicio de cada torneo y bastante atinado en la rotación de jugadores, podía sacar a uno y meter a otro sin que nadie lo llorara. No por azar dominaba la tabla de posiciones en la primera fase. En cambio, sabido es por todos, le costó la lectura de algunos juegos y quizás, solo quizás, la inexperiencia le impidió ganar finales después de haber hecho méritos de sobra. Hoy no tengo duda: el Carevic que se fue es mejor que el que llegó. Los golpes hacen crecer a los inteligentes, aunque se pagan con derrotas. Pagó él y la Liga también.

Rudé, otro timonel con preparación académica y discípulo de los análisis científicos (¡en hora buena!), también viene a aprender, aunque no faltará quien cuestione cuánto le puede enseñar el fútbol costarricense a quien ha pasado por el mexicano. Así se fuera a la liga de Nicaragua, algo tendrá que aprender quien por primera vez tomará decisiones por su cuenta, afrontará la crítica, responderá al aficionado y al periodista. Es un debutante. No es lo mismo, soplarle al oído alguna sugerencia al técnico que ser quien manda en el camerino.

En el vestuario liguista decidirá qué hacer con Marcel Hernández, Johan Venegas y Gabriel Torres; si deja en banca a Bryan Ruiz, a Alex López o Bernald Alfaro, suponiendo a Celso Borges como titular; si sacrifica un poco a la ‘Liga del futuro’ por el urgente resurgir de ‘la Liga del presente’ o si mantiene la línea de Luis Marín.

Pensé que Alajuelense debía apostar por un técnico consolidado, con maestría en lo táctico y con nombre ante los nombres (Ruiz, Borges, López, Moreira, Hernández). Que Albert Rudé sea más joven que Bryan Ruiz no deja de ser una mera anécdota en un camerino sin muestras de disonancias entre jugadores y técnicos. Ser de la confianza del gerente deportivo tampoco es un plus menor, aunque nadie podría atribuir a eso que Carevic durara 769 días y Luis Marín solo 52.

Esperemos. A lo mejor resulta una gran apuesta: joven, ganador, no tan caro como un consolidado y leal amigo de Agustín Lleida. Tan solo creí que, esta vez, la experiencia era importante.