Los más frágiles caen primero

Las aglomeraciones y celebraciones, aunque solo de familiares se trate, nos exponen al contagio colectivo

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Aunque ya me he pronunciado acerca de este problema, no puedo callar en vista de la catástrofe que cada día con mayor intensidad estamos viviendo, motivada por las graves irresponsabilidades de quienes, pensando sobre todo en el lucro, fría y tozudamente sostienen que la fiesta del diario vivir debe continuar, que las celebraciones familiares no pueden esperar y que, con temeridad e imprudencia, exponen a sus seres queridos al contagio del feroz enemigo que ataca sin piedad.

Las aglomeraciones y reuniones numerosas, aunque solo de familiares se trate, exponen al contagio, principalmente, a los más frágiles: niños y ancianos, que confiados en que serán guiados por la mano amorosa y salvadora de sus parientes acuden con regocijo a la celebraciones que reúnen a quienes más añoran tener al lado.

Esa fantasía acaba por lanzar al vacío a todos; a los más vulnerables, primero, a quienes, si tienen suerte y son atendidos en un hospital, podrían ocupar una cama en cuidados intensivos, gimiendo de dolor y por falta de aire.

Acabarán sus vidas en una dolorosa agonía, entre las lágrimas del personal médico que, impotente, ve limitadas sus posibilidades de evitar ese desenlace.

Delante de tal espectáculo, digno de uno de los círculos de Dante, creo que debemos ponernos de rodillas para implorar al cielo piedad, sí, para eso, pero no pongamos nuestra rodilla en el cuello de nuestros seres amados.

Aunque la alegría, la esperanza y los pensamientos positivos deben acompañarnos siempre, a pesar de los malos momentos presentes, no nos dejemos llevar por el espejismo de la algarabía de una fiesta sin propósito en estos momentos, que al final nos puede deparar amargura, llanto, dolor y muerte. La más amarga poción que podamos beber.

Como muchas otras personas, siento una mezcla de ira, dolor e impotencia al contemplar la nula respuesta de quienes, no obstante palpar día tras día la innegable pandemia que nos azota, continúan ignorando y negando la amarga, dolorosa e implacable realidad que estamos viviendo.

Es muy cierto: los arrogantes no oyen sino las alabanzas y, por eso, son incapaces de escuchar las voces sensatas de quienes advierten sobre los peligros que acechan, y, lamentablemente, dadas las limitaciones humanas, solo es posible exigir a cada cual lo que está en capacidad de dar, pues no irán más allá de sus limitaciones y sandeces.

A pesar de todo, esperemos que una nueva alborada nos sorprenda con sus destellos de luz, y, cual arcoíris, nos traiga la alegría y la esperanza de tener un mundo mejor, alcanzable únicamente con la participación de toda la ciudadanía, que deberá asumir con responsabilidad su conducta social y familiar, observando con respeto y cordura la lucha que debemos librar contra el enemigo común.

vcamacho@paradigmacr.com

La autora es abogada.